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Rubén Lardín: “No soy juez de nada, si acaso ejecutor”

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Ante todo, sobre todo y, quizá, a pesar de todo, Rubén Lardín (Barcelona, 1972) es escritor. Así, sin más. Sin aditivos ni colorantes. Como él mismo confiesa el cine, la crítica, no son más que buenas coartadas para hablar de todo lo demás, sea desde las páginas de sus libros, desde su atalaya en Cinemania o desde ese reducto virtual de ácratas mentales llamado El Butano Popular. Su última andanada editorial, Corazón conejo; una suerte de memoria cinéfilo-sentimental en la que Lardín hace recuento de saldos de videoclub que llenaron sus noches con dulces pesadillas, virginales rodillas asomando bajo faldas escocesas y casetes regrabados hasta la psicofonía.

Treinta años engullendo cine. ¿No se cansa? ¿No llega a pensar que, como mínimo, ya ha visto lo mejor de cada casa?

Es una sensación recurrente pero me resisto a ella, imagínate qué drama. Es verdad que vivo empachado, que mucho cine se me hace bola, que ya me lo sé, son los años, pero todavía surgen propuestas aisladas que me atrapan y siguen activos algunos autores clásicos a los que me estimula seguir, ver cómo se hacen mayores, estudiarle el ánimo a los maestros… Todavía aprendo. También alimento cierta curiosidad por ver cómo evoluciona el cine de terror, que es la niña de mis ojos, y por suerte tengo muchísimas lagunas en general, así que cada cierto tiempo se descubre alguna cosa vieja por ver, una película, un nombre o una tradición en la que rascar. 

La crítica ha sido parte importante de su carrera profesional. ¿Responde al perfil (o al mito) del crítico como cineasta frustrado?

Mi carrera profesional, madre mía… ¡¿Eso qué es?! Bueno, es verdad que yo escribo, crítica o lo que sea, porque algo hay que hacer, por aprender a escribir, alzarme un poco del suelo y sobre todo porque no he tenido disciplina para hacer nada más, pero no, no soy un cineasta frustrado, no detecto rastro de eso. Y antes de continuar quiero decir que mi labor como crítico de cine, que considero insignificante, es puramente accidental; a mí me gusta escribir de cine porque el cine es una materia de amplitud, pero cuando escribo de cine no estoy escribiendo necesariamente de cine, sino de todo lo demás. 

La eterna cuestión: crítica constructiva versus crítica destructiva. ¿Qué entiende por una cosa y por otra?

La crítica constructiva no sé bien qué es, ¿dar lecciones?, ¿corregir?, ¿enmendar la plana? Yo no sé para quién escribo, pero sí sé que de manera natural siento más empatía con un cineasta que con un cinéfilo, y a partir de ahí voy a evitar decirle a un artista qué debe hacer y menos aún qué debería haber hecho, porque si se conocen los mecanismos de la creación no se puede ser tan necio. O sea, que las críticas constructivas también son destructivas, y encima hipócritas, porque están pidiendo el mundo a los pies. Sí le diré a un cineasta, a lo mejor, que me tiene harto, y le pondré un chascarrillo. Mira, es que es tan fácil escribir un ditirambo como una crucifixión, ambas opciones son estimulantes, mientras el término medio suele ser un coñazo. Lo deseable es que la crítica sea literatura, nunca periodismo, y a partir de ahí que sea lo que tenga que ser, lo que le apetezca al que la escribe o lo que pida el día. La crítica puede ser incluso alucinación. 

¿Hay que ser especialmente severo con quien tiene más éxito y, por ende, más recursos?

