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Óscar García Blesa: “El buen gusto es una patraña”

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La verdad nunca fue escrita realmente como algo certero, pero sí teniendo como objetivo algún tipo de combinaciones reales. Óscar García Blesa, ante todo, es un amante de la música que recaló en Warner y Sony. Ahora trabaja para Napster, en competición con Deezer y Spotify, pero lo que atañe a la siguiente entrevista es su libro titulado Cintas de Cassette – La cara B de la música. En la obra se narran historias y tramas que podían contar mucho de las andazas del negocio musical. 

Desde que empieza hasta que termina, el libro tiene un trasfondo curioso: la pasión por la música en la industria. ¿Se trata de demostrar con tu experiencia que en las discográficas y demás sí se entiende de música, en contra de lo que cree la opinión general?

El libro está escrito por alguien que ama la música y circunstancialmente ha terminado trabajando en el negocio, haciendo de su pasión un oficio. Mi rol de aficionado es muy anterior al de trabajador. El negocio de la música tiene profesionales competentes y personajes ineptos, imagino que exactamente igual que en cualquier otro sector. 

¿Te has ganado algún enemigo por haber escrito “Cintas de cassette – La cara B de la música”?

No lo creo. Todos los personajes que aparecen están tratados con respeto y, mayoritariamente, con admiración. Hasta hoy nadie ha llamado para quejarse. 

¿Por qué crees que se piensa que el hecho de ser un alto cargo tiene que estar reñido con el buen gusto?

Los trabajadores de cualquier sector tratan de hacer negocio con su producto, quieren ganarse la vida vendiendo algo, a cuanta más gente mejor. El negocio de la música no es distinto. La cuestión no está en el gusto de uno mismo, sino en cuánta gente vas a convencer para que compren la música que promueves en ese momento. En ocasiones, lo que tratas de vender coincide con tus gustos personales, aunque no muy a menudo, la verdad. Objetivamente, bueno o malo, lo decide el beneficio. Hay álbumes artísticamente pobres que me han dado muchas alegrías vendiendo como rosquillas y otros notablemente ricos, desde un punto de vista musical, con los que he pasado malos momentos por sus pobres ventas. 

En tu caso, muy bien ejemplificado, describes experiencias personales siempre ligadas con la música de modo que acaban siendo interiorizadas por el que está leyendo la historia. ¿Realmente es la misma pasión aunque el gusto sea diferente en cada uno de nosotros?

¡Claro! Es imposible transmitir pasión si no crees en lo que haces. Es tu trabajo, estás obligado a mostrar respeto por todos los artistas que trabajan contigo. Después de casi 20 años te podría decir que no siento afinidad por la propuesta musical de, digamos, el 80% de los artistas con los que he trabajado. Pero una cosa es segura, en el 100% de los casos he puesto toda mi energía para conseguir que sus canciones llegaran al mayor número de personas posible. En el libro comparto experiencias con artistas que me han resultado enriquecedoras sin ponerle nota a la calidad de su propuesta musical. 

Y voy más allá: ¿qué demonios sería “el buen gusto”?

El buen gusto es una patraña. Desde mi punto de vista el buen gusto tiene mucho que ver con el contexto; lo que cada uno decide que le hace disfrutar en cada momento, individualmente o en grupo y dependiendo del estado de ánimo. ‘Vivir así es morir de amor’ de Camilo Sesto puede ser de un gusto exquisito en el contexto adecuado. Es fácil confundir el buen gusto con el esnobismo. 

Tomas a Rob Gordon (protagonista de “High Fidelity”) como guía. No obstante, veo que tu libro se asemeja mucho más al “31 Canciones” de Nick Hornby, por eso de narrar todo de una forma más humana.

