Factory VIPs

Paulino Toribio: “El tráfico ilegal de obras de arte mueve más dinero que el mercado de la droga”

Por  | 

En pleno debate sobre ese concepto tan ambiguo, a veces tan perverso, del “libre acceso a la cultura”, sobre qué es cultura (de facto) y qué es entretenimiento puro y duro, el filólogo y profesor de violín Paulino Toribio nos sirve un buen par de tazas de ambos brebajes en Muerte de Stradivarius. Toribio nos culturiza, nos cultiva desde el rigor histórico al tiempo que captura nuestra imaginación febril en un thriller que conjuga arte e intrigas de la alta sociedad. Buena presa el maestro Toribio para introducirnos en el translúcido mundo del coleccionismo de guante blanco, el Patrimonio Nacional y, sí, los codiciados Stradivarius.

¿Para escribir algo como ‘Muerte de Stradivarius’ hay que tener tanto de ratón de biblioteca como de novelista?

Evidentemente Muerte de Stradivarius es una obra muy documentada y han sido tres años de investigación. Mi idea era crear un fondo de archivo sobre determinada temática relacionada con el Patrimonio Cultural, el coleccionismo y la falsificación, material que  iré ampliando para el resto de novelas de la Colección Serie Valente. A partir de ahí todo ha ido hilándose como una madeja en la que el discurso literario ha estado siempre presente.

¿Conviene reivindicar de vez en cuando la figura del escritor como artesano, como tipo metódico y perfeccionista?

Precisamente quería asentar mi discurso en un complejo y abundante corpus de información y de estudio, primero para situarme en una realidad que es muy cambiante y paradójica, y segundo, para establecer unas bases más o menos sólidas de conocimiento. La creación puramente literaria se apoya en este corpus y crece y va desarrollándose a través  de los personajes, unos reales y otros imaginarios, y a través de los diferentes planos de trabajo. Es una obra literaria que tendría su paralelismo en las obras del contrapunto musical barroco. En este sentido se trata de un trabajo concienzudo y meticuloso y estoy completamente de acuerdo en reivindicar el concepto más artesanal de la literatura. No todo vale.

¿Por qué el formato ‘thriller’?

El formato thriller permite una dinámica ideal para presentar con eficacia los múltiples planos y personajes de la novela. Un buen ritmo, además, era la única solución para un entramado complejo y que el lector no se perdiera en su discurso.

‘Muerte de Stradivarius’ se mueve entre el ensayo y la ficción, ¿el lector diferenciará lo uno de lo otro?

Creo que la magia de la literatura precisamente está en confundir la realidad con la ficción. No pretendo dar ninguna lección sobre música, arte y  coleccionismo, pero sí tocar la sensibilidad del lector para incitarle a meditar y a sumergirse en un mundo fascinante. Ha de ser el propio lector el que discierna lo que puede ser realidad y lo que no, y le aseguro que en esta novela no lo va a tener fácil. De todos modos hay claros unos episodios en los que se desarrolla una especie de Seminario sobre Catalogación y Peritaje y se perfilan algunos puntos clave más teóricos, también un inicio de desarrollo del llamado PEPP (Plan Especial de Protección al Patrimonio) y una teoría más universal sobre la Creatividad en el Manifiesto de la Corchea Blanca. Todo este planteamiento teórico se irá desarrollando en las sucesivas novelas de la serie.

Se dice de su novela: “Toribio se replantea el término Patrimonio Cultural como algo más intrínseco a las personas que a los gobiernos”. ¿Le parece justo, o adecuado, que ciertas obras estén en colecciones privadas para disfrute exclusivo de unos pocos?

En principio no me parece justo, es como si alguien se apoderara de una parte del sol para su uso privado. Podemos respetar la propiedad privada de esas obras, con cierto recelo, pero de ahí impedir que otros puedan verlas… no me parece. Determinadas colecciones privadas deberían pagar un canon especial y tener la obligación de ser mostradas en exposiciones periódicas.

