Cuadernos

Tras los pasos de Fitzcarraldo.

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“Déjenme que les cuente una cosa…. llevo 25 años en Manaus… vine con las mejores intenciones… pero, ¿qué quieren que les diga? Viviendo aquí mis convicciones morales y mi ética, perdón por la palabra, se han ido a la mierda…” (Sergio, frutero peruano del Mercado Público de Manaus).

1. No es difícil imaginarse a un Werner Herzog delgaducho y patilargo caminar por las calles de Manaus hace 30 años. La ciudad, el gran buñuelo del Amazonas, la herida en mitad de la jungla o el gran anti-haiku, al menos, conserva ese genuino ambiente portuario que debían tener ciudades como Barcelona o Valencia antes de que las convirtieran en parques temáticos. Es decir: un espacio donde carteristas, raponeros, camorristas, desempleados, ex garampeiros, jugadores de dado, tahúres de billar,  serenateros trasnochados, vagabundos, revendedores de joyas, detectives sospechosos, echadores de suerte, timadores profesionales, anunciadores de ungüentos, turistas de crucero, pregoneros, chulos, lateros, predicadores, marineros, prostitutas, cantantes de balada, pescadores, camellos, artesanos…. conviven en paz y armonía.

2. Ciudades de la frontera. Lugares peculiares. Territorios para rodar un western moderno. La frontera de Chuy/Chui entre Brasil y Uruguay: las hordas de brasileños comprando electrodomésticos y aparatos informáticos baratos en las calles uruguayas de ese pueblo de mala muerte. Dajabon y Pedernales: la frontera entre República Dominicana y Haití: espacio donde no existen los escrúpulos. Niños mendigando en la calle. Se cuentan historias terribles de tráfico de personas. Funcionarios aduaneros corruptos de aspecto repulsivo. Pero Manaus es distinto. Es la frontera entre el Hombre y la Naturaleza. ¿No es este tipo de fronteras el que más le gusta a Herzog?

3. En la primera escena de Fitzcarraldo Klaus Kinski y Claudia Cardinale llegan desde Iquitos (a más de mil kilómetros de distancia) en un barquito para ver en el Gran Teatro de la Ópera a Enrico Caruso, il divo. Hoy el Gran Teatro del Amazonas es un resquicio más de una época de delirio absoluto. La película, a 30 años de distancia, parece decirnos: precaución contra los fanáticos. Es como una tesis ampliada de uno de los primeros cortometrajes del director alemán.

4. ¿Y qué tipo de fanáticos aparecen en Fitzcarraldo? Unos señores, magnates del caucho, que con copa de cachaza en mano, puro en la otra, revólver en el cinto, mansión en la jungla y un montón de esclavos (indígenas) a su servicio… se dedicaban a exprimir las lágrimas del sagrado cautchouc. Una adicta al glamour y baronesa von Thyssen de la jet set amazónica (los hijos de puta del caucho) que regenta una escuela de cortesanas y está zumbada por la ópera. Un señor bajito y loco, el heredero de una inmensa fortuna europea, que harto de dilapidar su dinero en empresas imposibles (un ferrocarril transalpino, una fábrica de hielo) desea montar una ópera en mitad de la selva, (¡¡y después de una ópera, ¿qué…?!! ése puede ser el peligro) no lo consigue, por suerte, pero en su empeño y como tremenda tarjeta de visita tala media montaña y traslada un barco de una punta a otra del río. Los soñadores pueden mover montañas, sí, pero lo que sueñan hoy, mañana puede transformarse en pesadilla.

5. Fitzcarraldo, como el Sultán Mohamed en la toma de Bizancio -como todos aquellos poseídos por una idea fija- estima que ningún precio es demasiado elevado para la consecución de su deseo. Otra definición de fanático: aquel a quien han privado de su voluntad. Lavados de cerebro modernos: los fieles de la iglesia evangélica, ese ominoso invento americano para recuperar a las bases tras la influencia de la teología de la liberación. Horrible asistir a una ceremonia de estos zombies evangélicos. Por cierto, en Brasil, tienen su principal bastión.

6. Tuvimos la suerte de poder emprender la ruta al revés  -de Manaus a Iquitos- en un barquito muy similar al de la película que transporta a personas de todos los pueblos que están en esa ruta. El motor del barco murió a mitad del trayecto y fuimos remolcados por un carguero pirata. A través de los altavoces, cada día, el simpático capitán del navío decía que estábamos en manos de Dios, que Dios quería que estuviéramos allí y rezaba salmos a modo de mensajes informativos. Todas las noches veíamos Gran Hermano Brasil desde la cubierta del barco y escuchábamos brega a todo volumen hasta bien entrada la noche. Otras formas de fanatismo.

Para hacer justicia al film de Herzog sólo faltó que nos atacara alguna tribu perdida, algo que, personalmente, me hubiese encantado… porque cuando uno ve ese monumento, esa obra de arte, esa maravilla que cambia de colores según la luz del sol, la vegetación (uno no se aburre de mirarla durante los ocho días de trayecto), el misterio, la paz, la grandeza… todo eso que es el río Amazonas… es imposible no sentir dolor y rabia por todas las agresiones que se le han hecho y se le están haciendo.

El Amazonas es la última muestra de una Naturaleza que nos está diciendo: ahí os vais a quedar, imbéciles, no sabéis nada…

7. La última instantánea del Amazonas será como esas fotografías que ponen para escandalizar en los paquetes de tabaco: un anuncio anunciado. Será el final. Y Brasil, ese país con números macroeconómicos boyantes, actúa hoy en día como uno de los magnates del caucho de Fitzcarraldo, con puro y copa en la mano está diciendo: “Chicos, vengan a mamar del bote, vamos a exprimir el zumo hasta que ya no quede fruta”.

8. Manaus es un claro ejemplo de este tipo de jugada o pensamiento. Y lo más bonito de la ciudad es ver los edificios abandonados, los grandes palacetes, los hoteles que nunca se llegaron a terminar…  ver que a poco que la mano del hombre desaparece, la jungla reclama lo que es suyo. Es el escenario perfecto para una película de ciencia ficción que comience justo después de una alegre debacle nuclear. Tras la fachada de todas estas arquitecturas que tienden a la desaparición se ve una frondosa y salvaje vegetación que recuerda a los espacios deshabitados de So nom de Venise dans Calcuta desert de Marguerite Duras. Otros fantasmas del colonialismo.

¿Y si hubiese que hacer hoy un remake desesperado de esta película dirigida -o no- por un Herzog acuciado por sus deudas de juego en Las Vegas?  ¿Quién haría hoy una puesta al día contundente? Repito, 30 años después, de fitzcarraldos está lleno el mundo. Y venían de tiempo atrás. Los famosos “emprendedores”, razonablemente, dan miedo. ¿Tal vez un ecologista radical que trate hoy día, más allá de organismos internacionales empantanados, de hacer las cosas de manera diferente? Este sería un fitzcarraldo positivo: aquel que devuelva a la Naturaleza lo que es suyo. Sería como un gran rebobinado de la famosa secuencia en la que el barquito pasa de un lado al otro del río por la montaña taladita. ¿Y un fitzcarraldo negativo, un loco más peligroso que Kinski? Abran un diario. Sección Internacional o Economía.

Miguel Blasco Marqués (Valencia, 1988). Lector ácrata e impenitente, cineasta jubilado, perfeccionista en las paellas, eterno diletante, fanático de los tacos mexicanos y de las tertulias que no conducen a nada. Trabaja como editor en Ediciones Contrabando.

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