Estoy de acuerdo. “31 canciones” tiene una estructura parecida a “Cintas De Cassette”. Hornby utiliza canciones y yo conciertos, fechas que me dan la excusa para contextualizar en el tiempo la trama. En “Alta Fidelidad” Hornby maneja muy bien la compleja personalidad de su protagonista. La manera en la que mezcla su rol de melómano enfermizo con su catastrófica vida sentimental me parece divertida y en cierto modo encierra un entrañable patetismo. Los compradores de discos somos un rara avis bastante incomprendidos. Establecer paralelismos con Rob Gordon en el libro tenía sentido. Cuando analizo el personaje veo lugares comunes con mi yo melómano que me hacen gracia. 

Es más, veo un nexo común entre lo que cuentas sobre el ‘I gotta feeling’ de Black Eyed Peas (“una canción redonda construida de imparable hedonismo con el sano y único propósito de hacer que otros lo pasen bien”) y lo que Hornby dice de Nelly Furtado y su ‘I’m like a bird’ (“pienso que es una canción pop muy buena, con una languidez soñadora y un optimismo marcado que la distingue inmediatamente de sus iguales anémicas y raquíticas”). Al final, se trata de explicar que hay bonitas canciones dentro del pop para vivir la vida, sin más. ¿Será que los que estamos en el negocio creemos que la música tiene que ser algo serio?

La industria discográfica es por definición un negocio de canciones. Al final del viaje, por encima de modas, artistas o etiquetas, lo que queda es la canción. Utilizo ‘I gotta feeling’ sólo como ejemplo. Tres minutos bien construidos que en su contexto lúdico cumplen a la perfección su objetivo. Que la canción sea balada lacrimógena o up tempo  bailable es intrascendente, en el contexto siempre está la clave.  

Haciendo un ejercicio de autocrítica, te diré que es posible que España, al ser un país tan pequeño (geográficamente hablando) con una escasez cultural tan remarcada, tiene unos “profesionales de la crítica” que tratan de aparentar demasiado una pose “cultureta” antes que un oficio tan bonito como el de periodista musical. O sea, que parece que escriben tratando de demostrar algo.

Hay una marcada tendencia a “boicotear” proyectos de éxito por el simple motivo de tener éxito. Es difícil encontrar firmas cualificadas hablando bien de artistas mainstream. Honestamente creo que se escudan en defender propuestas minoritarias por miedo al qué dirán, temerosos de que su gremio los tache de traidores. Es mucho más valiente hacer una columna sesuda defendiendo ‘Gangnam Style’, que alabar el próximo disco de Sigur Rós aunque éste fuese una colección de descartes infumables. Me parece de mira muy corta que los medios musicales le den la espalda a un fenómeno global y defiendan propuestas minúsculas por puro paripé. Da un poco de risa la sección de crítica de discos en revistas como Rockdelux. Esa marginación voluntaria defendiendo supuestas élites musicales les lleva a un escenario más sonrojante que creíble. 

También es cierto que conociendo rasgos que muestras sobre la industria uno termina por apreciarla un poco más, comprobando que no son el “enemigo”. ¿Es ese ansia “elitista” un fuerte promotor del prejuicio y la ignorancia?

Hay mucha desinformación respecto a la industria, es un sector en el que cualquiera cree que es una voz autorizada. En cualquier discusión de barra de bar la gente opina alegremente sobre cachés, ingresos o cualquier otra cosa que se les ocurra en ese momento. Todo el mundo sabe de música, todo el mundo opina, todo el mundo contamina. Claro que se han hecho cosas mal en el sector. La llegada del formato CD regaló un espejismo y en lugar de preparar un plan B, exprimió a la vaca hasta matarla. La industria combatió penosamente la llegada de la piratería, tratando de eliminar manteros por la calle en lugar de legislar adecuadamente internet y educar al usuario. Cuando se puso en marcha ya era demasiado tarde. Pero, honestamente, las cosas mal hechas obedecen a la incapacidad de sus gestores para adaptarse a los nuevos tiempos. Nunca hubo maldad premeditada. 

Destaco la historia sobre el relanzamiento de Claudio Baglioni y la apuesta de Pereza cuando iban a sacar “Animales”. ¿Hasta qué punto tenías tan claro que las cosas iban a terminar bien? ¿Es una cosa de corazonadas o más bien de cabezonería para demostrar que hay que otorgar oportunidades?