Esto me recuerda a la reciente ‘La mejor oferta’. El protagonista se ocultaba del mundo en su gigantesca galería privada, rodeado de sus ‘damas’. Lo siguiente puede sonar impopular pero, ¿quizá no se deban echar margaritas a los cerdos? El arte para quien lo entienda, quien lo cuide, quien le rinda pleitesía…

Sí, aunque no conozco la película, es un dilema que también planteo en mi novela. En este caso pongo como ejemplo a los ingleses como expertos en apoderarse de obras de arte de todo tipo y condición, a veces empleando el mecanismo “legal” de las casas de subastas. Una obra desaparece y pasados los años pertinentes se presenta con mucho glamour en una subasta, entonces adquiere más valor y se pierde la pista de su propietario original. Por lo general, los grandes museos de todo el mundo se nutren con estas prácticas y cuando el país correspondiente reclama su obra como perteneciente a su Patrimonio, entonces se escudan en que ellos son conservadores y restauradores y que en ningún lugar mejor que en tal museo para que la obra en cuestión se salvaguarde. Hay algo de razón en todo esto por mucho que pensemos que qué demonios hace tanta momia egipcia en el Metropolitan de Nueva York o qué hacen los frisos del Partenón en el Museo Británico. “La tierra para el que la trabaje”, el arte entonces para el que lo conserve, para el que disfrute más de el.

Pero, ¿llevan razón los egipcios o los griegos cuando exigen a Londres que devuelva todos esos tesoros?

Debería llegarse a un acuerdo mundial de reorganización de los Patrimonios Culturales, algo que promuevo en mi libro. De esta manera se podría evitar en mayor o menor medida el tráfico ilegal de obras de arte, que es un mercado que mueve anualmente  más dinero que el mercado de la droga.

¿Tiene usted su pequeño ‘santuario’ también?

Todos los que vivimos de alguna manera del arte, y yo soy músico profesional, tenemos nuestro pequeño santuario, en un determinado instrumento, en algunos libros, discos y partituras intocables, en algún mueble, que jamás prestaremos a nadie aunque nos torturen.

Le confieso que soy coleccionista de casi todo. No tiro nada. Todavía, para alivio de mi cuenta corriente, no me ha dado por la pintura pero, dígame, ¿esto es obsesión, síndrome de Diógenes, amor?

Haciendo memoria de mi infancia, algunos de mis mejores recuerdos están relacionados con la búsqueda de alguna pieza para mis colecciones. Yo entonces vivía en Tenerife y me levantaba temprano los sábados para acercarme al puerto y  buscar entre los transatlánticos y entre los buques oceanográficos rusos alguna moneda que alimentara mi colección, también coleccionaba cromos, recogía cajas de cerillas del suelo y pedía pegatinas por las tiendas… Eran los años setenta y así mostrábamos nuestro pequeño juego de conquistas y de hazañas.  El día que conseguí de un concesionario de coches una pegatina de Ferrari con la falsa promesa de decirle a mi tío que se comprara un coche allí, ese día alcancé el cielo del coleccionismo… Hoy día  no colecciono más que deudas…

El vil metal, que siempre se interpone…

Es posible que la globalización haya matado nuestro espíritu de conquista pero mantengo mis pequeños santuarios, como le decía. En cuanto a lo que me había preguntado… ¿Obsesión, síndrome de Diógenes, amor? Quizá haya un poco de todo.

¿Coleccionamos para inmortalizarnos? Para “dejar huella”, que diría Gil de Biedma…

Sí, creo que el coleccionismo es una prolongación de nuestro paso por la vida, como una sombra que nos acompaña, nos divierte y nos atormenta. Es una forma también de poder y de autoafirmación.

Cuando ve a cientos de turistas apiñados en torno a ‘La Gioconda’ pertrechados con sus móviles, ¿siente regocijo, o no tanto?

Es también una cuestión fetichista, ver el cuadro auténtico, estar junto a él, aunque se vea pequeñito, detrás de un panel blindado y por encima de los hombros de un centenar de personas. Esto ciertamente no se podría denominar manifestación artística sino más bien una feria.

¿Deberíamos volver a ciertos usos de otras épocas? Mecenas e ilustrados al poder, por ejemplo… A lo República Veneciana.

Desde luego yo no confiaría en nadie carente de la más mínima sensibilidad para las cuestiones artísticas. Creo que es una necesidad fundamental para el desarrollo personal y la evolución de la sociedad. Ahora mismo los “cráneos previlegiaos”, como diría Valle Inclán, de nuestros gobernantes debaten sobre suprimir la música como asignatura obligatoria en la enseñanza primaria, esto dice muy poco en su favor. Hablando de un caso veneciano, no hubiésemos tenido a un Vivaldi si en su infancia no hubiese recibido la instrucción musical que recibió a edad muy temprana en los orfanatos que frecuentó. Señores del Gobierno, quítense la cera de los oídos y disfruten con las melodías más universales, y sobre todo dejen que otros tengan acceso a ellas.

