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Postcapitalismo

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En la primavera de 2012, cuando andaba ultimando la postproducción de Trilogía del amor, me encontré con Manifiesto contra el trabajo (1999), un implacable libro del Grupo Krisis que no sólo transformó mi visión del mundo sino que, además, me atrajo como nunca antes a la lectura de las teorías políticas. Yo, que llevaba seis meses siendo okupa y formando parte activa de varios colectivos activistas, yo, que había leído a Piotr Kropotkin y que ilusamente me sentía tan anarquista como Francisco Ascaso en las asambleas en las que debatía, todavía tenía una importante asignatura pendiente: comprender la necesidad de la abolición del trabajo. Sucedía que entonces estaba educado para la vida laboral porque la familia de la que vengo es adicta al trabajo a pesar de ser burguesa por definición. Así que, aun estando económicamente preparado para el ocio, dado mi diseño artificial, firmé mi primer contrato laboral a los dos días de haber cumplido los dieciséis años. Desde aquel momento, fui repartidor de pizzas a domicilio, camarero de barra, camarero de mesas, auxiliar de cocina, operador de cámara en celebraciones de eventos, editor y etalonador de vídeo, soldado del Ejército del Aire e incluso trabajé en la red de alcantarillado durante un mes por medio de una empresa de trabajo temporal. Y así fui saltando de un curro a otro hasta los veintidós años, edad en la que me hice pequeño-burgués, es decir, vendía lo que iba haciendo y también aceptaba encargos, en mi caso, de realización de vídeo para empresas y otras gentes y pinturas para particulares. Como fuese, el mejor intento por explicar las transformaciones en las estructuras de clase es el de Nicos Poulantzas, que llama pequeña-burguesía tradicional a aquella cuyas relaciones de producción pertenecen al modo de producción mercantil simple, como por ejemplo los artesanos, y no al modo de producción capitalista, que sí sería burguesía. Poulantzas llama ‘nueva pequeña-burguesía’ a todas aquellas capas que antes eran profesionales liberales y ahora han sido salariadas, porque no son en absoluto ni clase obrera ni burguesía. Y, en cualquier caso, la clase media no existe.

Aparte de que ese mismo año 2012 cerré mi cuenta corriente y desde entonces no he vuelto a tratar con la banca excepto para hacerles escraches multitudinarios y en solitario, tampoco he vuelto a trabajar por dinero. Sí he aceptado encargos, sabiendo cuando decir No, pero no he recibido dinero por ninguno de ellos porque así lo he ido acordando. No obstante, aunque el capitalismo es toda clase de intercambio o trueque de mercancías, el papel específico del capital es el dinero. Y es este papel de lo que principalmente vengo huyendo. Sin embargo, ahora he de comprobar si esta reivindicación aparentemente legítima es anticapitalista o, por el contrario, está integrada en el capitalismo y lo refuerza. Para ello voy a empezar por acercarme a La crítica del valor, propuesta del Grupo Krisis que nació fuera de las universidades y de las capillas políticas, con el propósito de retomar una lectura de la realidad por medio de las categorías centrales de Karl Marx, de las que enlazo un resumen que hice en 2014, y con la intención de reconsiderar desde el inicio la teoría crítica, separando radicalmente en Marx lo que puede ser actual hoy en día: el núcleo conceptual de sus tesis de otra parte de su pensamiento que era llamada “el Marx esotérico”, aquel que se desplaza hacia la crítica categorial del capitalismo, es decir, el Marx que él mismo reivindicaba; y que era muy diferente del Marx exotérico, positivamente inclinado hacia el desarrollo inmanente del capitalismo, es decir, aquel que fundamenta las posiciones del marxismo tradicional y cuya función era identificar la propiedad de los medios de producción, como punto crucial que sustentaba el entramado de fuerzas políticas que había que reorganizar. En otras palabras, cosa del pasado.

Manifiesto comunista

Contigo empezó todo…

El marxismo que tiene sentido sostener en la coyuntura contemporánea es el esotérico, con el objetivo estratégico de cambiar la acción revolucionaria hacia la abolición del trabajo. Ni el socialismo estatalista del Este, ni el movimiento obrero occidental, ni los movimientos anticoloniales de liberación nacionalista, incluyendo a las corrientes más radicales, pueden calificarse de anticapitalistas porque su anticapitalismo no se refiere a la forma fundamental del Capital sino sólo a un capitalismo empírico dado, que no es sino una fase aún inmadura del desarrollo de la modernidad burguesa. Se trata, pues, de un marxismo burgués e inmanente de la modernización, que todavía forma parte de la historia de la conquista de la sociedad por el Capital. La retórica del punto de vista obrero, de la lucha de clases y de la explotación, pertenece a la teoría capitalista del desarrollo y refleja que el Capital no se ha encontrado aún a sí mismo. La tarea de este marxismo inmanente de la modernización, por ende, está obsoleta. Y la lucha de clases, que fue parte del proceso de imposición del Capital en su lógica formal y abstracta, ya ha tocado a su fin.