Eso sería injusto, en primer lugar porque el cineasta, cuantos más recursos tiene, más riesgo de perder la óptica o la gestión sufre, aunque se vea más asistido. Personalmente no es un asunto que me apetezca tener en cuenta más que en casos aislados, no me interesa ese tipo de “talento”. El factor industrial y económico es importante para contextualizar la confección o hacer historiografía, pero no me gusta detenerme mucho en ello para determinar el valor real de una película, eso es mierda que nos han metido en la cabeza los publicistas y que se valida en el hecho de que a la gente le gusta estar consumiendo un producto cuanto más “caro” mejor, de lujo ande o no ande. Detenerse en el presupuesto de una película para encontrarle el aliciente me parece cosa de paletos. El cine tiene la virtud de que puede ser arte y puede ser grosería, aunque no siempre sabe significarse en uno u otro sentido y es muy dado al accidente, que sí es un factor que me atrae. Me gusta mucho el cine que sale mal porque demuestra que está en un contacto epidérmico con su momento, se ve sometido a la vida, no puede sacudírsela, y eso es enternecedor. Me abruma y me provoca rechazo esa obsesión de las grandes producciones por lograr el artefacto, toda esa ingeniería colosalista, ostentosa e impenetrable, así que me divierte mucho cuando se les ‘escaralla’ el invento y les sale regular y ocurre el pastiche, la chifladura o la anomalía; cuando se equivocan un poco. Prometheus, por ejemplo, me parece una película magnífica y no sé si por las razones que sus autores habían previsto. ¿Y qué me dices de El llanero solitario? ¡Es buena! ¡Es de una melancolía impensable en ese circuito! Ya no sé cuál era la pregunta… Que me reitero, tú, que yo no soy juez de nada, de verdad… si acaso ejecutor. 

¿Es suficiente con ver una película una vez para emitir un juicio con todas las de la ley? ¿El análisis no requiere de algo más de distancia, de reposo?

Bueno, el análisis desde la distancia también puede envarar y falsear las tesis o dar en un texto resabiado. No creo que el tiempo lo ponga todo en su lugar, el tiempo también crea cálculos y metaliza las ideas. Es verdad que la euforia del primer contacto o las inercias colectivas pueden mermar la rigurosidad, pero por mí le pueden dar por saco a la rigurosidad si me traes literatura. A lo mejor has visto la película medio sobado pero luego has escrito la crítica en estado de gracia. Personalmente me gusta confiarme a la intuición y a lo convulso tanto como a la reflexión, va por días. No nos tomemos esto tan en serio, también es bonito escribir críticas de películas imaginarias. 

Hace poco escribió que “el cine actual es un cine paramilitar”. ¿Hablamos de algo literal o figurado?

Supongo que me refería a los “grandes estrenos”, al cine espectacular y en particular al cine de acción. Mírate la cartelera, la mitad de los títulos podrían responder a esa categoría. Si es que hasta lo de Rambo parece una proclama existencialista si lo comparamos con este cine de voluntad normativa de hoy. Hay poco lugar para el humanismo. Pero son rachas, no hay que preocuparse; volverá el individuo. Siempre es así. 

Están los que consideran que la opinión de un crítico es eso mismo, “una opinión más”…

El cine le gusta a todo el mundo, lo que implica que el cine es una vulgaridad. Es verdad que una película está expuesta a la opinión de todos, tiene que resultar incluso un poco molesto para los cineastas, yo creo, porque con un libro esto no pasa, un libro la gente no se lo lee o no se lo acaba, y si se lo acaba no lo descalifica con la facilidad con que defenestra una película porque ha experimentado una relación íntima que le impide decir que es una mierda con la boca grande; dará rodeos, tendrá que sacudirse la intensidad de la experiencia. A mí me gusta leer a Pere Gimferrer escribiendo de cine, o a Alberto Moravia, me gustan la voces con una sensibilidad y una poética. Me gusta el crítico que con mayor o menor discreción sabe llevar la película a su terreno y allí hacerle unos malabares, traerla a su discurso y a su temario, para lo cual debe poseer uno previo, uno que se ha confeccionado viviendo, no viendo cine. Al crítico que hace lo contrario, que en lugar de apropiársela se desplaza al lugar de la película, que va de académico y de objetivo, no le voy a leer nunca en la cama. Nada puede interesarme menos que el crítico “fiable”. 

Escuche lo que dicen de usted: “Rubén Lardín intimida. Nos pone a todos en nuestro lugar”. ¿Tiene más de Pepito Grillo o de tocapelotas?

