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Dayna Kurtz: “No da miedo decir lo que uno piensa en América”

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Allá en la tierra del Tío Sam utilizan una expresión de traducción complicada para nosotros los íberos: ‘the real deal’. Podría ser algo auténtico, genuino; producto con denominación de origen y satisfacción 100% garantizada. Dayna Kurtz es ‘the real deal’. Lo es en disco, sobre el escenario, y fuera de él. Una habitante de esa torre de la canción a la que su admirado Leonard Cohen le cantó; aquella desde la que el judío budista le preguntaba a Hank Williams cuánta soledad podía depararle a sus inquilinos la residencia a pensión completa. Pero Hank no ha respondido todavía. Quizá sea solitaria esa torre, sí, y quizá cueste mantener en pie las empalizadas que mantengan a prudencial distancia a fariseos y advenedizos; sin embargo, para el viejo Cohen, para Dayna, para Hank y para cualquier otro adicto al ‘arrebato’ del acorde perfecto, no hay otra morada posible.

Antes desde Brooklyn, ahora desde su huerto de Nueva Orleans, la señora Kurtz sigue creciendo como artista. Muchos nos frotamos las manos al ver en lo que se ha convertido después de apenas 15 años en el negocio, una cifra tal vez sinónimo de eternidad para los que pretenden venir, ver y vencer en lo que se tarda en decir New Musical Express, pero un suspiro, en realidad, para quien, como Dayna, está aquí para quedarse. Para crecer. No le gustan las comparaciones con los tótems que ayudaron a cincelar su propia personalidad creativa, ella siempre tira de la neoyorquina malhablada que lleva dentro (y que rara vez oculta, como verán a continuación) para refutarlas con contundencia. Y no es falsa modestia. Kurtz todavía no está donde estuvo su mayor referente, Nina Simone, pero escuchando sus Secret Canon, esa selección de gemas perdidas del jazz y el r&b de la que acaba de despachar el segundo volumen, queda meridianamente claro hacia dónde se dirigen sus pasos. 

Quizá Secret Canon Vol.2  no sea tan purista, o tan monocromático, como el primer volumen, pero sigues resucitando viejas joyas ocultas del jazz. ¿Has tenido ya suficiente? Esto podría convertirse en un proyecto arqueológico sin fin…

Bueno, no creo que el primer volumen fuera tan purista, tan jazz. Sí que era más tranquilo, pero tenía mucho de r&b y de blues. Lo de las joyas ocultas es algo que siempre me ha atraído; recuerda que ya había alguna en Beautiful Yesterday. Nunca paro de buscar. Pero ya toca sacar un disco con canciones mías. Ya me pica el gusanillo y hay canciones que he compuesto a lo largo de los últimos tres años que tengo ganas de tocar más en directo. Aunque, como te digo, siempre voy a seguir ‘escarbando’ y creo que todavía tengo en el cajón material para un tercer Secret Canon. Disfruto muchísimo de todo el proceso. 

¿Puede darse la paradoja de que haya más obras maestras escondidas por ahí en algún baúl de las que han llegado a ser grandes éxitos?

Es posible. Aunque algunas canciones parecen estar hechas a prueba de balas, como si fuera imposible que no terminasen convertidas en éxitos. “Reconsider Me” es una de esas canciones, y de hecho fue un éxito en su día. Lo que pasa es que, por la razón que sea, no fue un éxito que perdurara en el tiempo fuera de Nueva Orleans, donde es un clásico y Johnny Adams un héroe local. La versión más conocida la grabó Narvel Felts para una radio country, pero jamás la pinchan en las radios de viejos éxitos country, por eso sentí que era un clásico oculto. A no ser que fueras un asiduo a las emisoras country de principios de los 70, dudo que la conocieras. Yo no la conocía, hasta que fui a Nueva Orleans. De todas formas, a mí no me hace falta que las canciones tengan ese aura de hit incontestable para que me enamore de ellas. Me encantan esas canciones pequeñas pero con algún giro genial; algo que sea sutil, que sea elegante. Las letras que se nota que están bien trabajadas siempre me seducen. No me sorprende que Floyd Nixon no tuviera éxito con “Do I Love You”. Creo que ni aunque la hubiera tocado Ray Charles habría sido un hit. Sin embargo es un tema increíble, emocionante, y me cautivó desde el primer momento. Ese es el tipo de canción que creo que más abunda, por encima de los ‘éxitos perdidos’. Un buen single, de esos que enganchan a la primera, es muy, muy difícil de componer. La gente que es capaz de escribir esas canciones me producen una admiración de la hostia. Yo no sé hacerlo, al menos no de una forma consciente. Y lo intento, créeme… (Risas) 

