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Pedro Jara: “Si el todo cae, caeremos con el todo”

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¿Alguien se ha preguntado alguna vez por qué continuamente hay libros de autoayuda entre los ‘best sellers’? Yo me pregunto: ¿a quién ayudan los libros de autoayuda si continuamente la gente compra uno detrás de otro? ¿No estarán esos libros precisamente promoviendo el inmovilismo y el mero entretenimiento, la alimentación de los esquemas sociales de siempre? ¿No estarán esos libros perjudicando a la gente en vez de ayudándola? Por suerte, siempre hay excepciones, aunque esos libros no salgan en ninguna de las grandes editoriales, como El mundo necesita terapia, del psicólogo Pedro Jara.

Pedro Jara es psicoterapeuta y profesor de Psicología Básica y Metodología de la Universidad de Murcia, también especialista en hipnosis clínica, y ‘El mundo necesita terapia’ es su segundo libro, autoeditado y distribuido gratuitamente en Internet a través de la asociación Regenera.

Acabo de sentarme en la mesa de una cafetería de una ruidosa plaza para entrevistarle. Mientras conversamos un poco, antes de comenzar con las preguntas, ya percibo esa serenidad, entereza y determinación que desprenden las personas sabias que no tienen que alimentar ningún ego y que no utilizan las palabras para presumir. Está claro. Pedro Jara no es un escritor corriente ni un individuo del montón, para nuestra desgracia, pues no podría haber nada mejor en el planeta que una plaga de ‘Jaras’. 

La gente que estime las grandes editoriales, puede pensar que por el hecho de autoeditar el libro y distribuirlo gratuitamente por Internet, no debe merecer la pena. ¿Qué le dirías?

Bueno, yo a priori no tengo nada contra las grandes editoriales, aunque sí contra su habitual visión estrictamente comercial. Me habría encantado que mi libro anterior, Adicción al Pensamiento, contara con el apoyo y divulgación de una gran editorial. Pero si alguien piensa que lo que vale la pena se mide por dinero y por número de ejemplares vendidos, entonces estaría confundiendo cantidad con calidad, que no tienen porqué estar reñidas pero, sin duda, muchas veces lo están. Éste es precisamente uno entre los síntomas que denotan cómo el Mundo necesita terapia. Lo que yo he querido hacer con este librito es simplemente darle coherencia al contenido con la difusión, porque deseo que el mensaje corra libremente y lo más lejos posible, así como impulsar el proyecto de ReGenera para el desarrollo de su escuela de transformación personal y social. En este momento eso me interesa más que la posibilidad de ganar fama y dinero. Ya gano lo que necesito con mi trabajo, y fama no necesito ninguna. 

He leído en tu libro que la gente que suele llegar a los puestos de estatus más alto, aquellos líderes que nos dirigen, suelen ser los que tienen un desequilibrio psicológico mayor, debido a lo que tú llamas ‘mecanismo de hipercompensación’, y que, además, entre ellos abundan los psicópatas. ¿Cómo puede ser? Es aterrador.

Lo que digo es que cabe esperar lógicamente, a tenor de nuestros conocimientos actuales, una cantidad desproporcionadamente elevada de personas inconvenientes para el buen gobierno en los altos puestos de liderazgo económico y político. Es así porque la estructura y la dinámica de nuestros sistemas de recompensa y castigo, y la medida del éxito que se establece en nuestra sociedad, favorece a las personas que tienen pocos escrúpulos y frenos morales, que se mueven por intereses muy egoístas, y que a la vez poseen altas habilidades persuasivas y de carisma social. Y éstas son las características que definen de manera clara a las personalidades psicopáticas. La gente suele pensar que la psicopatía va unida a la agresividad y la violencia, pero lo cierto es que son cosas distintas, que pueden coincidir o no. Existen demostradamente muchos psicópatas educados, bien formados y con éxito profesional y social, nada violentos, extraordinariamente capaces de poner en marcha la manipulación y la usura de “guante blanco”. Nuestras estructuras de recompensa y nuestra medida imperante del éxito son idóneas para ellos. El caso de los hipercompensadores puede ser algo más difícil de entender, porque implica comprender que existen mecanismos inconscientes de defensa en virtud de los cuales muchas personas acomplejadas, carentes de una buena seguridad básica, de un sentimiento autónomo de valía personal y tal vez con importantes vacíos afectivos, luchan en su vida denodadamente por escapar de esos sentimientos haciendo esfuerzos compensatorios por irse al lado opuesto. Las personas más dispuestas a invertir energía en acceder a puestos de reconocimiento social, de poder, de estatus, son con mucha frecuencia personas con grandes carencias psicológicas que buscan ahí una forma de pseudoterapia. Es el “dime de qué presumes y te diré de qué careces”. Esto es algo bien conocido por cualquiera que se dedique a mi profesión, algo que se da en todos los niveles de nuestra estructura social, y también bien negado habitualmente por las personas que lo padecen. ¿Es aterrador? Es lo que hay. Y sería importante entender que el problema central no está en nuestros líderes, como seres a los que echar la culpa de todo, sino en un paradigma de vida dominante, en unos valores rectores que de hecho favorecen a este tipo de personas, y no a otras más capacitadas para pensar en el bien común. 