Hombre, ¿y esto? Eso creo que me lo escribió en un prólogo Sergi Puertas, un amigo mío que es un maricón, es un buen escritor pero un mariconazo, no sé por qué lo dijo. Quiso hacerme un halago y me dijo esto. Muy mal, ¿eh? ¿Cómo voy a poner a nadie en su lugar si no sé ni cuál ocupo yo? Tal vez lo habré hecho alguna vez, soy un ser humano, pero por lo general no escribo para provocar sino porque me siento provocado, y si alguna vez actúo de Pepito Grillo se trata de mi propio y particular Pepito Grillo, no pretendo ser la conciencia de nadie. ¡Dejadme vivir! 

Se declara autodidacta, le entra al cómic, traduce, ha hecho sus pinitos en cine… ¿Le acusan mucho de intruso? ¿Le importa?

Yo estudié Artes y Oficios porque no servía para otra cosa, y ni siquiera lo terminé porque no sé funcionar bajo ninguna estructura académica, siento aversión por la autoridad, no me muevo bien en los sistemas cerrados, y la academia, en contra de su naturaleza original, creo que lo es. Yo de chaval quería dibujar cómics, quizás porque me sonaba a oficio estrambótico y a no trabajar, y porque cuando dibujas el mundo se queda quieto, algo acojonante; pero ni tuve nunca el talento ni la capacidad de sacrificio que resultó requerir aquello que tanto admiraba y que me había producido tanto placer. Mucho más que el cine, sin ir más lejos. Acabé escribiendo de casualidad. Maldita la hora, pienso cuando llegan las facturas. No sé, intruso no me he sentido nunca ni he percibido que se me tache de ello, ¿intruso por qué, quién tiene que autorizarme a hacer las cosas que me gustan? Igual lo soy, jamás lo había pensado… 

Las palabras del Sr. Montoro respecto a la calidad del cine español han hecho mucha pupa en el gremio. Dígame, ¿debemos sentirnos tan orgullosos de nuestro cine?

A mí, cuando me gusta, me gusta mucho el cine español, y cuando no me gusta me da una vergüenza ajena tremenda, enorme. No por chovinismo, sino por identificación, porque veo que toda esa mierda también late en mí, y creo que por eso el cine español es tan despreciado por los españoles, porque ser español conlleva el no querer serlo. Cuando lo clava, sin embargo, lo clava: ahí está Berlanga, que es para mí el cine más español posible y está a la altura del mejor cine del mundo en muchos momentos. Otra cosa es que desde hace ya demasiados años el cine español se está vanagloriando de sus producciones más neutras, de películas con capital local que emulan el cine comercial y, ojo, también el cine “social” norteamericano en sus encarnaciones más inocuas. No es una maniobra pensada, responde a lo que hemos mamado. Hay una serie de cineastas que quieren hacer el cine que han visto en lugar del cine que quieren hacer. Esto es un poco triste, que no crezcamos. Por otra parte, ojo, el cine que hacen es un cine profundamente español en su actitud, tan profundamente español como lo es un chaval de aquí que se echa una gorra atrás, lleva pantalones cagaos, siete logotipos en la ropa y una camiseta de los Yankees, o de béisbol, o de no sé qué. Ese chaval está hablando mucho y muy claramente de nosotros en los mismos términos que cierto cine español. 

No le hace ascos al cine extremo. ¿A algunos el cine nos ha vuelto absolutamente insensibles? Al menos como espectadores…

Los extremos son siempre atractivos, pero en este caso creo que es un estigma. Lo cierto es que no tengo especial interés por asomarme al abismo, no quiero cegarme ni crearme tolerancias. Creo que lo dices por mi filiación al cine de terror, en el que antes que extremos busco poesía y hechizo, algo más grande que yo, y porque alguna vez he escrito en contra de la censura y de las coartadas que se imponen desde los buenos sentimientos falsamente progresistas, que eso sí es algo que no admito porque el arte me parece otra cosa, el arte está ahí porque la vida no es suficiente. Hombre, el arte debe desoír esos límites, del arte no se puede hacer ciencia y el arte también tiene derecho a ser erróneo, es una cuestión de humildad. Si en cambio te refieres a un cine extremado, que puede ser incluso dialéctico, ese sí me atrae. Los autores que se salen de la tromba y se conducen por caminos secundarios a su libre albedrío cuentan con mi simpatía de antemano, ese prejuicio no puedo evitarlo. Y tampoco quiero, porque me ha dado muchas alegrías. 

¿Tiene alguna de esas fobias con nombre y apellidos?