Le cambiaste el título a “Don’t play around with love” (“No juegues con el amor”) por “Don’t fuck around with love” (“No jodas con el amor”). Esto último suena más a advertencia, le va perfecto a la canción. Janet Klein a menudo tiene que meter pequeñas variaciones en las letras de sus versiones de temas de los años 20. Es la única forma de que la gente entienda qué dicen esas canciones. Tienen demasiado argot de hace 90 años. ¿Te has topado con retos parecidos?

Bueno, en realidad la primera versión que oí de esa canción sí que decía “don’t fuck around with love”. The Blenders, el grupo de doo-wop que sacó el single “Don’t play around with love” en 1962, grabó una versión ‘guarrilla’ para regalársela a los DJ y a alguna gente de la industria. La versión original no llegó a ningún lado (comercialmente hablando), pero la otra fue pasando de mano en mano entre ingenieros y coleccionistas. Es una delicia. En Youtube la puedes escuchar. No se puede decir ‘fuck’ en las radios americanas, así que grabé una versión más light para Estados Unidos… Cambio alguna que otra palabra de vez en cuando, sí. Si veo que no sueno convincente cantándola tal y como se compuso, pues meto alguna morcilla. Hago mucho trabajo de edición; a veces cambio de sitio un puente, o lo re-escribo, o quito versos con los que no conecto. En cuanto a Janet, es interesante que cambie las canciones para que se entiendan mejor. Es como traducir poesía de un idioma a otro, sólo que aquí se traduce de una época a otra. Es algo que yo nunca he hecho, pero la música popular de los años 20 tenía, como bien dices, un argot muy peculiar que puede sonar desfasadísimo, así que entiendo perfectamente por qué Janet lo hace. No suelen atraerme canciones cuyas letras sienta que no sonarían naturales en mi voz, por eso rara vez toco material de los años 20. 

Hemos empezado hablando de purismo. Tú, en realidad, no gastas de eso. Ahora bien, ¿es necesario un punto de purismo, de talibanismo si quieres, para preservar la esencia de ciertos estilos? Ya sea jazz, blues, flamenco, tango…

No hay nada de ‘puro’ en la música popular americana, y tampoco en el flamenco o el tango. Admiro a los que se sumergen en un estilo concreto, en una época concreta, y dedican su vida a hacerse expertos en ese estilo: bebop, blues del Delta… Pero, por ejemplo, estos dos estilos nacen de la improvisación y sus raíces nos llevan hasta África, al tiempo que se alimentan de muchos otros lugares. Entonces, exigirle a alguien que practica un género que bebe de la improvisación, ya hablemos de blues o de jazz, que se ciña a unos cánones, es como fosilizar esos géneros y, por lo tanto, negar su propia esencia. Todas las grandes figuras de cada género –salvo los que murieron demasiado jóvenes- empezaron en un momento dado a expandir sus horizontes. Si Hank Williams no hubiera muerto joven me apuesto lo que quieras a que se habría retroalimentado del rockabilly y del rock and roll. Johnny Cash cambió su manera de componer cuando se prendó de Bob Dylan. A Miles Davis le emocionaba la música de Jimi Hendrix y sin duda Hendrix terminó por influenciarle… 

¿Por eso llega una descendiente judía de New Jersey a tener una voz tan negra?

Cuando era pequeña tenía muchos amigos negros, y casi todos cantaban como los ángeles. Se pasaban el día cantando; en el autobús del colegio, en el patio… Yo quería entrar en el coro. Ojalá hubiera crecido en una de aquellas iglesias evangélicas, aunque no sea creyente. Pero igual habría creído en un dios que inspirara la música góspel afro-americana. (Risas) Sigo escuchando mucho góspel. Y, bueno, es halagador que creas que tengo una voz negra, pero me parece que no pasaría el corte. Además, así debe ser. En mi voz hay mucho de la judía de Jersey. La mayoría de los musicales de la época dorada de Broadway y muchos de los standards del jazz fueron compuestos por judíos que crecieron escuchando vodevil, cabaret y folk europeo para acabar enamorados de la música negra americana de los años 30, 40 y 50. Creo que yo tengo más en común con ellos que con los negros, la verdad. 

