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Isaac Rosa: “El miedo es hoy uno de los rasgos característicos de nuestra generación”

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Con una gran aceptación entre un público lector preferentemente joven, Isaac Rosa (Sevilla, 1974) ha sacado a la luz La habitación oscura (Seix Barral). Su autor examina en ella la actitud y el comportamiento de toda una generación, la suya, la de aquellos nacidos en la década de los setenta durante los años de bonanza y el periodo actual de recesión. Se trata de una obra suministrada en riadas de texto, masivas en ocasiones, mediante las cuales se introduce al lector en la vorágine confusa de una habitación insonorizada y con todas sus ventanas cegadas. Las habilidades literarias otrora mostradas por Rosa se siguen mezclando con una profunda inquietud social y política como se tuvo ocasión de comprobar en sus otros libros, entre los que destacan La mano invisible (2011) o El vano ayer (2004) que fue galardonado con los premios Rómulo Gallegos, Ojo Crítico y Andalucía de la Crítica.

‘La habitación oscura’ es el libro de, a grandes rasgos y por simplificar, una generación, la de los setenta, que se siente colectivamente engañada y estafada, ¿se siente engañado y estafado a título personal?

Sí, porque la novela está escrita desde ese punto personal, hablo de mí mismo, de mi forma de ver las cosas y creo que eso es algo que comparto con gente que me rodea y no sólo de mi generación. Es una mezcla de desencanto y cierta rabia o resentimiento que no sabemos contra quién dirigir porque nos han engañado pero también nos hemos engañado y ahora debemos aplicarnos en la tarea de pedir cuentas y asumir nuestra responsabilidad.

En la novela no se mencionan nombres concretos de personajes hasta la página 93 y no hay diálogos propiamente dichos hasta la 160; se intercala la primera con la segunda persona en el relato y, en menor medida, se utiliza la tercera del singular ¿Por qué esa cabriola en lo que a estructura se refiere?

Lo que buscaba era construir el tipo de discurso que tendría alguien que está en la habitación oscura. Es un discurso embarullado, confuso, propio de alguien que vive la incertidumbre de encontrarse en ese espacio y no saber con quién está. Es un discurso obligadamente torrencial, de ahí que también esté escrito en grandes párrafos sin puntos y aparte prácticamente.

Como lo de intercalar las grabaciones con la narración de la historia bajo el título “REC”, ¿por qué hacer eso si luego queda claro a su debido tiempo qué son esas grabaciones, cómo y cuándo se han tomado?

Buscaba que la novela avanzase. Toda novela necesita una intriga que tire de la trama. En principio la concebí como una historia donde sólo hablaba de la habitación oscura y sus personajes pero a la mitad aparece eso que supone una historia paralela que, a la vez, forma parte de esa habitación y entonces surge esa segunda intriga que me permite introducir otros temas, al intercalar los vídeos voy tirando del lector y supone también un juego entre luz y oscuridad: por un lado esa oscuridad total que supone la habitación y, por otro lado, están los vídeos, que representan la luz, esa hipervisibilidad en la que vivimos.

Angustia pensar en la vida de una activista como Silvia: empeña su futuro, su comodidad, el desarrollo de una carrera profesional por solidarizarse con distintas causas sociales para llegar a la cuarentena sin trabajo fijo, sin experiencia profesional en trabajos estándar y con antecedentes policiales que dificultan aún más que pueda estabilizar su vida ¿Este personaje tiene alguna base real? ¿Conoció a alguien con las características de Silvia?

El personaje de Silvia está construido a partir de muchas personas de mi entorno que conozco, que lo han entregado todo y se la han jugado realmente. Es un personaje que vamos a ir viendo cada vez más en los próximos años, gente que se ha hartado del todo y que piensa que no vale lo que estamos haciendo, que esto no va a ninguna parte y que ha de plantearse otro tipo de cosas. La frase “el miedo debe cambiar de bando”, es algo que escucho cada vez más en mi entorno aunque de momento sin consecuencias. El personaje de Silvia sirve también para plantear en la novela las luchas que estamos librando hoy, cuáles son las líneas rojas. Además el hecho de que sea un personaje con el que muchos lectores pueden simpatizar porque es honesta, coherente y luchadora, despierta una serie de dudas: [que participe en] acciones que cruzan la línea roja, que se consideran excesivas, violentas o quizás contraproducentes porque traerán más represión le da al personaje esa complejidad que no tiene el informático, por ejemplo, un personaje mucho más turbio, del cual no sabemos sus motivaciones exactas.