Durante un tiempo se creyó que el colapso de la Unión Soviética en 1991 había supuesto el triunfo del capitalismo como prueba de que no hay alternativas. Esta errónea creencia fue celebrada con júbilo por los burgueses, y también por parte de una izquierda regodeada en el sentimiento de que ya no se podía hacer nada, de que toda perspectiva de emancipación se había perdido. En este momento, cuando las teorías de emancipación y el marxismo parecían estar en su nivel más bajo, la crítica del valor empezó a demostrar lo contrario. La URSS había superado la propiedad privada de los medios de producción. Pero no había superado las categorías centrales del sistema capitalista -valor, mercancía, trabajo abstracto, dinero y fetichismo de la mercancía-, ya que formaba parte de la sociedad mundial de la mercancía.

Según Anselm Jappe, El colapso de la modernización (Robert Kurz, 1991) supuso una tesis diferente en relación a todas las explicaciones de la Unión Soviética únicamente a través de la estructura burocrática. La abolición de la URSS no era el triunfo del capitalismo occidental sino una etapa del derrumbe mundial gradual por etapas del sistema mundial de la mercancía. A expensas de que la década de 1990 se caracterizó por la aparente victoria del capitalismo -la euforia de las bolsas y la sociedad del pensamiento posmoderno-, ya desde el año 2000 los vientos empezaron a cambiar un poco, y mucho más a partir de la crisis de 2008. Es decir, las teorías de Marx han demostrado ampliamente no haber dicho su última palabra. De esta manera, contrariamente a las actuales versiones del marxismo cuyas tesis van desde la interpretación del mundo según el esquema de la lucha de clases hasta la propuesta de estrategias estadistas leninistas, lo particular de la crítica del valor es demostrar que las categorías centrales del marxismo y la definición marxista del capitalismo como relación social total que comprende a todos sus miembros son muy útiles hoy en día para entender por qué se está produciendo un auge de los mercados financieros, mercados cuya finalidad es la de retrasar en el tiempo el consumo de las materias primas.

Como es sabido, el capitalismo es un sistema abocado a su propia destrucción. Y uno de los conceptos principales del marxismo autónomo es la noción de crisis terminal. La crisis terminal apunta que el capitalismo entró hace varias décadas en una fase de declive y que ha ido perdiendo progresivamente su rentabilidad, ya que el capitalismo consiste esencialmente en el hecho de transformar el lado abstracto del trabajo en valor, valor que toma una forma visible en el dinero. Sucede que, desde el inicio, este proceso contiene la contradicción de que sólo el trabajo en el momento de su ejecución crea el valor. No obstante, la competencia empuja al uso de la tecnología, hecho que disminuye la parte del trabajo vivo y, por tanto, hace disminuir también el valor. Adaptativamente y durante mucho tiempo, el capitalismo ha sabido compensar esta tendencia del valor por medio de un aumento desproporcionado de la producción. Pero incluso este proceso de compensación tropezó con sus limitaciones al inicio de la década de los setenta, grosso modo. Además, esta crisis interna, o sea, con unos límites internos que el capitalismo no puede superar desde sus propias bases, fue reforzada en esa misma época por la crisis energética y la crisis ecológica, y también por el descontento social creciente provocado por las condiciones de vida creadas por el capitalismo y por una sociedad mercantil que consiguió satisfacer las necesidades materiales en una parte del mundo pero que a la vez ha dado lugar más que nunca a la sensación de vacío, a una sensación de vacío que ha colonizado todas las esferas de la vida y ha transformado todas las actividades que dan un sentido a la existencia, convirtiéndolas simplemente en consumo de mercancías. Se trata, por ende, del aspecto subjetivo de la sociedad mercantil que entró enormemente en crisis en los años setenta.

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De manifa… y tal.