Contigo podemos tirar de aquello de “quién te ha visto y quién te ve”. De la cantante folk de los comienzos, guitarra acústica en ristre, a esa intérprete capaz de dejar boquiabierto a un teatro entero cantando “You fine girl” a capela y sin micro. ¿Uno llega a ser consciente de su propia evolución como intérprete o simplemente sucede? Un día te levantas y ya no eres la misma Dayna Kurtz de 2003…

Antes de nada, gracias por el piropo. (Risas) Yo nunca he sido tímida sobre el escenario, siempre me he sentido muy cómoda ahí arriba. Unas veces siento que evoluciono, y otras veces siento que estoy a punto de dar un paso decisivo, como si estuviera embarazada. También hay veces en que me estanco. Es algo cíclico. O, mejor dicho, es como una espiral ascendente; cada vez que giro estoy más cerca de las estrellas. Eso espero, al menos. Cualquier artista que se comprometa con su carrera con todas las consecuencias termina llegando a la misma conclusión: “Esto es lo que soy, no lo que hago”. Y no llegas a ese punto sin como mínimo creer que tienes algo especial que ofrecer. Aunque en un mal día igual te pones Blonde on Blonde o Astral Weeks y piensas, ¿para qué cojones voy a intentarlo siquiera? (Risas) 

¿Te sientes ahora más intérprete que cantautora? ¿Más Nina Simone que Joni Mitchell?

Cuando compongo me siento compositora. Cuando canto, me siento cantante. La gran cualidad de Nina, lo que más me ha inspirado de ella, fue su capacidad para que canciones que habían compuesto otros sonaran como si las hubiera compuesto ella misma. Es alucinante el poder que tenía. Es como una sacerdotisa, o una maga; capaz de ‘hechizarme’ literalmente cada vez que escucho su “I put a spell on you” (“Te lancé un hechizo”. ndr). He escuchado esa canción mil veces y siempre es como si la escuchara por primera vez; me deja de piedra desde que empieza hasta que termina. Y si además componía canciones como “Do I move you”, que adoro, pues… para qué quieres más. Pero en términos de elevar a categoría de bellas artes la tarea de composición, es Joni Mitchell quien me descubrió el cosmos, por así decirlo. Me pasé más de una década escuchando a Joni cada día. La escuché tanto cuando tenía veintipocos años que tuve que obligarme a dejar de escucharla para poder crecer como compositora, para recibir otras influencias, ser menos confesional en mis canciones. Y una de esas influencias fue Nina. En cada etapa de mi vida he echado mano de artistas que eran muy diferentes entre sí, para aprender de ellos, de sus puntos fuertes. Ya me daría con un canto en los dientes si alguna vez lograra ser la mitad de buena que Nina o Joni. Ambas son modelos a seguir, y siempre estaré conectada con ellas, pero hoy por hoy me siento más cercana a Nina Simone. 

Has comentado que cuando pasas de los 30 a una ya no le apetece tanto hablar de sí misma en las canciones. ¿Es que nos ponemos más máscaras con los años? ¿No debería ser al contrario?

No es tanto que no quiera hablar de mí misma como que ya no necesito convencer a nadie de lo que soy, o compartir mis sentimientos. Mis canciones, incluso cuando hablan de otras personas, son más sinceras ahora. Es curioso, porque, como dices, voy usando diferentes máscaras, pero descubro que al final encajan perfectamente con mi estado emocional. A través de ellas estoy aprendiendo un montón sobre mucha de la mierda que tenía por ahí arrinconada en la cabeza. 