Cada proyecto tiene una vida independiente, cada artista tiene sus particularidades. El proyecto Baglioni (“Todo Baglioni. Éxitos en español”) lo lideré con la absoluta convicción de que funcionaría. Siempre he lanzado proyectos pensando que serían un éxito. Con Baglioni tuve la oportunidad de trabajar codo con codo con uno de los artistas europeos más grandes de las últimas cuatro décadas. En lo personal eso ya es un éxito, aunque las ventas al final no fueran las esperadas. Esas cosas pasan. El caso de Pereza es diferente. Yo aterricé en RCA antes de empezar a grabar el tercer disco del grupo (“Animales”). La compañía ya había realizado una inversión importante con los dos primeros y de alguna manera “Animales” era el ser o no ser para el grupo. El disco estaba lleno de singles y la radio los abrazó como abanderados de un cambio musical. Hicieron la canción adecuada en el momento adecuado. Yo solo les acompañé en el viaje aportando recursos de marketing y tratando de asesorarles a la hora de tomar decisiones adecuadas. 

Aunque no siempre se acierta o se logra coincidir con ambos bandos (artista y oficina). J de Los Planetas no pareció tomárselo muy bien. Aunque claro, la personalidad de J es otro cantar.

A J le traicioné. Y así lo explico en el libro. Aquello salvó mi presupuesto un mes, pero liquidó mi credibilidad con el artista. Contarlo en el libro ha sido un ejercicio de exorcismo. 

Volviendo al tema “apuestas”, no puedo evitar rasgarme las vestiduras cuando pienso en la poca bola que se les da a los grupos nacionales en las portadas de la mayoría de las revistas musicales de este país. ¿No gustan lo suficiente? ¿Las disqueras “compran” portadas para lanzar productos más masivos? ¿Tanto se repudia la música española entre la crítica?

Que yo sepa, las disqueras no han comprado portadas en ninguna publicación. El porcentaje de ventas del producto local versus internacional sigue cayendo del lado local, por lo que tendría sentido apoyar más a menudo producto nacional. Si los medios no apoyan más artistas nacionales quizás tenga que ver con una marcada tendencia paleta. Existe la creencia, y se ha transmitido a lo largo de muchas generaciones, que lo de fuera es mejor. No creo que Lori Meyers, o La Habitación Roja, o Iván Ferreiro por poner un ejemplo, tengan nada que envidiar a propuestas pop que vengan desde fuera. 

Bueno, fuiste músico y también plumilla, así que conocías muy bien todos los frentes del negocio. Y, por supuesto, también eres parte del público. ¿Crees que es indispensable conocer todos los campos para saber qué frentes atacar cuando se trata de vender un producto? Vaya, como el pirómano que termina siendo bombero.

No creo que sea indispensable, aunque ir a conciertos desde muy pequeño, haber tocado en un grupo o tener inquietudes para montar un fanzine fotocopiado con quince o dieciséis años evidentemente deja bien claro que la música es una variable importante en tu vida. Toda esa información la interiorizas y me ha sido útil en estudios de grabación, para sentarme delante de un artista o simplemente a la hora de escribir la hoja de promoción de un lanzamiento. 

¿Puede ser fan una persona que trabaja en el negocio? Ya sabes que hay ciertas reglas no escritas que “prohíben” las fotos y los autógrafos, aunque siempre están las excepciones. Impagable el momento con Bono que describes.

Por supuesto. Me arrepiento de no haber sido más fan durante mis años en Warner y Sony. Fue una estupidez adoptar esa pose de trabajador intachable que no se hace fotos ni pide autógrafos. Me encantaría tener ahora fotos con Springsteen, Madonna, Eric Clapton, Rod Stewart, etc. Pero eso ya es imposible. El momento con Bono trata de explicar exactamente eso. En lugar de actuar como un tipo asombrado por poder cruzar unas palabras con un icono pop, te escabulles actuando con una patética naturalidad. El resultado es penoso. Es mucho más honesto sacar el móvil y pedirle una foto. 