Los personajes de la novela pasan de la autosuficiencia y, por tanto, de la indiferencia, al miedo, ante ese temor toman la iniciativa para luego volver a un conformismo, aunque más matizado, cuando sienten más miedo aún por las consecuencias de sus actos, ¿terminará rompiendo esa generación nacida en los setenta ese círculo vicioso que parece condenarla al inmovilismo?

El miedo es hoy uno de los rasgos característicos de una generación. Nosotros teníamos una seguridad que ya no poseemos y ahora tenemos miedo de perder más de lo que ya hemos perdido y de ver esfumarse para siempre la oportunidad de aquello que podríamos conseguir. Estamos en un momento en el que no queremos romper nada porque romper algo puede significar volver a la casilla de salida. Las generaciones anteriores también tienen elementos de miedo pero mayor seguridad, a nosotros se nos ha hundido el suelo bajo los pies. La generación posterior a la nuestra tiene menos miedo porque no tiene nada que perder.

Entonces, ¿el miedo estaría más motivado por no poder volver a la comodidad del pasado que por las consecuencias derivadas de intentar liberarse de las opresiones grandes o pequeñas de hoy?

No es miedo a la represión o a la violencia y seguimos bajo el síndrome del fin de la crisis, pensando que, dentro de cuatro o cinco años nos levantaremos un día y leeremos en el periódico “la crisis ha terminado”, como antes sucedía con las guerras y que recuperaremos al menos si no todo, sí una parte de aquello que habíamos perdido. Que las cosas volverán a ser como antes y que volveremos a creer en las promesas que nos hicieron. Y es mentira. Esto no es una crisis, que, como se suele decir, comienza en 2008 y va a terminar en el dos mil no sé cuánto, ésta es mucho más profunda. No se volverá a lo que un día fue. Eso nos lleva a vivir con cierto pesimismo y nostalgia.

¿Qué sentimientos guarda la generación de los setenta con respecto al legado que deja a las de los ochenta y noventa?

Nunca hemos sido conscientes de lo que valía aquello que teníamos. No nos damos cuenta de que lo perdido en meses costó décadas conseguirlo y además no se consiguió fácilmente sino a base de mucha lucha. Hay ciertos elementos que no volverán ni después de la crisis ni dentro de dos ni de cinco años; quizá nunca se recuperen. Por eso no vemos el vacío aún mayor que estamos dejando a los que vienen detrás.

¿La generación de los setenta podría llegar a temer incluso a la de los ochenta y noventa por si, debido a las acciones de estas últimas, se pierde lo poco que lograron ustedes?

Los nacidos en los ochenta y noventa se encontraron esto así. Han llegado a un mundo precario y no tienen elemento alguno de seguridad que les permita construir algo. Por eso pueden luchar más, porque no tienen nada que perder.

Si ustedes no tienen miedo, ¿hay, al menos, algo de desconfianza?

Yo no tengo desconfianza y espero más de ellos que de nosotros, los que se queden claro, y no se vayan fuera.

Tanto ‘La habitación oscura’ como ‘La mano invisible’ tienen un trasfondo político si tenemos en cuenta que lo social es político. Ahora bien, hay otras novelas claramente políticas como ‘¡Otra maldita novela sobre la Guerra Civil!’ y ‘El vano ayer’, ¿teme más a la crítica literaria o a la crítica política de sus novelas?

Hasta ahora las críticas literarias de mis novelas han sido muy positivas pero la crítica política no ha entrado muchas veces al fondo del debate que planteaba la novela en ese plano. Un amigo periodista me preguntaba si no me preocupaba que la novela política tapara la literatura teniendo en cuenta que la novela [La habitación oscura] tiene rasgos literarios más marcados. Le respondía que me preocupaba más que no se llegara hasta el fondo de la novela, que la recepción de la novela se quede en un asentimiento, en una valoración totalmente positiva porque el objetivo de esta novela es que el lector pelee con la obra. Quiero sacudir a mis lectores habituales para que discutan e impugnen el libro si hace falta.

Sí, pero al fin y al cabo ‘La habitación oscura’, aun teniendo trasfondo y contexto político, no estaba tan politizada como por ejemplo ‘El vano ayer’, ¿no le advirtió ese amigo periodista por aquel entonces acerca de las consecuencias de la crítica política relativas a una novela como la segunda?