A la literatura le sienta muy bien la sangre hirviendo, pero yo siempre que he podido incurrir en el ataque personal me he arrepentido a posteriori, no me duelen prendas en reconocer que soy un bocazas y que a veces escribo llevado por los demonios, que es una manera muy grata de escribir. De todas formas, mis ataques personales siempre han tenido como blanco modos o maneras que, de forma acertada o no, he considerado nocivos, nunca la persona en particular sino lo que su cine pueda representar en el panorama. Las personas me caen bien, me caen bien todas las personas del mundo (admite que miente como un bellaco). En fin, no sé si Christopher Nolan es un tío guay, por ejemplo, por mencionar a uno que no nos esté leyendo, pero creo que un cine como el suyo está haciendo un daño importante. Tal vez no tanto su cine sino el cómo se encaja, la manera en que se interpreta y la hondura que se le atribuye a su tremenda superficialidad. Supongo que son los tiempos, también hay quien considerar que Paulo Coelho es filosofía, toda esa autoayuda complaciente y falaz, directamente maligna. Mis ensañamientos, cuando los he tenido, han venido de ahí, de asistir pasmado a ver cómo se le tienden alfombras a la mediocridad en lugar de reaccionar contra ella. ¡Christopher Nolan, qué pasa, nen!

Jess Franco decía que si uno quiere hacer una obra monumental, con un mensaje profundo, de gran calado, que se joda y se meta diez años en una habitación a escribir, como Dostoievski… ¿Qué opina?

Jess Franco, a quien aprecio en todo su valor, hablaba siempre desde su circunstancia, que fue muy específica, y desde su temperamento, que también fue especial. Él se había criado en una época en que el cine de barrio se vio vejado por las políticas de autores, donde supongo que se vendió mucho humo y mucha lata. Luego encima vivió la Ley Miró y todo aquello. Pero vamos, que le entiendo, que celebro el cine ligero y el estajanovismo en el que él militó, pero hace tiempo que el cine demostró que puede ser más cosas y dar con algunas trascendencias, así que no puedo compartir su parecer y de hecho no creo que él llegase a compartirlo sinceramente. Yo creo que desacreditaba una parte como manera muy suya, siempre tan expeditivo y tan majo, de prestigiar la contraria, tan herida. 

Y un buen amigo de Jess, Klaus Kinski, hizo 150 películas, pero en su autobiografía de 500 páginas apenas habla de cine. Está bien, es una gran novela porno ese ‘Yo necesito amor’. En realidad a muy pocos artistas les entusiasma hablar de lo que hacen, ¿no cree?

El libro de Kinski lo leí hace muchos años, ¡cómo no hacerlo con ese título!, y la verdad es que no lo recuerdo. Sólo retengo una imagen, que era algo así como el amigo caminando por la calle sosteniendo en alto un girasol. ¿Para qué voy a pedirle que me hable de cine si me da ese cromo que explica muchas más cosas? Los artistas hablan de sí mismos en todo lo que hacen, y lo hacen para que entonces pasen a hablar de ellos los demás, es su manera de formar parte del tinglado de la vida. ¡Pero párame, por favor! ¡No me hagas descubrir la sopa de ajo!. 

En su publicación online, El Butano Popular, preside el lema ‘Librepensamiento y explicaciones’, ¿se cree de verdad eso del pensamiento ‘libre’?

En lo que hay que creer es los unos en los otros, pero es muy difícil. En El Butano somos librepensadores románticos, no creemos ni en el pensamiento científico, así que imagínate. No tengo ni puta idea de cómo responderte a esta pregunta. 

Un lema de nuestros días: “bajar discos y películas gratis de internet es acceso universal a la cultura”.

Todo eso de la cultura libre me parece una mamarrachada y una sandez tan grande como decir que bajarse una película es delinquir. ¡Hay que educar a la población!, claman algunos, siempre desde posiciones de interés. ¿Pero cómo vas a educar a un español? Un español es mangui por naturaleza y lo será siempre, olvídate, ser español implica una serie de rasgos muy molestos. Pero este tema está ya muy hablado, el problema principal todavía son las compañías telefónicas, que son de un gitaneo que no tiene nombre. ¿Sabes cuánto tiempo tardaron las cabinas telefónicas en aprender a dar cambio? Las máquinas de tabaco hablaban, y te daban las gracias y te acariciaban el pelo, y las cabinas todavía no sabían dar cambio, se quedaban con tu calderilla. Una peseta por cada español. Pues eso, que empiecen por traernos las vueltas y luego hablamos. 