¿Cómo llega uno a ser directivo de una multinacional o A&R? ¿Es necesario pasar por una serie de “escalones” o basta con tener ciertos conocimientos musicales y/o empresariales?

Warner tenía un plan de formación muy interesante. Los nuevos trabajadores entraban desde el departamento comercial y la red de ventas se convertía de esta manera en la cantera de la compañía. La red de ventas conocía el catálogo al dedillo. Etiquetaban, pasaban pedidos por fax, reponían, pasaban horas en el almacén, decoraban escaparates, etc. Cuando los departamentos de marketing y producto, el de promoción o el de A&R necesitaban nuevas incorporaciones, los vendedores más preparados ocupaban las vacantes. Esta fórmula permitía que en el medio plazo todos los empleados llevaran en su sangre el ADN de la compañía, y por extensión, Warner surtía de empleados cualificados al resto de la industria, ya de por sí muy endogámica. No hablo de la prehistoria, pues hasta el año pasado, los A&R de las cuatro multinacionales en España habían pasado por Warner. Universal (Nacho Ventosa), Warner (Txema Rosique), EMI (Diego Toran) y SONY (Alex Gallardo).  

Hay pasajes del libro en los que se habla de los “buenos tiempos”, cuando se viajaba en primera, o el tema de la piratería y cómo los sellos enviaban los discos promocionales. ¿Piensas que se derrochó demasiado y que, como se suele decir, se vivió “por encima de nuestras posibilidades”?

Hay presupuestos de grabación de discos o rodajes de vídeos francamente escandalosos si los vemos hoy. En un país acostumbrado a burbujas, el presupuesto de la grabación de un disco en, por ejemplo 1999, no era una excepción. En el libro, la reflexión presupuestaria en relación a las escuchas de los discos por parte de los medios no la hago juzgando si un millón de euros es mucho o es poco para grabar un disco, sólo quise preguntarme si después de ese elevado gasto, una miserable cinta de cassette es la mejor manera de hacer que los periodistas juzguen el producto final. A mi modo de ver es un contrasentido surrealista. No me imagino un pase promocional de una película en un formato que intencionadamente haga que la experiencia para los medios sea peor. 

Sin embargo, las cosas no cambian. Hay cierta facilidad, en la actualidad, para escuchar un disco antes de preparar una entrevista: envían un enlace con un stream y ya casi no mandan un ejemplar físico a casa. Aun así, hay periodistas que ni se lo escuchan. Tú pasaste por algo parecido cuando entrevistaste a Radiohead, pero me pregunto si el periodismo musical se ha acomodado a esos “buenos tiempos”.

Evidentemente hoy hay nuevos soportes que facilitan la distribución promocional de música, y mucho de lo cuento coincide en el tiempo con la irrupción de la piratería, donde la industria trató de defenderse como pudo. Con perspectiva es bastante ingenuo pensar que esas copias en cassette frenarían la piratería. Respecto a lo de Radiohead, ojo, lo explico en el libro y fue un accidente, una casualidad. Siempre escuché los discos antes de hacer entrevistas. Ese capítulo denuncia la falta de profesionalidad y sobre todo la falta de respeto de un periodista que se presenta a una entrevista sin conocer ni un solo detalle del producto creado por el entrevistado. En el libro denuncio al profesional vago e irrespetuoso y la falta de tacto de la industria con los medios en algunos momentos, ofreciendo herramientas de trabajo lamentables y un trato personal de dudosa elegancia. 

En mi caso y en el de mis compañeros, ¿crees que estamos en un momento muy jodido con respecto a nuestra profesión (“hobby” para otros)?

