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Biutiful Socialisme: Barcelona vista desde París

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1a PARTE: CIUDADES, BELLEZA…

Deseaba huir en este artículo de la gravedad y la secreta satisfacción en la que se inviste uno mismo al haber visto películas que aún no han sido estrenadas en los cines. De hecho, lo tenía planteado como dos críticas independientes en las que el miedo a destripar elementos de la trama me impedía hablar de temas importantes. Se me ocurrió entonces hibridarlo de alguna manera con la crónica de un viaje y con la idea de que uno se aproxima a la felicidad cuando se siente en casa en una ciudad extranjera y extranjero en su ciudad natal.

Y es que las dos películas que vi en una reciente escapada a Paris fueron “Biutiful” de Alejandro Iñárritu y “Film Socialisme” de Jean-Luc Godard y ambas guardan relación con la ciudad desde la que viajaba y en la que ahora vivo: Barcelona. Para seguir construyendo ecos resulta que el libro que releí durante ese fin de semana fue “Paris no se acaba nunca” deEnrique Vila-Matas, novela que habla de los años que éste pasó en la capital francesa tratando de aprender a ser escritor (y acudiendo mucho al cine). Hay pues en la novela una relación entre París y Barcelona digamos de ida y vuelta, diferente de algún modo (pero similar, en el fondo) a la de hallarse en Paris y descubrir dos películas que hablan sobre Barcelona.

Por si esto fuera poco, las dos películas tienen el viaje como telón de fondo. En “Film Socialisme” encontramos un crucero que surca el Mediterráneo y en “Biutiful” resonarían las palabras que abren otra película viajera, “El paso suspendido de la cigüeña” de Angelopoulos: ¿Cómo se va uno? ¿Por qué? ¿A dónde? ¿Era eso lo que decía el antiguo verso olvidado?. No olvides que ha llegado la hora de viajar. El viento se lleva tus ojos lejos…

A través del camino que emprende un Javier Bardemerrante, personaje underground que está a medio camino entre Sean Penn y Guillermo del Toro en “21 gramos”, descubrimos una Barcelona marginal, inhóspita, abandonada. Una visión poco complaciente de la ciudad, alejada radicalmente de esa visión de postal turística que dio Woody Allen en “Vicky Cristina Barcelona”. Miraba a mi alrededor en la oscuridad del cine parisino y me preguntaba: ¿se creerán los franceses o el público ajeno a la ciudad condal esta visión?. El debate surgía de la desconfianza. Y, en concreto, de una secuencia: una macro persecución policial desde Plaza Cataluña hasta mitad de las Ramblas por parte de unos mossos d´esquadra a un grupo de vendedores del top manta. La escena, atípica y desmedida, nunca antes vista en Barcelona, parece más bien sacada de la caza del FBI a unos traficantes de narcóticos.  ¿Se había planteado Iñárritu originalmente su guión para que sucediese en Barna? Perfectamente podría suceder en otras capitales europeas. En el propio Paris, o en Londres, cuando no en Lisboa o en Madrid. Cuando Woody Allen hacía buenas películas como “Manhattan” era imposible disociar las imágenes de Nueva York de la historia. “Ciudad de dios” sería inconcebible en otro espacio que no fueran las favelas de Río. Y pienso en otro retrato de Barcelona, “Biotaxia” de Jose María Nunes, que habla de la crisis de unos amantes y los enmarca en los retorcidos diseños arquitectónicos de Gaudí. O, ¿tendría la misma fuerza “Vértigo” de Hitchcock en una ciudad llana, sin las empinadas calles de San Francisco? La lista no se agotaría y conviene dejarlo aclarado: Iñárritu ha rodado su película en Barcelona porque es una ciudad que se presta a ello. Convergen sus intenciones como realizador con las ganas de que en Barcelona se rueden películas que sirvan como escaparate internacional (aún cuando a veces el tiro salga por la culata, como es el caso de “Biutiful”).