Dices cosas tan fuertes como que la espiritualidad bien entendida debe centrarse en el más acá en vez del más allá, que trascender la realidad en vez de profundizar en ella es lo menos espiritual que puede haber. Eres un aguafiestas para varios millones de personas constantemente Iluminados y meditando las 24 horas sobre el vacío.

Pero el valor de una afirmación debe buscarse en los hechos que refleja y en las consecuencias que genera. La contundencia o el aparente tremendismo de unas afirmaciones no es un motivo de descalificación. Otra cosa es que, siendo la autocomplacencia y la búsqueda inmediata de comodidad y seguridad unas fuerzas tan poderosas en las motivaciones humanas, “dar la vuelta a la tortilla” resulta un ejercicio terapéutico desgarrador. No recuerdo quién decía, con lógica y acierto, que cuanto más necesita una persona aplicarse un consejo menos probable es, por definición, que lo haga. Es la gran trampa y mecanismo de autoprotección de la ignorancia y la inconsciencia. Pero quiero dejar claro que yo promulgo el cultivo de la espiritualidad, y el demostrado valor de la meditación como una de sus herramientas básicas. Lo que intento es precisamente depurar y rescatar el concepto, no destruirlo. La espiritualidad ha sido destruida más bien por quienes la han patrimonializado en enfoques religiosos tradicionales o modernos, por quienes la utilizan para despegar de la realidad y construir su mundo etéreo donde todo supuestamente es amor y armonía. Hay una visión dominante de la espiritualidad en la que ésta se convierte en poco más que un autoconsuelo, en un mecanismo de defensa más, y el verdadero problema es que sus efectos aparentemente benefactores tienen un alto precio: dificultan mirar la realidad y actuar de manera atinada y sólidamente correctora sobre ella, precisamente para que no sea preciso el autoconsuelo. No vale el argumento de que si a uno le va bien, bien está; debemos buscar una forma de estar bien que pueda ser duradera y lo más generalizada posible, y eso nunca puede fundamentarse en planteamientos especulativos. Por ello, hay que acabar también con esa falacia de enfrentar el conocimiento científico y objetivo de las cosas con el conocimiento espiritual, porque bien al contrario, una ciencia holística y juiciosamente entendida no hace sino fundamentar la actitud espiritual, que es una forma de percibir y sentir la realidad en sus conexiones menos aparentes y tangibles, y de conectar con nuestra propia humanidad en nuestras dimensiones psicológicas más primarias. No hay dualidad, sólo hay desconocimiento y por tanto enfrentamiento, entre una espiritualidad mal entendida y una ciencia a menudo también sesgada y mal aplicada. 

¿No crees que en realidad, lo que le pase al mundo, no tiene mucha importancia, y sí la tiene el bienestar de cada individuo en el presente? Hay un 99% de posibilidades de que el mundo no se salve, pero se pueden crear microestructuras con un sistema diferente al imperante en el que los individuos estén completos y satisfechos, y quizá, sólo quizá, ese cambio individual vaya transcendiendo y contagiándose de unos a otros. Bastante tenemos que hacer en nosotros mismos como para reflexionar sobre cosas que abarcan el planeta entero.