¿Ha sido difícil cambiar Nueva York por Nueva Orleans? La ciudad que nunca duerme tiene fama de ser una droga dura…

Hay algunas cosas que echo de menos de Nueva York; alguna gente, algunas personas en concreto, ¡la comida! (Risas) … Pero no, no echo de menos despertar allí cada día. Nunca en mi vida me he sentido tan feliz como ahora. Hay ciudades que están en tu misma onda, y eso es Nueva Orleans para mí. Aquí me siento yo misma, y no me siento así en ningún otro sitio. Nueva York y yo no bailamos al mismo compás. Se mueve mucho más rápido que yo, y aunque sea divertido, porque lo es, al final te sobrepasa y te desgasta. Estoy encantada de haberme mudado. Creo incluso que me quedé en Nueva York más tiempo del que debería. 

Eso por no mencionar que Nueva York, París, Londres, se han convertido en ciudades para ricos…

Claro. Es una mierda ser artista en una ciudad tan cara. Ya no hay necesidad de estar allí, además. La industria musical irá a por ti hasta Nebraska si hace falta, si quieres que te encuentren. Me desagradaba profundamente vivir en una ciudad donde ganar dinero era la absoluta prioridad de la mayoría de la gente, les gustara o no. Vuelvo mucho por Nueva York, y siempre reacciono igual: primero pienso, “Dios, es increíble que viviera aquí tanto tiempo. Esta ciudad es de locos”, y después, “Dios, ¡cómo echaba de menos un buen pastrami!”. (Risas)

No eres la primera artista americana que tiene más éxito en Europa que en los propios Estados Unidos. Ahí están Sharon Jones, Elliott Murphy, o incluso Woody Allen, que probablemente llevaría décadas sin hacer cine si no fuera por el público europeo. ¿Cómo te hace sentir eso?

Pues muy afortunada. A mí me da igual de dónde sea la gente; lo bueno es que haya quienes disfruten con tu trabajo. 

Elliott Murphy vive en París, de hecho. ¿A ti se te pasa por la cabeza venirte a vivir a Europa? A tu querida Amsterdam, por ejemplo…

Sí que lo he pensado, pero no lo haré mientras mi madre viva. No quiero estar tan lejos de ella en caso de que me necesitase. Pero dentro de un tiempo me gustaría pasar un par de años en Amsterdam, también en Barcelona. No necesariamente por motivos profesionales, aunque sería la leche girar por Europa como europea; poder irme a Berlín a dar un concierto y volver a casa prácticamente en el mismo día. Cuando estaba en la universidad pasé un año en Inglaterra y me encantó el efecto que tuvo en mi cerebro sucumbir a una cultura extranjera. Esa sería mi mayor motivación. Es bueno para el espíritu. 

¿Nueva Orleans es como la aldea de Asterix y Obelix? Se resiste al invasor puritano del sur…

Lo de resistirse al invasor es algo que forma parte del carácter sureño en general. Los estados del sur se aferran a sus tradiciones con mucha cabezonería, lo cual da lugar a cosas negativas –son muy retrógrados en temas como el racismo o el sexo-, pero que tiene su lado positivo –aman profundamente la música, les encanta contar historias, compartir comida, se respeta a los mayores y, sobre todo, saben disfrutar de la vida, algo de lo que deberían aprender los yanquis-. En Nueva Orleans no se da tanto esa parte negativa, y tiene todo lo positivo. Para mí es la ciudad más ‘humana’ de toda América. Aquí veo un poso emocional que no encuentro en ninguna otra parte. 

¿América nunca se deshará del puritanismo, del fanatismo religioso?

Es que América fue fundada por puritanos. Aquí nunca nos vamos a librar de la religión. Hoy por hoy uno de los dos partidos que suelen gobernarnos está infiltrado hasta el tuétano por fanáticos religiosos. No pinta nada bien. Pero no me pidas que te lo explique, yo fui criada por ateos. Cuando empecé a girar por el sur el Cristianismo Evangélico me fascinaba, no me desagradaba en absoluto. Después George W. Bush fue elegido presidente y empecé a acojonarme. Con el tiempo he terminado teniendo una relación muy estrecha con cristianos practicantes de todo el país, y lo que más me gusta de ellos es cómo expresan su amor a Dios en todo lo que hacen. Ojalá yo pudiera encontrar consuelo en la fe, pero no estoy hecha para eso. No tengo ningún problema con la gente que sí que tiene fe, siempre que no insistan en que lo que ellos predican es la única manera de llevar una vida decente o de llegar al Cielo. La mayoría de los cristianos que conozco no son así. Creo que, en realidad, el porcentaje de cristianos irritantes (o peligrosos) en América es bastante pequeño. Pero hacen más ruido y se meten mucho más en política, lo cual es preocupante. 