La crisis terminal es la descripción de algo que ya se está dando como proceso irreversible. Ya no habrá un nuevo modelo de acumulación. El capitalismo ahora sólo sobrevive mediante la huida hacia delante del endeudamiento de los Estados y del endeudamiento privado. El capitalismo, según sus propios criterios de solvencia, ya habría quebrado hace décadas. Por tanto, sólo puede seguir sobreviviendo gracias a la simulación cada vez más masiva de rentabilidad. Por ello, en cada crisis financiera se aumenta aún más el volumen de crédito, en una huida hacia delante desesperada. Y es fácil ver que esto no podrá durar para siempre, y que no puede tener más que un final fatal. Es una evidencia de una importancia crucial que la izquierda todavía niega para mantener en pie su discurso obsoleto de que al capitalismo hay que combatirlo desde exterior. Como aproximé, la izquierda sólo admite la existencia de una crisis cíclica que va a ser momentánea y que pronto va a ser resuelta, por ejemplo, con la introducción de nuevas tecnologías. Por el contrario, esta resolución no va a ser posible porque toda nueva tecnología, desde el inicio, utiliza muy poca fuerza de trabajo humano. Y obviamente la informática no puede jugar el mismo papel que el que jugó el automóvil durante el fordismo.

Se trata, pues, de un proceso gradual que se desarrolla en diferentes temporalidades, en las desiguales capas de la sociedad y en las distintas regiones del mundo. Ya no se trata de norte y sur o de países ricos y países empobrecidos. Más bien, sería una estructura con manchas de leopardo. Es decir, en cada país habría islotes de ricos que a menudo son cercados por muros, mientras el resto del país es dejado en situación de abandono. Lo que sí que hay es cierta producción de valor en su modo clásico, por medio de las fábricas, y que podrán durar durante algún tiempo. Pero, es algo que se va reduciendo cada vez más, mientras los demás son dejados a su suerte. Porque hoy el problema no es la explotación, a pesar de que su forma es vergonzosa. Hoy el problema es que hay una buena parte de la población que simplemente es considerada superflua, excedente desde el punto de vista del capital, puesto que no puede ni producir de manera regular ni a la larga puede tampoco consumir. Sin embargo, no se cruzan de brazos esperando su muerte, que es lo que la lógica capitalista desea que ocurra. Al contrario. Todos los terrenos abandonados, todos los campos arrasados que el capitalismo ha dejado son márgenes donde pueden hacerse movimientos de emancipación y un conjunto de luchas reiteradas alrededor de las migajas de valorización, ya sea bajo la forma de las mafias, del narcotráfico o de la trata de personas y de la esclavitud. Son los modos en los que todas las personas que no pueden participar en los procesos de valorización de manera clásica se organizan de manera diferente. Pero incluso en términos capitalistas, esto no puede representar una alternativa porque toda esta economía paralela sólo puede funcionar si es capaz de parasitar el circuito del capital ahí donde funciona. Por ejemplo, el tráfico de drogas no podría funcionar si no hubiese países como los Estados Unidos o incluso países del sur donde siguen existiendo capas de la sociedad que tienen todavía un poder adquisitivo que les permite comprar la droga. O, como venía a decir Traffic (Steven Soderbergh, 2001), al igual que los jueces trabajan para la policía, la policía trabaja para las élites de las economías paralelas.

De la misma manera, el milagro económico chino asentó sus resultados principalmente sobre las exportaciones a los EEUU. Mas, si los EEUU padecieran una crisis aún mayor, no podrían importar la mercancía china, y este milagro se terminaría muy rápidamente. Porque la realidad es que todo el milagro chino está basado en los salarios bajos, lo que significa que no hay mucho poder adquisitivo en su interior. Y el colapso no es una cuestión a cincuenta años vista. No. La crisis ecológica y la crisis energética van a llegar a un punto de no retorno dentro de tan sólo veinte años. Los institutos de observación de la bolsa ya han diagnosticado que hemos llegado por fin al punto de ruptura. La situación del mercado financiero es tan frágil que cualquier contratiempo sería suficiente para que todo se derrumbe. Hay cifras astronómicas de dinero estacionadas en la esfera financiera. Y todo ese dinero se basa en la confianza. Pero cualquier evento, cualquier crisis económica, incluso en un país tan pequeño como Grecia, podría romper la cuerda. Y esta fractura vertería toda esa masa de dinero en la economía real, desencadenando una tremenda inflación mundial que supondrá una de la próximas etapas de la crisis del capitalismo.