Precisamente hablo de crear esas microestructuras, empezando por el propio saneamiento interior y conectando de forma organizada con otras personas que también apuestan por otros modelos vitales. Pero esos cambios que a pequeño nivel imprimamos a nuestras formas de vivir deben tener también una dirección que entienda y respete las necesidades del planeta entero, y que de forma coherente reclame cambios en las macroestructuras. Y esto esencialmente por dos motivos: primero porque si el todo cae, caeremos con el todo; cuidar nuestro extremo de la embarcación no sirve demasiado si no hacemos algo para que dejen de agujerear el otro extremo. Su parte de la barca también es nuestra barca, y ahora mismo vamos camino del hundimiento de los ecosistemas que conocemos y, con ello, de nosotros mismos. Y segundo, porque en línea con lo anterior, buscar un mundo más sostenible, pacífico y cooperativo no implica que no nos defendamos apropiadamente de los depredadores, sino exactamente lo contrario; frente al sálvese quien pueda está la opción de unir fuerzas e inteligencia para que el lobo no se atreva a entrar, porque de lo contrario un solo lobo puede dominar a treinta corderos y se van al garete la sostenibilidad y el pacifismo. 

¿A qué tipo de persona va dirigido el libro? ¿A quién crees que debería interesarle?

Va dirigido a todo el mundo y debería interesarle a todo el mundo, porque todos experimentamos o experimentaremos las consecuencias de esta patología de la humanidad. Otra cosa es a quién le interese de hecho, y normalmente, como antes comenté, es de esperar que le interese más a quien tal vez lo requiera en menor medida. Por desgracia las personas solemos buscar las ideas y los datos que nos ratifican, no los que nos cambian. Yo no aspiro a que mis libros gusten mucho, sino a que transformen mucho; y al menos en una primera fase, lo que más gusta suele ser lo que menos transforma, porque en general las personas prefieren reconocer lo antiguo que conocer lo nuevo. 

Si el planeta fuera un cliente, ¿sería fácil, difícil o prácticamente imposible? ¿Cuánto tiempo de terapia sería necesario? ¿Cientos de años? ¿Miles?

Es que esa pregunta implica presumir que pueda existir una curación definitiva, y esto no es planteable en realidad. De lo que se trata es de mantenernos orientados en un camino de mejora, de coherencia, de realismo y de sensatez. No se trata tanto de alcanzar un nuevo estatus como de mantener un nuevo estilo. Siempre subrayo que lo importante es el camino, que debemos ocuparnos del presente como si existiera un futuro, y a continuación olvidarnos de ese futuro. Las utopías marcan direcciones, no metas. Pensar en términos de cuán grado de curación alcanzaremos como humanidad, o en qué plazos, sólo nos puede llevar a la desesperación, la indefensión y la rendición, y entonces el problema no es ya que las cosas no mejoren, sino que empeoren más. 

Vale, supongamos que esa conciencia de muchas personas evoluciona hacia lo que llamas en el libro un paradigma naturalista. Dejemos por un momento la filosofía y hablemos entonces de cambios concretos, ¿a qué tipo de nuevos comportamientos que podamos visualizar nos llevaría todo eso?

