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Visiones del terror: De Bogdanovich a Portabella

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Escribía este artículo sobre tres películas de terror atípicas cuando me dieron la noticia del fallecimiento de Iván Zulueta. Trágica coincidencia, una de ellas era “Arrebato” (1979). Sirva pues como homenaje póstumo al más auténtico de los cineastas outsiders que ha tenido el cine español.

“Arrebato” es una de esas películas que siempre me ha inspirado respeto. Recuerdo la primera vez que la pasaron en el programa Versión española: no terminé de verla. Me fui a la cama asustado. Aun hoy, verla de noche, me provoca cierto malestar. La historia plantea una doble adicción: al cine y a las drogas.

Si bien existen multitud de películas sobre el mundo de las drogas, pocos directores (Philippe Garrel durante su primera etapa sería otro) han tomado experiencias de sus viajes y las han plasmado en un tipo de cine genuinamente psicotrópico. Pero, sin duda, el discurso potente en “Arrebato”  es el del poder de la imagen. Esa cualidad física y fantasmagórica que el celuloide posee: quedar impresionados en un soporte que permite la proyección de ese instante. Dos directores, dos cineastas agotados por la heroína y una cámara de súper 8 que posee autonomía y vampiriza literalmente a las personas que filma, las transporta al otro lado, a la propia película. Pienso que es ahí dónde ahora se halla Iván Zulueta, igual que la última y turbadora secuencia de “Arrebato”, en la que Eusebio Poncela, suálter ego, es seducido por el rostro de Will More y se decide a cruzar la línea, a entrar en ese no-lugarhechizante que promete la inmortalidad a 24 fotogramas por segundo.

Un bosque espectral, filmado en un siniestro blanco y negro, envuelto en una bruma espesa, mientras suena una música tétrica. De pronto, aparecen unos operarios con máquinas de humo y descubrimos que son ellos los que están creando esa atmosfera terrorífica. Estamos a las afueras de Barcelona, en el rodaje de “El conde Drácula” de Jesús Franco, con Christopher Lee en el papel del célebre chupasangre.

Esta es una de las primeras secuencias de “Vampir, Cuadecuc”  (1970) de Pere Portabella,  obra  que también “vampiriza” -en este caso, la película de Jess Franco- transcendiendo el simple making off para crear una película nueva, totalmente distinta. Filmarla con negativo de sonido en blanco y negro,  le da una estética que en momentos se acerca a la pesadilla o al sueño, una extraña plástica acompañada de una banda sonora inquietante compuesta por Carles Santos.

1967, Estados Unidos. Peter Bogdanovich debuta en el largometraje con “Targets”, en España traducida ramplonamente como “El héroe anda suelto”.

La primera secuencia guarda cierto parecido con  “Vampir, cuadecuc”. Vemos una película de terror conBoris Karloff como protagonista mientras se montan los títulos de crédito. Al finalizar estos, aparece un cartel de The end y descubrimos que estamos en una sala de proyección con los productores y el propio Karloff (en la ficción, Byron Orlok, seudónimo con un guiño al “Nosferatu” de F.W Murnau), visionando el film. “Arrebato” también está trufada de homenajes al cine clásico, sobre todo al cine de Alfred Hitchcock,maestro del terror psicológico venerado por Zulueta, una impronta del cine americano underground (Kenneth Anger, Warhol, Morrisey), así como una banda sonora inspirada en la melodía desasosegante de  “Ojos sin rostro” (1960) del francés Georges Franju.

¿Vio Pere Portabella  el primer film de Bogdanovich? Poco importa, en realidad. Ambas cintas comparten una temática muy similar aunque su ejecución es completamente distinta. Portabella crea un film cercano a los postulados de la vanguardia, clasificado erróneamente como documental. La película es una reflexión sobre los mecanismos del cine de terror, evidenciándolos. Utiliza el terror (o el revelado del terror) como método para boicotear al espectador. Vemos los trucajes, los efectos de luz, el atrezzo cutre, la sangre de mentiras, las actrices híper maquilladas, los actores sobreactuados… Tal vez sea este el género cinematográfico más sadomasoquista, en el que pagamos una entrada para pasarlo mal. “Vampir, cuadecuc” se encarga de indagar cómo es posible que una ficción tan evidente pueda provocarnos esos estados de ánimo.

Bogdanovich, por su parte, se basa en el cine clásico para reventarlo con mala leche. Su película no puede ser más académica en su uso de los planos-contraplanos, los subjetivos, el empleo de luz narrativa, los movimientos de cámara… La primera reflexión de esta cinta viene dada por la figura del propio actor: Byron Orlok-Boris Karloff, desmotivado porque sus películas ya no asustan a nadie. Y es que si analizamos la evolución del cine de terror, comprobaremos enseguida que éste ha tenido que reinventarse según los miedos de la gente. ¿No fue Ed Wood quien trató de rescatar a Bela Lugosi? Efectivamente, hubo un momento en el los  grandes rostros del terror se agotaron. A poca gente le daba miedo un señor vestido de Drácula mirando a cámara. De hecho, hoy en día, “el susto”, el hacer saltar al espectador de su butaca, truco que recuerda más a las atracciones de feria que al cine, se ha popularizado. Se inició con “El proyecto de labruja de Blair” y ha ido agotándose en películas como “Monstruoso”, “Quarantine” (remake yanqui de “REC”) o la reciente “Paranormal Activity”.

Volviendo a “Targets”, la película ofrece una segunda lectura: la trama que se desarrolla en paralelo a la del actor en el ocaso de su carrera. Una historia de terror “real”, en la que un joven, el prototipo del americano de clase media, felizmente casado, con una vida normal, empieza a obsesionarse enfermizamente con las armas y sueña con matar. Una mañana se le cruzan los cables y comienza una carnicería.

Si en “The last picture show” (1971), Bogdanovich nos aclara fielmente porque muchos jóvenes americanos se iban a la guerra, en “Targets” mete el dedo en la llaga y nos habla de una sociedad neurótica y las obsesiones que pueden derivarse de la pasión por las armas de fuego (y de su venta en tiendas como si fueran chucherías), adelantándose así al género del psycho killer o a algunas películas que han analizado a posteriori desagradables hechos sangrientos como “Elephant” (2003) de Gus Van Sant.

El escritor Enrique Vila-Matas confesó que con su primera novela, “La asesina ilustrada” (1977) lo que deseaba internamente era asesinar al lector, escribir algo que lo fulminase en el acto. En su primer film, Bogdanovich consigue algo parecido con el cine. Elpsycho killer se refugia en un autocine, sube por detrás de la pantalla y mientras se proyecta “El terror”  (1963) de Roger Corman, hace un agujerito con su rifle de mira telescópica en la pantalla y se lía a tiros con los espectadores que mueren en sus coches comiendo palomitas o enrollándose con su pareja en el asiento de atrás. Un cine que mata, una película asesina, el terror verdadero.

Tres visones del terror particulares, nada complacientes, atípicas, turbadoras, excitantes, con imágenes que se quedan en la retina y la embriagan. Tres películas potentes que recomiendo para pasar un buen/mal rato…

Miguel Blasco Marqués (Valencia, 1988). Lector ácrata e impenitente, cineasta jubilado, perfeccionista en las paellas, eterno diletante, fanático de los tacos mexicanos y de las tertulias que no conducen a nada. Trabaja como editor en Ediciones Contrabando.

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