Con El vano ayer pasó algo parecido: la crítica literaria solapó la crítica política. Se habló del manejo de los lenguajes, de los personajes, de la trama y no se entró a fondo en la lectura política de la Transición y de cómo se había elaborado esa parte del pasado a raíz de la ficción.  Me cuesta separar lo político de lo formal, lo ético de lo estético en mis novelas. Considero que toda decisión estética tiene consecuencias éticas. Cuando uno decide qué relato construye, qué personajes construye, cómo organiza una historia… eso son decisiones políticas y éticas.

¿Qué equilibrio ha de guardar, si es que existe una fórmula para ello, lo estético y lo ético en una novela o una obra de arte en general según su criterio?

En mi caso, habiendo intereses artísticos y literarios de fondo, creo que la forma en que se relacionan [ambos intereses] es una cuestión de eficacia. Cuando intento proponer al lector una interpretación o reinterpretación de qué nos ha ocurrido o cómo estamos hoy, creo que mis objetivos como autor los conseguiré mejor con una buena novela que con una novela mala o una novela a secas. Las voces, la aparición de los personajes, etcétera intento que sean funcionales para el discurso que quiero construir. Si escribes una novela, por ejemplo, sobre la violencia que se vive en nuestra sociedad, escribirás una novela violenta no sólo en cuanto a la trama sino en lo que se refiere también al lenguaje.

¿Se puede llegar a concebir una obra de arte bajo criterios exclusivamente estéticos sin esa funcionalidad concreta que describe?

Hablar de criterios puramente estéticos es ya una toma de posición política. En los tiempos que corren decir que hemos escrito una novela ateniéndonos a criterios estéticos es ya una decisión que ofrece al lector una determinada interpretación del mundo. No sólo hay ideología en una obra cuando se opone a la ideología dominante.

¿Cómo se aplican las técnicas y los recursos literarios a los textos periodísticos?

Yo busco una escritura eficaz, como decía antes. No son los mismos recursos cuando escribes una novela que cuando escribes un artículo pero sí hay elementos comunes: la pelea con el lenguaje porque el mismo está cargado de significado y no está desideologizado, en ocasiones el lenguaje habla por ti. Para mí hay un elemento de autoexigencia, yo soy el primer crítico de mis novelas y mis artículos. Muchas veces he vuelto a redactar un artículo porque veía que no funcionaba, no resultaba interesante. También está presente la idea en mis artículos y mis novelas de que no estamos tratando con la realidad sino con representaciones de la realidad. Hay un pulso también con dichas representaciones. También uso la ironía aunque la he ido templando con el tiempo. La ironía se ha convertido en el recurso de nuestros tiempos y eso acaba siendo una forma de no decir, de andar con rodeos. Es una forma de no acabar de implicarte.

En una conversación que mantuvo con la escritora Zoe Alameda, ella dijo que la fama hace más daño si cabe a los escritores jóvenes que a los veteranos, ¿cuál es su antídoto contra la fama?

En primer lugar cuestiono esa fama. Salvo los grandes escritores cuyos nombres todos tenemos en mente y que han sido muy mediáticos, el resto vivimos en una especie de clase media bastante discreta y [la fama] no nos afecta. Yo hablaría de la repercusión de tu literatura más que de la fama. Saber que hay un número de lectores que tienen un vínculo contigo aunque no estén esperando ansiosamente tu siguiente novela. Ya no escribes en el vacío sino que ellos están ahí, tienen unas expectativas que uno puede satisfacer, defraudar o, incluso, traicionar a conciencia

¿Esa conexión no hace que se sienta intimidado, cohibido o agarrotado?

No te sientes presionado, ni ahora ni con los libros anteriores. Ni creo que un libro tenga que medirse con los anteriores, que cada uno sea un poquito mejor. Yo los concibo como algo independiente.

En una charla con una asamblea de vecinos denunciaba un divorcio entre los escritores  y la sociedad española, ¿a qué se debió esa afirmación?