¿No echa de menos los tiempos en los que no había mil millones de personas opinando en voz alta? Los tiempos de las ‘voces autorizadas’…

¿Y quién autoriza a las voces autorizadas? ¿Un blog es una voz autorizada? ¿Una revista de cine está autorizada por su perseverancia o por su tono severo? Ni de coña. Es cierto que un blog o una publicación regular requiere más entrega que una chanza o una opinión en Twitter, pero tampoco conlleva mayor reflexión de por sí. Yo tuve blog, era uno más, lo que pasa es que lo transformaron en libro y alguien me tildó de pionero de algo que no me correspondía. No, no echo de menos aquellos tiempos, aunque sí echo un poco de más estos de ahora, que son tiempos de oscurantismo voluntario y luminoso, electrónico, muy interesantes para la historia, eso desde luego, aunque tal vez el futuro nos saque un poco los colores cuando se pose el ruido. 

Se escriben blogs, pero no se leen los blogs ajenos, se hacen fotos para subirlas a Facebook y no mirarlas nunca, se tuitean y se reuitean sandeces como una ametralladora. Le confieso que a veces me gustaría largarme a la isla aquella con Tom Hanks y Wilson. Sólo con Wilson, a ser posible… ¿Cómo nos dejamos atrapar en todo esto los que juramos y perjuramos que jamás tendríamos un teléfono móvil ni enviaríamos SMS?

La peli de Tom Hanks nunca la he visto, pero yo a una isla con ese tío no me voy. Creo que es un poco alarmante que vayamos donde la tecnología nos lleve sin antes cuestionarla y mirarle el diente o reírnos un poco de ella, siquiera como gesto de defensa previa, el ver qué quiere. Lo que llamamos redes sociales me parecen telarañas, no puedo evitarlo, algo que segrega a la gente y sume a los individuos en la peor de las soledades, la que no se manifiesta, la de la turbamulta, esa es la idea en la que siempre concluyo, por eso me las miro con recelo aunque mantengo alguna de bajo rango. Al final no son más que ritmos mercantiles de los que somos peones, acelerones que merman un poco las éticas y lo hacen todo un poco más ininteligible simulando estar haciendo lo contrario, funcionando como bálsamo. Pero oye, que vuelta atrás no hay y que también hubo quien se resistió al ferrocarril en su momento. Si fuera un personaje de Galdós te diría que no pertenezco a mi época, que soy demasiado decente para estos enjuagues, pero tampoco es verdad. 

Hemos mencionado a Klaus Kinski. Terminemos en familia. Confiesa que Nasstassja Kinski es el único amor platónico que ha tenido en su vida. No le culpo. Ahora bien,  ¿se lo perdona uno todo a los amores platónicos? La hija de Klaus nos ha dado muy pocas alegrías en los últimos 20 años…

Hostia, ¿yo he dicho eso? Hombre, amor platónico no sé si fue, no lo creo, pero sí es verdad que de chaval me parecía hipnótica y la miraba mucho. Es una mujer a la que nunca le vi un fondo, no le supe discernir ninguna personalidad. Imagino que eso, sumado a lo bonita que era y que si no me equivoco sigue siendo, hacía muy fácil llenarla de la mujer que quisieras, de la persona ideal. Yo qué sé, era un niño. La verdad es que no sé por dónde ha discurrido su carrera desde hace muchos años, aunque recientemente he sabido de una película suya de finales de los ochenta, con Michel Piccoli, que no he visto y que quiero ver porque de Piccoli sí me gusta ir viendo lo que puedo. Muchas veces he pensado que el cine es mirar a Michel Piccoli, que para mí con eso es suficiente. Pero oye, espera… ¿ aquí no habíamos venido a hablar de mi libro?

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fotos: Irene Schulz.

Traductor, periodista a regañadientes, copywriter. Quizás nos encontremos en Esquire, Vice, JotDown o en Miradas de Cine. Como me sobra el tiempo, edito Factory.

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