Estupendo, hablemos de cambios concretos. Creo que a lo primero que nos llevaría una conciencia mayoritariamente lúcida es a rodear los parlamentos que en el mundo legislan y gobiernan, a hacer sentadas pacíficas pero multitudinarias e inquebrantables durante días, semanas o meses, hasta que los modelos de democracia se reformaran plenamente para dar cauces ágiles a las iniciativas populares y mostrar plena transparencia. A partir de ahí daríamos poder a las asambleas populares que por toda la geografía mundial decidirían las cuestiones más importantes de cada pequeña comunidad. Decidiríamos así entre todos sobre cómo repartir y supervisar el buen usufructo de la tierra y los recursos naturales, que volverían a ser propiedad de todos… y de nadie. Diseñaríamos nuevos programas y modelos educativos que fundamentaran este paradigma mental necesario para una vida más naturalista. Las empresas pluripersonales irían pasando a convertirse en propiedades cooperativas, limitarían su crecimiento para hacerlo óptimo al tamaño de la comunidad a la que pertenecen y sirven. Limitaríamos por ley las posibles ganancias que cualquiera puede obtener en su trabajo, y sólo podrían ser obtenidas mediante el trabajo, porque iríamos dando carpetazo a la economía financiera. Formaríamos más cooperativas de crédito que apoyaran los movimientos económicos, y el interés del dinero se estipularía por ley como algo limitado a la autofinanciación de este servicio, así que dejaríamos de nutrir por completo a la banca tradicional. Nos convertiríamos masivamente en insumisos energéticos, llenaríamos nuestros techos de placas solares y nos adaptaríamos a lo que las energías renovables pueden ofrecernos. Nos acostaríamos más cercano al anochecer, y nos levantaríamos al amanecer, aparcaríamos coches y cogeríamos bicicletas, caminaríamos mucho más y nos medicaríamos mucho menos. Prohibiríamos los derechos de propiedad sobre semillas, dejaríamos de envenenar masivamente las tierras y los mares, y la agricultura ecológica de pequeños minifundios se convertiría en el centro de la actividad económica, recibiendo mucha mano de obra de las ciudades y de sectores que empezaríamos a minimizar o abandonar, como los sectores de la moda, la publicidad o las finanzas. Consumiríamos productos locales y buscaríamos el mayor autoabastecimiento posible. Construiríamos mucho menos y rehabilitaríamos mucho más. Repartiríamos el trabajo y saldríamos más a la calle para jugar, comunicarnos más sin maquinitas, y disfrutar de entornos más naturales que tenderíamos también a rehabilitar… Podría seguir, pero con esto basta para que se vea la radicalidad de los cambios, y la necesidad de una conciencia clara que los haga posibles, y que minimice los posibles elementos de corrupción que emergieran. Todo lo demás sería seguir cambiando la suciedad de sitio hasta que la podredumbre ya sea inescapable. Una cosa destacable es que esta motivación para hacer lo que es preciso para cambiar resulta particularmente problemática y conflictiva cuando los síntomas, los estados patológicos, traen claros beneficios secundarios. Entonces la balanza entre costes y beneficios del cambio se muestra dubitativa, y es preciso que el paciente pueda ir sintiendo que, estos beneficios secundarios que lo mantienen atado a su estado actual, no son más que migajas comparado con la satisfacción que puede lograr si renuncia a ello. Los pacientes hacen lo mejor que pueden y saben para satisfacer sus necesidades, y por tanto necesitan aprendizaje. Incluso mejorar su motivación es estrictamente una cuestión de conciencia y aprendizaje. Cuando las personas no hacen lo preciso para cambiar a mejor es porque en verdad no saben que el cambio es a mejor, tienen dudas temerosas sobre ello, y se aferran a un mal conocido que como mínimo les es soportable. 

¿Qué opinas en concreto de Christian Felber y la ‘Economía del bien común’? ¿Crees que realmente tiene futuro o se quedará sólo en algo teórico bien bonito para hacer unas cuantas conferencias?

En el libro hago una amplia referencia explícita a este modelo porque creo que es el conjunto más completo, coherente y directamente aplicable que se ha diseñado hasta la fecha, como un auténtico bloque terapéutico para la enfermedad del mundo. Es un modelo entre otros posibles, y creo que tiene por supuesto sus limitaciones y carencias, pero posee la gran virtud de que resulta bastante operativo, prende bien en la gente y respeta los principios básicos que necesitamos respetar. He tenido la oportunidad de tratar un poco personalmente con Felber y puedo decir, además, que no sólo es una persona con un conocimiento bastante holístico de la realidad, sino altamente coherente con lo que transmite, y esto es un valor esencial. Sobre si el modelo tiene o no futuro, lo único que me parece sensato decir es que depende de todos nosotros. 

Si pudieras reprogramar a tu gusto el código genético de un ser humano, ¿qué cambiarías?

No soy muy amante de este tipo de fantasías y por eso la verdad es que nunca me lo había preguntado. Suelo trabajar con lo que hay, no con lo que me gustaría que hubiera, pero ya que me preguntas… tal vez sería bueno que, al igual que tenemos un limitador de crecimiento físico para nuestro desarrollo corporal, alguna combinación cromosómica limitara el crecimiento de nuestro ego en niveles mucho más adaptativos. Con eso veríamos solucionado todo lo demás, porque sería como una garantía para la lucidez. Como se trata de una fantasía, tenemos que trabajarnos mucho la conquista de esa lucidez, y el consecuente derrumbamiento de ese ego.

Enrique Rubio es un guionista y escritor nacido en Mordor (escombrera del levante español) pero ovetense de pleno derecho y polaco de adopción. Afín a tipos como Charles Bukowski, Chuck Palahniuk, Woody Allen o Yorgos Lanthimos, es autor de las novelas ‘Tengo una pistola’ (Planeta, 2009, finalista del premio Silverio Cañada) y ‘Tania con i. 56ª Edición’ (Destino, Premio Francisco Casavella 2011) y responsable a todos los efectos del blog ‘Me arrepiento del mañana’ (http://www.enriquerubio.es/blog).

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