Es una de las razones por las que la literatura ha perdido relevancia social, cuenta menos y las consecuencias que puede tener se han perdido, junto con la consideración social y política de los propios escritores. Tiene que ver con la actitud de los autores y me incluyo yo, que no hemos estado a la altura de las circunstancias. Solemos pensar en la clase política, económica y financiera a la hora de reprocharles no haber visto venir la crisis ni haber tomado las medidas oportunas pero nadie habla de los creadores –cineastas  y escritores– que no estuvimos a la altura, aunque hubiera ya por aquel entonces voces críticas, disidentes y marginales. La narrativa de la democracia se sumó demasiado al consenso ideológico construido en España. Este es un país de consensos: primero fue el de la Transición, luego el democrático y también ha habido otro respecto al modelo económico. Lo que llamamos la burbuja, el ladrillo, fue un consenso al que se sumaron los creadores, no cuestionamos hacia dónde íbamos, no nos planteamos que la prosperidad tenía pies de barro y la literatura de entonces no supo iluminar eso ni acercarse a los conflictos que ya por aquella época existían. Si alguien mira la literatura española de principios de siglo pensará que éramos una sociedad sin conflictos y no había preocupaciones sociales, sentimentales ni políticas. Tampoco estoy de acuerdo con ese discurso del último ensayo de Antonio Muñoz Molina donde se decía que parecía que vivíamos en un país extranjero donde nadie vio nada. Eso no es cierto: también hubo disidentes que rompían el consenso y señalaban el espejismo de la prosperidad, lo que pasa es que esas voces quedaban fuera de foco.

Entonces esa laguna fabricada por los creadores se daría más por omisión que por ignorancia… sin embargo hay voces que hablan de la falta de perspectiva de una mayoría de economistas que no supieron anticipar lo que iba a suceder…

Con los economistas pasa igual que con los creadores. Los economistas ortodoxos nos convencieron de que esto iba a durar mucho tiempo pero junto a ellos había heterodoxos que desde mucho antes de la crisis alertaban de un pinchazo de la burbuja y lo dijeron en artículos y ensayos lo que pasa es que sus voces no se oían. No contaban con ningún tipo de eco mediático ni político porque rompía la ilusión y el consenso, es lo que pasó con la candidatura olímpica de Madrid, hubo una borrachera de optimismo donde hasta la gente más crítica se creyó que efectivamente todo estaba hecho y que Madrid se llevaba las olimpiadas. Al día siguiente de quedar eliminado, todo el mundo señalaba los problemas del dopaje y económicos.

Ha aseverado que, cuando alguien dice “soy escritor” está aludiendo o codiciando una posición social antes que describiendo una actividad intelectual o económica, ¿en qué consiste exactamente la posición social del escritor según su percepción? ¿Qué es un escritor?

Aunque el escritor haya perdido relevancia y ya no cuente a efectos intelectuales sí mantiene un cierto brillo, resplandor y prestigio que hace que otro tipo de profesionales ajenos a la literatura escriban una novela en un momento dado, ya sea un presentador de telediario, un empresario o un actor.

Entonces, ¿cómo se definiría?

Cada uno escribe por distintas motivaciones: unos por el prestigio, por vocación artística o por ganarse la vida. Aquí se ha creado una clase media de escritores que ha podido vivir de la literatura y de todo lo que rodea a ésta pero otros se han enriquecido y no sólo me refiero al best-seller americano sino también a escritores españoles que se les presentaba como “el autor que ha vendido un millón de ejemplares”, lanzándose así el mensaje de que se podía ganar mucho dinero con esta actividad. Tengo un poquito de todo eso aunque también lo hago por una doble motivación. Por un lado para comprender la realidad, es decir, para mí escribir es comprender, es una forma de conocimiento y, por otro lado, para intervenir, hablar con los lectores y con la sociedad e interpelarlos.

Visto como está el mundo del periodismo y la literatura parte de esas motivaciones seguramente se tambalearán tarde o temprano, ¿dónde se ve a medio y largo plazo?

El largo y medio plazo se ha caído para la gente de mi generación. Si hace cinco años nos preguntan, “¿dónde os veis con 45 o 50 años?”, habríamos respondido con seguridad pero si nos lo preguntan hoy somos como un lienzo en blanco. A día de hoy te diría que [me veo] en la literatura porque mi vocación es más la ficción que el periodismo y también por una cuestión material, porque cada vez va a ser más difícil vivir del periodismo por los despidos, el cierre de medios, el abaratamiento del trabajo, de los salarios y de las colaboraciones o el hecho de que haya gente dispuesta a trabajar gratis en algunos medios. Eso no quiere decir que sea más fácil vivir de la literatura porque la crisis sectorial del mundo editorial no se sabe si es mayor o menor que la del periodismo.

Pasión por el periodismo, la comunicación y la edición. A mi faceta como redactor y a mi formación en community management se suma mi experiencia como corrector y lector editorial. Devoción por el mundo del libro en general y fascinación por la literatura rusa en particular, la cual estoy descubriendo desde hace poco tiempo.

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