Le invito a un viaje en el tiempo. Pensión completa. ¿Adónde iría?

Yo siempre pienso que hubiese sido un buen miembro del clero en la Edad Media, con todo lo que ello supone, acceso a libros y manuscritos, prebendas, concubinas. (Risas) O también un buen músico de alguna de las Capillas Musicales en el siglo XVIII… En fin, nos contentaremos con lo de aquí y ahora. Lo bueno de otras épocas es la amplia perspectiva que tenemos de ellas y la distancia. Si los nobles del medievo pudieran vernos seguro que escogían nuestra particular feria.

Para un amante de la música clásica, más que para nadie, ¿es impepinable eso de “cualquier tiempo pasado fue mejor”?

Hay música actual dentro del panorama de la clásica que es fascinante, ahora mismo tenemos un buen puñado de compositores que están haciendo una música formidable, que conocen bien su oficio y que se nutren de la  tradición dentro de la modernidad.  Jesús Rueda, David del Puerto, Gabriel Erkoreka… por decirle algunos nombres.

Pues volvamos al presente. Hay una suerte de corriente de pensamiento entre aquellos que son partidarios de las descargas gratuitas, de la piratería. Consideran que así se promueve el “acceso libre a la cultura”. ¿Cuánta de esa gente diría que es habitual de nuestros museos y bibliotecas público/as?

La piratería está haciendo mucho daño en determinados sectores, sobre todo el de la música. Con una regularización de precios más ajustados  tendría que desaparecer  y está claro que la cultura hay que pagarla y hay que subvencionarla. ¿De que vamos a vivir los músicos, escritores y demás gente de la farándula, si no? El acceso libre a la cultura sí, pero no a cualquier precio.

Los profanos en música clásica o en ballet difícilmente discernimos cuándo una pieza no está siendo ejecutada a la perfección. ¿Son disciplinas para muy entendidos? ¿Qué hay de eso que en otros géneros se entiende por ‘feeling’?

En absoluto se trata de música para entendidos. La música clásica se escucha, se disfruta y punto, otra cuestión es la disposición y predisposición que se tenga para escucharla. También creo que ha de encontrarse el momento y el entorno adecuados para acercarse a ella. Por ejemplo, no es lo más apropiado para oír en un centro comercial, en el hilo musical de una oficina o en el ascensor mientras sube y baja. Es necesario un cierto recogimiento. Si la estructura de una canción pop comercial se basa en un sencillo esquema Tónica-Dominante-Tónica, de fácil asimilación para el oído, en cualquier obra de Mozart, por ejemplo, existe un desarrollo, una modulación y en general un esquema armónico bastante más complejo. Es también una cuestión de hábito y de comenzar por autores y periodos más asequibles para un iniciado. Yo no empezaría de entrada con las sinfonías de Bruckner o de Mahler pero sí con el barroco italiano o con canciones renacentistas. El feeling lo ponen en música clásica también sus intérpretes, una misma obra puede sonar de muy diversas maneras según quién la aborde. La distancia de lo escrito en la partitura a lo que realmente suena no siempre es la misma, afortunadamente, pero también es cierto que desde el Barroco se ha perdido un poco la capacidad de improvisación. En música clásica sobra un poco tanto encorsetamiento y tanta distancia aparente con el público.

Dígame, ¿qué daría por un Stradivarius?

He tenido la oportunidad de tocar con el instrumento protagonista de mi novela, quizá uno de los Stradivarius más hermosos que hiciera el luthier de Cremona, el primer violín del cuarteto del Palacio Real en Madrid, y me ha fascinado su sonido y lo bello que es, pero ciertamente hay muchos otros violines y de autores modernos que son una maravilla. En la novela trato de desmitificar a Stradivarius para a su vez poder  valorar en su justa medida el trabajo de otros luthieres. Me conformaría con poder tocar de vez en cuando uno de estos violines… pero no daría un riñón por ellos.

Traductor, periodista a regañadientes, copywriter. Quizás nos encontremos en Esquire, Vice, JotDown o en Miradas de Cine. Como me sobra el tiempo, edito Factory.

Tienes que registrarte para comentar Login