La teoría de la crisis afirma que el capitalismo está abocado a desaparecer a media plazo, a destruirse incluso en ausencia de actores revolucionarios. Estos actores revolucionarios son cosa de un pasado en el que se creía que el final del capitalismo sería el resultado de la obra de quienes lo quieren combatir -comunistas, socialistas. Justamente ahí donde no hay una concepción de los límites internos del capitalismo, la idea es que el capitalismo siempre podrá continuar sobre sus propias bases, si no hay una fuerza -en su versión clásica, el proletariado industrial- que lo derroque a partir del momento en que no lo acepte. Sin embargo, hay algo ineluctable en el agotamiento del capitalismo, a pesar de que las formas de este agotamiento son demasiado largas y tortuosas. Con todo, no hay ninguna garantía sobre lo que podría llegar después, y tampoco se espera con certeza la formación de una sociedad emancipada. Lo que la crítica del valor tiene como horizonte es un cambio revolucionario de la sociedad. Pero no corriendo detrás de todo lo que se mueve bajo la forma de movimiento social, porque de esta manera no se ayuda ni siquiera a los mismos movimientos sociales. La teoría ha de entender también los límites estructurales de ciertos movimientos. Así, el punto fuerte de la crítica del valor es afirmar que el movimiento obrero histórico, al margen de ciertos méritos evidentes, también ha tenido como resultado esencial la integración de la clase obrera en la sociedad de la mercancía. Entonces, sobre todo una vez que la burguesía aceptó hacer concesiones, las minorías radicales fueron sacadas del juego rápidamente en favor de lo que se ha llamado Social Democracia.

Muchas luchas en el capitalismo, antes y ahora, han sido luchas para una mejor y más justa distribución de ciertas categorías que ya no se discutían ni se ponían en tela de juicio. El movimiento obrero clásico quería una distribución más justa del dinero, es decir, del valor. Era a menudo una reivindicación completamente legítima. Mas no era anticapitalista en realidad, sino todo lo contrario, ya que esta integración reforzó al capitalismo. Por estas ironías de la Historia, hubo veces en las que el movimiento obrero supo lo que era bueno para el capitalismo mejor que los mismos representantes recalcitrantes del capital. Se trata, pues, de no repetir esos errores. Y más hoy, que el pastel es cada vez más pequeño y el sistema ya no puede otorgar más concesiones. Paradójicamente, el reformismo se ha vuelto menos realista y los radicales son hoy los verdaderos realistas. Por ejemplo, la propuesta de restablecer un Estado Social en Europa como se hizo en la década de 1960, es menos realista que la búsqueda de docentes con vocación en el sistema educativo.

Con lo que nos encontramos actualmente es con un descontento muy fuerte provocado por la devastación de la mercancía. Devastación que se desarrolla en todos los niveles, tanto para los empobrecidos como para los ricos, y en todos los países del mundo. Aunque no todas las reacciones son necesariamente emancipatorias. Algunas luchas son meramente defensivas, para mantener un estatus. Por ejemplo, para mantener un salario. Asunto que se vuelve muy ambiguo cuando los obreros defienden sus fábricas, si son fábricas notablemente contaminantes. También hay movimientos que se focalizan en aspectos superficiales, como el fenómeno financiero. Por lo que se corre el riesgo de retomar a veces ciertos elementos del anticapitalismo truncado, falso, de la extrema derecha. Son movimientos populistas que están en auge en la Europa de hoy en día. Afortunadamente, hay movimientos que intentan ofrecer alternativas cualitativas. Se trata de algo que sólo se puede ir elaborando paulatinamente, con numerosas limitaciones y errores. Sin embargo, lo importante está en querer crear una alternativa cualitativa al capitalismo. Una sociedad que se base en el apoyo mutuo y en la no competencia. Una sociedad que restablezca las lógicas del don y la circulación de los dones por encima del intercambio de mercancías, con una forma de vida que se oponga tanto al individualismo desenfrenado de las sociedades de consumo como al colectivismo totalitarista. Así como Antonio Gramsci echaba de menos en el Renacimiento italiano la convulsión de los estratos más profundos de la sociedad, de las masas campesinas, que sí incidió en la estructura económica y política y en la orientación cultural y teórica de la sociedad francesa por su Revolución y de la alemana por su Reforma protestante, lo que hoy necesitamos es una revolución de raíz. Para ello, hay que evitar las trampas en las que cayeron muchos de los movimientos revolucionarios del pasado y procurar no sustituir un dogmatismo por otro. Hemos de intentar siempre elaborar nuevas vías sin caer en un relativismo generalizado, salvaguardando los principios esenciales. De lo que se trata es de ofrecer otra forma de vida que no se integre en la sociedad capitalista existente sino que intente inventar nuevas formas de felicidad y de imaginarios colectivos, así como que dé nuevas definiciones de lo que hace que la vida merezca ser vivida. Y para esto están los zapatistas, que son una de las mejores fuentes de inspiración para una revolución de raíz.