Y esto nos llevaría directamente a la visión que ofrece Godard en “Socialisme”. Cuando el súper ferry que recorre los mares echa el ancla en Barcelona vemos tres imágenes clave: una manifestación, un torero que lidia con un toro y la más enigmática: una mesa sobre la que una mano posa dos denarios. ¿Una ciudad vendida por dos monedas de oro?

2ª PARTE: CIUDADES, RELIGIÓN, FÚTBOL…

¿Barcelona vendida por dos monedas de oro?… La pregunta visual que plantea Godard en “Film Socialisme” no puede estar más vigente. Cuando regreso a Barcelona, la ciudad se engalana para la visita de Benedicto XVI. Un acto religioso que le sirve como escaparate a nivel mundial.

¿Se habla de religión en “Biutiful” y en “Film socialisme”? Se podría decir que sí, aunque ambas afrontan el tema desde dos perspectivas muy distintas. En la primera hay una pátina mística o paranormal. El personaje de Bardem posee la capacidad de ver a los difuntos. Se nos habla de una manera de afrontar la muerte y qué sucede después, ese gran enigma o miedo humano al que todas las religiones intentan dar respuesta o consuelo. Lo religioso en “Biutiful se diluye al tratar de abarcar una cantidad ingente de temas. Es cierto que la cinta encierra un mensaje sobre el mestizaje pero el crisol de líneas abiertas que se van superponiendo queda desdibujado por exceso. Igual que la dirección artística que carga en todos los interiores un exceso de atrezzo, una sobrecarga de elementos que saturan al ojo, lo atrofian sin aportar nada. Como virtudes, la capacidad de Iñárritu de crear imágenes cercanas a lo religioso: las aves migratorias como representación visual de la culpa; un uso de la música contenido y conmovedor; una cámara en mano inestable como los personajes pero que sabe en cada momento qué encuadrar.

Godard es más concreto. Cuando el barco que recorre el Mediterráneo hace escala en Palestina muestra la peliaguda situación de la zona con una imagen (tomada de una película de Agnès Varda): dos trapecistas realizan complicados movimientos en el aire mientras una chica recita el Corán y otra el Talmud. Situación crítica, funámbula, producida por la fe en dos religiones antagónicas que nunca llegan a entenderse y gravitan sobre el abismo y la destrucción. Otra imagen sorprendente: en el propio crucero de lujo se celebra una misa, filmada por Godard con seriedad. Sin embargo, no podemos evitar que nos choque al pensar que es una más de las actividades cutres que ofrece la programación del barco, al mismo nivel que la patética clase de gimnasia acuática en la piscina, la clase de tango en la discoteca o la variedad de juegos que invitan a la ludopatía.

No puedo desentenderme aunque quiera de la visita del Papa. A escasos metros de mi casa se halla la Sagrada Familia, estoy dentro del perímetro de seguridad (con las molestias que eso supone para poder entrar y salir). El domingo contemplo desde el balcón el hervidero de gente que se agolpa frente a una de las pantallas que retransmite la misa y pienso que sólo hay otro acontecimiento social que pueda reunir a  tanta gente: el fútbol.

La famosa frase atribuida a Karl Marx, “la religión es el opio del pueblo”, parece desplazarse en nuestros días hacia otro tipo de fe ciega. Una nueva religión, mucho menos exigente que las canónicas y que promete a sus adeptos alegrías terrenales, emoción y sufrimiento, espectáculo y diversión.

Esto nos lleva a otro momento de “Socialisme”, enmarcado dentro del fragmento en el que el ferry visita Barcelona. Hay dos secuencias. Una está extraída de “Historie(s) du cinema”, una joven contempla con el rostro alicaído a dos dictadores: Hitler y Stalin. La siguiente muestra a otra joven que mira con el rostro compungido una falta a cámara lenta sobre un jugador del Barça. La comparación nos llevaría a preguntarnos… ¿el fútbol como una  nueva fórmula de dictadura?

Miguel Blasco Marqués (Valencia, 1988). Lector ácrata e impenitente, cineasta jubilado, perfeccionista en las paellas, eterno diletante, fanático de los tacos mexicanos y de las tertulias que no conducen a nada. Trabaja como editor en Ediciones Contrabando.

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