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El mito de Esparta (IV): Yo fui una potencia mundial adolescente

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Después de salvar Occidente para que se convierta en 2500 años de nada en lo que es hoy en día (cristiano arriba, cristiano abajo), épicas victorias contra los persas mediante, el panorama político que se le presenta a nuestra aldea de aguerridos hombres con escudos debería ser un camino de sonrisas y buen rollo panhelénico, de fraternidad, paz y amor entre las criaturitas de Zeus, de sacar pechito como bastión de la salvación de los griegos…Pues se equivocan, la cosa tiene mucho más de sucio realismo soviético; la situación en que queda Esparta tras la guerra es complicada, paradójica y presagia borrascas en el tercio norte peninsular acercándose rápidamente.

Por un lado, si hay dos ciudades que han salido victoriosas contra pronóstico y pueden mirar al resto de Grecia por encima del hombro son Atenas y Esparta, líderes de la liga Panhelénica contra el persa. Pero la lucha está lejos de terminar; nobleza, prestigio y alta política obligan, y parece necesario arrojar a los bárbaros del resto de Grecia, el Egeo y las ciudades jonias. Esparta, como única polis que cuenta con militares profesionales, comanda las operaciones bélicas…aunque tampoco es que tenga muchas ganas de comandar nada. De hecho, la atrevida y rompedora propuesta espartana tras la guerra, siempre incansables ellos en la defensa de la libertad griega, es castigar a las polis que simpatizaron con Persia (es decir, casi todas) y que les den morcilla a las ciudades jonias, que a ver qué se les ha perdido a ellos en el Egeo y Oriente, que eso está muy lejos de casa. Además, hay que embarcarse para ir.

Y es que, por no tener, en aquella época los espartanos no tienen ni puerto ni flota propia digna de tal nombre (lo remarco por si han visto Troya y su impagable cartelito inicial “Puerto de Esparta, 08:15 a. m.”). Tomar el liderazgo efectivo de la Liga les supondría tener que construirlos, y aparte de costar una pasta que ha de salir de alguna parte, eso traería a Laconia cosas feas y modernas, como el comercio o los extranjeros. Incluso podría hacer que, horror y pavor…¡¡CAMBIARA ALGO!!  El ejemplo de Atenas tiene a nuestros muchachos con la mosca detrás de la oreja; la flota construida por Temístocles ha sido clave en la victoria griega, y en ella servían como marinos los atenienses de las clases más bajas, que lógicamente tras la guerra querrán y obtendrán voz y voto en política. Así, el origen de la democracia popular de Atenas es precisamente la flota, y claro, nosotros no queremos eso, ¿verdad?

Pero por otro lado, en el cochino juego de la política, o como dicen los finos, la realpolitik, tampoco podían dejar que Atenas se pusiera muy cachas, como efectivamente estaba haciendo ya. El miedo a tener un vecino desmesuradamente poderoso (y el miedo es un factor determinante en las decisiones políticas…bueno, qué carajo, si lo piensas bien, en casi todas) empujaba a Esparta en una dirección opuesta a sus deseos. Así que no tuvo más remedio que dirigir la campaña.

Peeeeeeeero…por un breve periodo, ya que Pausanias, el comandante del ejército aliado, fue llamado a consultas desde Esparta ante las protestas generalizadas del resto de griegos. La tradición dice que Pausanias vio las ventajas de poder enriquecerse y dejar de comer la sopa negra esa asquerosa que comían en Esparta, y se vendió al vil metal, el lujo y el desenfreno, además de vestirse como un persa, lo que enfadó a los aliados. Un poquito más allá de la anécdota colorista,  también dice que trataba bastante bruscamente a sus aliados, jonios sobre todo. El hecho de que el sustituto fuese a su vez devuelto a Esparta por Seur Urgente con un lacito indica que no era un problema particular de Pausanias, sino que a nuestros chicos sólo los aguantaban sus compatriotas. Así, Atenas queda en solitario al mando de la Liga, perfilándose los dos bloques que acabarán por darse de leches; Esparta, su boina y sus aliados de la Liga del Peloponeso, y Atenas al frente de la Liga de Delos.

En esta época sucede un episodio que pone al descubierto los miedos y puntos débiles espartanos. En 464 a. C., un tremendo terremoto se llevó por delante la mayor parte de la…ejem…ciudad de Esparta, incluido el gimnasio donde en aquel momento muchos musculosos efebos practicaban ejercicios (las fuentes no indican cuáles). Los hilotas aprovecharon el momento de debilidad espartana para sublevarse, desertar en masa y, literalmente, echarse al monte. Como no hay que dar malos ejemplos a las mascotas, que luego se ponen en plan revolucionario y la tenemos, el resto de polis griegas mandaron ayuda a Esparta. De esta ayuda, los 4.000 hoplitas atenienses, y sólo los atenienses, fueron enviados de vuelta a casa porque “no eran ya necesarios” y “ponían en peligro las costumbres espartanas con su moral relajada”. En otras palabras, ni en momentos tan difíciles el conservadurismo espartano (por no decir cerrilismo) estaba dispuesto a exponerse a influencias exteriores, menos de una polis tan emprendedora, activa y revolucionaria políticamente como Atenas. Hasta el punto de no tener mayor problema en insultar de esa forma al estado y al pueblo ateniense.

La expansión de Atenas, que la llevará a adoptar una actitud imperialista incluso con sus propios aliados, provocará roces con otras polis importantes también dadas a jugar a expandirse e intrigar como si se tratase de funcionarios ministeriales en busca de subsecretarías. Sobre todo tuvieron unos cuantos rifirafes con los insoportablemente veletas, metomentodos y traicioneros de los corintios, que corrieron veloces a llorar a su laconio primo de zumosol en cuanto recibieron dos collejas atenienses. Asustada por el poder de Atenas y sin otra opción que prestar ayuda a sus aliados para mantenerlos en su bando, nuestra peculiar polis entrará a regañadientes en una devastadora guerra contra Atenas, la Guerra del Peloponeso. Que acabará de nuevo con victoria espartana, victoria que sin embargo dejará Grecia hecha un asco y a Esparta en la incómoda posición más conocida como “con el culo al aire”. De nuevo también, sí. En el próximo capítulo, “La victoria más chunga”.

Abogado, experto en historia. Colabora con Jot Down.

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