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Breve historia de la esclavitud (IV): La patrona que nunca muere

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Una vez bien exprimida la vaca de los huevos de oro y disfrutada la época de paz y prosperidad a cuenta del balance de aquellas viejas guerras, el estado romano se verá pronto metido en apuros. Mantener lejos del Imperio a germanos, persas o nómadas del desierto africano es muy caro y agotada la fuente bélica, hay que buscar una vía de ingresos alternativos. Así que se optó por la solución más simple: cargar a la población de impuestos. El fisco romano empezó a apretar las clavijas a sus ciudadanos, y requirió a las ciudades, que eran el corazón del sistema administrativo y territorial romano, un esfuerzo económico desmesurado. Los personajes más ricos, que antes aceptaban cargos públicos costosos a cambio de honor y prestigio voluntariamente, comenzaron a desertar de las ciudades y largarse al campo a vivir en cuanto el emperador impuso la obligación de ejercer los cargos municipales y por tanto, rascarse el bolsillo bien rascado. Y con ellos, sus familias y sus montones de esclavos.

Por todo la parte occidental del Imperio surgen enormes propiedades rurales, las villae, donde los ricos hacen su vida completamente al margen de la administración. Y en una oligarquía como la romana, donde la elite ha sido siempre la conductora del Estado, la deserción de la clase dirigente tendrá feas consecuencias. La primera, que la carga fiscal recaiga en los más pobres, ya que explíquenme ustedes con qué cara se presenta el recaudador municipal de turno en la villae de Optimus Beneficius a exigirle que pague sus impuestos, él y su ejército privado de 1.500 esclavos armados. Así que Pringatus Maximus se volvía con el rabo entre las piernas y hacía lo que suele ocurrir en estos casos; obtenerlo del más débil, porque se dejaba y porque no le quedaba otra, si bien esto le hacía bastante impopular. ¿Les extraña que se legislara la obligatoriedad y heredad del cargo? ¿Y que los recaudadores se fugasen con frecuencia?

De este modo las ciudades, que eran el núcleo administrativo del Imperio, y con ellas el comercio, decaen, los ricos pasan del Estado, los pobres están directamente hasta el gorro de él, y el Imperio se ruraliza a marchas forzadas. El dinero no fluye y la economía romana, sin el aporte de las guerras de conquista, no puede hacer frente a los gastos. Para colmo, el ejército empieza a dar muestras de no ser demasiado eficaz en la defensa de las fronteras. Todo esto se traduce en las habituales crisis políticas, asesinatos de emperadores, luchas por el poder, legiones que entronizan a sus generales…en fin, un divertido siglo de anarquía militar. En esta situación, y en paralelo, el cristianismo se va extendiendo como una mancha de aceite. Una religión que habla de igualdad más allá de las diferencias sociales, de amor al prójimo, de humanitarismo, de salvación y otra vida mejor tras la muerte para todos los que la deseen, y que encima cuestiona y ataca las bases del estado romano, por fuerza ha de convertirse en un hit parade en tiempos en que a éste se le percibía como opresivo. Al calor de la inestabilidad política, social, económica y de valores, el cristianismo se expande espectacularmente. Sobre todo entre las clases humildes, incluidos los esclavos.

Este es, a grandes rasgos, el panorama del conocido como Bajo Imperio, sobre todo en su parte occidental, un modelo de estado bastante diferente al Alto Imperio que todos conocemos por las pelis de romanos, y cuyas bases socieconómicas durarán algunos siglos después de su caída, gracias entre otras cosas a las reformas impuestas por tipos como Diocleciano o Constantino. Supongo que se estarán preguntando cómo afecta todo esto a la población esclava. Pues bien, esta es la época en que la predicación del cristianismo, y la condena de la esclavitud por los padres de la Iglesia harán que los fieles vean la luz de la salvación, se den cuenta de la crueldad e injusticia que supone esta práctica y terminen con la institución, que repugna a cualquier alma cristiana. Porque este es uno más de los múltiples pecados de los paganos, en castigo de los cuales el Imperio se derrumbará por voluntad de Dios, y de ahí surgirá una sociedad cristiana, mejor y más justa, como no puede ser de otra manera, donde la esclavitud del prójimo no tiene cabida. O al menos, esta es la versión tradicional que ha perdurado durante más de un milenio, y por supuesto, es una de las mentiras más gordas de la Historia.

Cuando se maneja una fuente histórica escrita, por honesto que parezca el autor y por valioso que sea el documento, se ha de analizar desde una perspectiva crítica, procurando ubicarlo en su contexto; quién es la mano que maneja el cálamo y porqué escribe lo que escribe. Porque por lo general, cualquier escrito tiene detrás a un potencial mentiroso, ya sea por desconocimiento, repetición de un error anterior, interés u obligación. El caso de los autores cristianos antiguos es muy llamativo en este sentido, porque se trata posiblemente de los cronistas más mentirosos que existen. Los padres de la Iglesia no se detienen ante nada; falsificaciones, deformaciones interesadas, hechos directamente inventados, apariciones de santos, milagros marianos, batallas ficticias, omisión de hechos cruciales…todo es válido con tal de promulgar la Fe y demostrar que es la única Verdadera. El objetivo de los cronistas cristianos no es dejar constancia de los hechos históricos (deformados al gusto), sino transmitir el Dogma, y para ello mienten con una desfachatez y una naturalidad asombrosas, pues la mayoría profesa una fe fanática. Esto de por sí no sería un problema, no son la primera ni la única fuente dudosa, pero si le añadimos que hasta ayer mismo por la tarde para muchos historiadores europeos, ergo cristianos, la palabra de un Orosio o de un San Pablo era indiscutible porque viene inspirada desde Arriba, y que aún hay mucha gente en el avanzado Primer Mundo que cree en la literalidad de lo que pone en ese libro de aventuras judías llamado Biblia, el efecto en la investigación histórica ha sido arrasador.