A ti no te asusta expresar públicamente tus opiniones sobre cuestiones muy delicadas de tratar en tu país. El aborto, la homosexualidad… ¿Qué opinas de los artistas que se refieren a sí mismos como ‘apolíticos’? ¿Les importa todo un pimiento o tienen miedo a decir lo que piensan?

No da miedo decir lo que uno piensa en América. Sé que desde fuera puede parecer lo contrario, pero una de las cosas que más me gusta de Estados Unidos es que somos un país de bocazas y cabezones. Me llevo muy bien con gente con la que discrepo muchísimo. Ojalá fuera igual con nuestros políticos, porque antes los políticos también eran así. Y soy consciente de que hay cosas de la cultura sureña que horrorizan al resto del mundo civilizado, pero yo he descubierto que la mayoría de la gente aquí es más tolerante con los que no piensan igual que ellos que los estadounidenses del norte. Puedes encontrarte con un pedazo de paleto en Mississippi que se portará contigo de puta madre si le haces reír o si le gusta lo que cantas. Dirá algo como: “Para ser una hippie judía y una yanqui mola bastante”. (Risas) Ahora intenta meter a ese mismo tío en un bar de San Francisco. Le tratarán como a un leproso o como a un fenómeno de feria. 

Hace ya unos cuantos años versionaste el “Everybody Knows” de Leonard Cohen. Esa canción es de 1988. Así que, o bien Cohen es un profeta o bien olvidamos muy fácilmente lo que “todo el mundo sabe” y “cómo funcionan las cosas”. ¿Alguna vez tienes la tentación de darte por vencida respecto a la raza humana? De ir a lo tuyo y no preocuparte de nada más…

Sí, Leonard Cohen es un profeta. No lo dudes. Y claro que me desespero, y después recupero la esperanza otra vez. Tengo una ligera tendencia al cinismo, desde que era pequeña. Pero también tiendo a la alegría y a maravillarme por las cosas que me gustan. El nihilismo convierte la vida en algo triste. No sé si la humanidad sacará algo en claro, yo prefiero no pararme demasiado a pensar en ello. Llámame hippie, pero creo que seguimos teniendo el poder de cambiar las cosas. 

Para terminar, despéjame una duda: ¿qué tiene Diana Krall que no tengas tú?

(Risas) Te agradezco el trasfondo de esa pregunta, es bueno saber que hay quien comparte tus opiniones. Aunque a medida que voy cumpliendo años cada vez me doy más cuenta de que si me quejo por las cartas que me ha tocado jugar estoy siendo desagradecida y poco elegante. Tengo una suerte de la hostia. Hay muy pocos trabajos con los que, aunque no te hagas rico ni nada parecido, puedas disfrutar tanto. Viajo, me gano la vida tocando con gente a la que admiro, como estupendamente, bebo un vino buenísimo y tengo amigos por todo el mundo. ¡Joder, si me aplauden cuando termino de trabajar! (Risas) ¿Dónde está el límite de la ambición? No me entiendas mal, sería genial volver a ganar buen dinero con esta profesión y sentir que tu situación es más estable, como me pasó durante algunos años, en la época de Postcards from Downtown. ¡Aquello estaba de puta madre! Pero mi relativa falta de estabilidad financiera no es culpa de Diana Krall, y pensar lo contrario es mentirme a mí misma. Si me cabreo es por toda esa gente y todas esas multinacionales que sangran a los artistas, que devalúan nuestra obra y que incluso se enfadan si sugerimos que, tal vez, merecemos llevarnos un par de dólares de vez en cuando a cambio del trabajo al que dedicamos tiempo, dinero y talento.

*más información sobre Dayna en www.daynakurtz.com

fotos: Zack Smith

Traductor, periodista a regañadientes, copywriter. Quizás nos encontremos en Esquire, Vice, JotDown o en Miradas de Cine. Como me sobra el tiempo, edito Factory.

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