España no tiene líderes de opinión en el sector, no hay voces autorizadas que puedan utilizar altavoces fuera del contexto estrictamente musical, no hay una cara conocida en la tele que la gente relacione directamente con música. España no tiene a un John Peel o a un Jools Holland. La música, por lo general, no se toma demasiado en serio. Entiendo que utilizas la palabra “hobby” con ironía. Es curioso cómo, aún hoy, después de tantos años, la gente sigue pensando que trabajar en la música en realidad no es un “trabajo”. Alejandro Sanz, hace años, contaba cómo después de ser un artista muy conocido, en cierta ocasión le preguntaron por su profesión. Él contestó que era músico. Volvieron a la carga y le insistieron: “Ya, pero me refiero a que en qué trabajas”. Un tío al que le envían discos, va a conciertos y luego lo cuenta en un diario, para muchos no reúne las condiciones necesarias para ser considerado trabajo, y en consecuencia tomárselo en serio. Es lo que hay. 

Pero francamente, un caso que vendría a explicar lo que fue el pasado y lo que es el futuro sería lo de Al Stewart en la sala Ktedral. ¿Se siente lástima en ese momento o más bien despertó en ti un sentimiento mayor de admiración hacia Al Stewart?

Aquel encuentro fue anecdótico pero revelador. En primer lugar, por tratarse de un artista al que admiro, pero sobre todo por permitirme acceder por primera vez a la trastienda del negocio de manera transparente y cruel. Fue todo demasiado humano. Hasta ese día había idealizado demasiado al personaje que vivía encima de un escenario. La realidad es mucho más de andar por casa. 

Podría extenderme más con los “momentos delirantes” que forman parte del final del libro. De entre todos ellos destaco el de la traducción de la rueda de prensa de Loreena McKnennitt en la que hiciste de traductor inventándote todo. ¿No tuviste remordimientos después? ¿No te entraba la risa al ver lo que los medios transcribieron?

Ningún remordimiento. Actué de manera muy profesional. En el libro menciono lo poco originales que por lo general son los artistas durante sus períodos promocionales. Leyendo por encima la hoja promocional del artista podías fácilmente inventar un discurso coherente. No lo recuerdo, pero es posible que los periodistas también se inventaran su transcripción. 

Y al igual que tu obra, doy por finalizada la entrevista hablando del encuentro telefónico entre Alejandro Sanz y Michael Jackson. ¿Nunca se supo qué fue lo que le dijo Michael a Alejandro? He visto el vídeo y Sanz parece muy cortado al final: “Que abrazos para todos. ¿Vamos a cantar?”.

De manera intencionada, el libro empieza con algo muy grande, un hecho que cambió el mundo como fue el 11 de Septiembre, y termina con algo minúsculo, algo que perfectamente podría haber pasado inadvertido para siempre, de hecho algo que guardará sus secretos para siempre. Esa era la idea, nadie podrá saber nunca qué es lo que decía el bueno de Michael Jackson desde el otro lado de la línea. Lo imagino acariciando a su mono Bubbles recorriendo los pasillos de Neverland y me divierte pensar en una conversación inventada. Me imagino preguntas delirantes entre los dos: “¿Qué tal la familia?”, “¿La paella si lleva pollo es paella?”, “¿Qué tal tiempo hace por Benidorm?”. Lo absurdo de la historia es el retrato surrealista de la situación: un montón de gente grabando con sus cámaras una conversación absolutamente intrascendente, y quién sabe si inexistente. Es bastante común en el sector dar importancia a momentos irrelevantes, dejando de lado pequeños detalles mucho más jugosos. El capitulo cierra con “Bad” en tono irónico, una gamberrada final. 

Quería acabar, pero casi olvido una pregunta clave: ¿No te has quedado con ganas de más? O sea, que si al final habrá una segunda parte.

Tengo ganas de contar más, (seguramente una prolongación del capítulo de los momentos delirantes) aunque de momento una segunda parte tendrá que esperar. Lo que sí tengo terminado es un proyecto personal, nada que ver con la música, un intercambio de cartas de dos antepasados entre los años 1890 y 1913 con bastante punto.

Madrileño y periodista, aunque no necesariamente en ese orden. Escribe para Esquire, Forbes, Gonzoo y Popular 1. Antes estuvo en Cambio16, Jot Down o Efe Eme, entre otros.

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