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El renacentista Gramsci.

Los zapatistas hablan de mandar obedeciendo, y sus siete principios son: Servir y no servirse; Representar y no suplantar; Construir y no destruir; Obedecer y No mandar; Proponer y no imponer; Convencer y no vencer; y Bajar y no subir. Estos principios no son algo que se reserven para sus comunidades sino que esperan que el mandar obedeciendo sea el principio motor de una nueva cultura política en México, explicando que el Partido Revolucionario Institucional es una cultura política transversal y que por ello carece de sentido tratar de cambiarlo por el Partido de Acción Nacional o por el Partido de la Revolución Democrática, ya que estos también forman parte de la cultura política príista. Más allá del tópico de que están en sus comunidades, los zapatistas organizan encuentros, hacen marchas, exigen que se cumplan los acuerdos pactados con ellos, interpelan al gobierno y tratan de fortalecer la señora sociedad civil, que es la parte de los sin parte. La idea de cambiar al mundo sin tomar el poder no significa darle la espalda al poder político sino tratar de cambiar los términos de las relaciones políticas entre los gobernantes y los gobernados. De esta forma, los zapatistas no se plantean tomar el poder, ni les interesa tener cargos en el gobierno. Lo que quieren es que la gente participe y su voz sea escuchada y atendida. Piensan que no importa quién esté en el gobierno mientras se mande obedeciendo. Es decir, la gente ha de obligar al gobernante a realizar su labor de acuerdo al interés de la gente y no de acuerdo al interés de un partido o de un grupo económico o religioso, tal y como fue la democracia en la antigua Grecia durante doscientos años.

Así, como diría Amador Fernández-Savater, el discurso de las nuevas formaciones políticas en España es bien parecido, puesto que hablan de quebrar la lógica de representación para poner las instituciones al servicio de la gente, a pesar de que atraviesen la vía electoral como medio para abrir su gobierno a la gente. Sin embargo, los zapatistas plantean que las dos lógicas existentes son las estructuras de gobierno y la gente, arriba y abajo, y que se trata de cambiar la relación entre ellas. La diferencia es que el contrapoder de las nuevas formaciones políticas se halla dentro de la apuesta institucional, como lo son los Círculos, mientras que en la propuesta zapatista el contrapoder está fuera, en la gente, organizada o no, y en los movimientos. Por un lado, el Partido-movimiento. Por otro, separar partido y movimientos y cambiar la relación entre ambos. El Partido-movimiento se asegura mediante distintas formas de control como lo son los mecanismos de transparencia y de participación. En la separación zapatista, por el contrario, se trata de que el gobierno reconozca en la práctica que la fuente del poder y de la orientación de las políticas es el pueblo.

No obstante, el problema de las nuevas formaciones políticas es que alinea todas las energías en torno a la apuesta electoral-estatal, vaciando las calles de iniciativas de las que abren y amplían la organización establecida de lo posible. Y el contratiempo de la propuesta zapatista es saber cómo se llega a asegurar el mandar obedeciendo, contratiempo por el que, después de años de fuertes movilizaciones que la clase política no ha escuchado ni atendido, los zapatistas han optado por centrarse en crear autonomía en sus comunidades. De esta manera, salvando la distancia entre la noción de Partido-movimiento y la separación de ambos conceptos, el camino que llevamos en España es similar. Sólo queda, pues, comprender la urgente necesidad de abolir el trabajo asalariado para dejar de ser mercancía en manos de políticos y la de cerrar todas las cuentas corrientes y bancarias para empezar a vivir en el postcapitalismo.

Cineasta con siete largometrajes, casi una veintena de cortos e incontables participaciones en proyectos ajenos o/y colectivos a mis espaldas. Pintor que gusta en darse baños de color. Y escritor que preferiría ser ágrafo. Estoy preparándome para huir al margen del Estado, fuera del sistema. Me explico en "Dulce Leviatán": https://vimeo.com/user38204696/videos

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