¿Cuál es el motivo real, entonces? Al detenerse las conquistas, la principal fuente de suministro de esclavos se esfumó, y aplicando la regla de tres de la economía, el precio de los esclavos aumentó al mismo ritmo que se reducía la oferta. Un esclavo era caro de adquirir y además había que mantenerlo. Así que los grandes propietarios optaron por un modelo de servidumbre más barato, el colonato. Al colono no tenías que comprarlo, tampoco tenías que proveerle de alimento ni cobijo, ni tenía aspiraciones de libertad. Campesinos sin tierras, se instalaban en las villae de los ricos para trabajar el campo a cambio de una pequeña parte de la cosecha para su sustento. Aldeas enteras se ponían a disposición de un terrateniente a cambio de seguridad y protección. Sacrificaban sus libertades buscando eludir el hambre y la violencia. La mayor productividad frente a la mano de obra esclava es un mito, pero la reducción de costes para el patronus es una ventaja evidente.

Es cierto que la doctrina oficial de la Iglesia era favorable a la manumisión de esclavos, no en vano era parte de su apoyo social, y que en algunos casos particulares la piedad tuvo bastante que ver en ello. Pero hay que cuestionarse su papel real, ya que estamos hablando del mayor propietario de esclavos de la Península Ibérica en tiempos del Bajo Imperio y la Hispania visigoda. La Iglesia nunca atacó las bases de la institución, sólo abogaba por suavizar el trato, bajo la premisa de que los esclavos también tenían alma. Además, como vimos, las manumisiones también eran un método ventajoso para los amos, puesto que abarataban costes al tiempo que seguían disfrutando de prestaciones de sus libertos. Y cuando hay una ventaja económica, es difícil discernir hasta dónde influye el cochino interés monetario y hasta dónde el humanitarismo. En esto la Iglesia da uno de los ejemplos más claros de su peculiar y milenario sentido del humor; la manumisión de esclavos eclesiásticos obligaba a los nuevos libertos a trabajar para el clero cuando fuera requerido durante toda su vida, y la de sus hijos, y la de sus nietos, y la de…puesto que la Iglesia se consideraba “la patrona que nunca muere”. Gracioso, ¿verdad? Para más inri (nótese el chistecito religioso), era requisito previo a la manumisión que el obispo que la efectuaba se asegurase de que podía sustituir el “patrimonio” perdido, o se invalidaba. Como le ocurrió al obispo galaico Recemiro cuando en un arrebato de piedad liberó en su testamento a 500 esclavos de su diócesis, decisión que fue correspondientemente invalidada por un Concilio de Toledo, ya que no había previsto la sustitución de cada manumitido por dos siervos equivalentes. Claro que, como son muy suyos, los prelados cristianos no llamaban a sus esclavos servi o servuli, como todo el mundo, sino familiae ecclesiae, familia de la Iglesia, que quieras que no, parece diferente. Esta técnica, la de cambiar el nombre de la cosa para que parezca otra, se convertirá en una arraigada tradición hispánica.

Con el paso del tiempo, las condiciones de los colonos teóricamente libres empeoraron gravemente. Sin derechos, entregados al patronus, y soportando cargas cada vez mayores, eran adscritos a la tierra, se adquirían o vendían con el lote, se les prohibió residir fuera de él, y eran perseguidos y castigados si se fugaban. Así que su estatus real prácticamente se igualó con el de los esclavos, por lo que esta última fórmula jurídica cayó en desuso. En ámbitos rurales, tras unas pocas generaciones, ya nadie podía recordar si los abuelos de fulano eran esclavos o no, o si mengano era siervo o colono. Poco significado tenían los estatus jurídicos de cada uno cuando todos estaban supeditados al dominio del terrateniente y además eran todos analfabetos. Este proceso se alarga desde el Bajo Imperio hasta la Alta Edad Media, pasando por la caída del Imperio y las invasiones bárbaras (que como vemos, cambiaron sólo superficialmente el estado de las cosas, sobre todo para las clases bajas) y en él está el origen del protofeudalismo. Que en esencia, y para lo que nos ocupa, que son los desheredados de la historia, consiste en cambiar esclavos por siervos dependientes. Y que no me voy a meter ahora en zarandajas de explicar el feudalismo, hombre, que es largo de contar.

Así que paulatinamente la esclavitud desapareció, y los autores cristianos no carecen de de razón. ¿O no? Pues no. Hemos hablado del campo, donde trabajaba la mayor parte de la población, incluida la esclava, pero en la ciudad las cosas iban de otra manera. El papel de la ciudad había quedado reducido al militar, o de residencia del obispo o de los grandes aristócratas como condes (comes) o duques. A su alrededor se agrupaban los artesanos y oficios necesarios para atender sus necesidades. La esclavitud doméstica no se erradicó, sino todo lo contrario: asistentes, mayordomos, mozos de cuadra, carpinteros, concubinas…encontramos esclavos en los más variados cometidos, costumbre que continuará durante bastantes siglos todavía.

Concluyendo, no sólo los religiosos mienten descaradamente, como se podría uno imaginar, sino que con todos los matices que ustedes quieran, los historiadores marxistas estaban en lo cierto, y la desaparición de la esclavitud agrícola tiene más que ver con cambios socioeconómicos que con inspiraciones divinas. Nuestros desventurados protagonistas, al abandonar el arado, dejarán de ser la base de la economía, lo que para los marxófilos supondrá el paso a lo que llaman “sociedades feudales”, pero cumplirán un importante papel auxiliar en otros roles.

Abogado, experto en historia. Colabora con Jot Down.

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