Inside Out

La manifestación del dolor prohibido: Abusos pasados, heridas presentes

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Sale a la luz pública un abuso del pasado. Nada del otro mundo en esta etapa de la necesidad/capacidad de adaptación, aceptación y el hecho de asumir como algo ‘normal’ cualquier horror (in)tangible o (in)mensurable. Sin embargo hay algunos daños que no pueden ser fácilmente explicados por la crueldad y la injustificación de los actos que los originan. La truculencia se extiende mucho más allá del dolor inicial, volviéndose incluso más retorcida si hubiera subterfugios de venganzas, cuentas pendientes u otros manejos pasados entre las trincheras del dolor invisible.

Cuando la víctima ha conseguido autoexculparse de una acción en la que no tuvo posibilidad de escapatoria y es capaz de explicar abiertamente la génesis y el desarrollo del conflicto, su proceso de comprensión, asimilación y resolución del mismo, vuelve a ser culpabilizada de un crimen cometido contra el agresor. No sólo se ve a sí misma como generadora de una situación anómala que comenzó como un ‘juego y un secreto entre un mayor y un niño/a’ sino que, al divulgar el hecho atroz, se enfrenta de nuevo al escarnio de pretender hundir la carrera o la vida del acosador.

En relación a este tipo de casos la primera opción, fácil, rápida y cómoda suele ser satirizar al damnificado. De este modo se busca silenciar a la(s) víctima(s) y continuar con la impunidad del abusón, unas veces personas aparentemente brillantes a la luz pública, otras personajes absolutamente mediocres que tratan de ocultar su incapacidad y villanía en esa ley del silencio que amedrenta al humillado.

A partir de aquí comienzan las preguntas o reflexiones de complicada respuesta. Se critica la cuestión de la tardanza desde que se originó el abuso hasta que la víctima habla, muchos años después o nunca.

La explicación para ello es relativamente sencilla: algo doloroso y vergonzante es intolerable e incomprensible para quien lo padece. Lleva mucho tiempo asumir que no es algo ‘normal’ o habitual, cómo el agresor ha pretendido inocular durante un largo período, distorsionando la vida y la mente del agredido. Tampoco la víctima es la culpable de lo que ocurrió, como infinidad de veces pensó, sintió y se instaló en el autoconvencimiento para sobrellevar esa situación anómala y dañina. La vuelta a lo cotidiano es más larga y lacerante porque los fantasmas del dolor se hallan continuamente al acecho, los de la vergüenza y la culpa, aderezados con pensamientos de inutilidad, son ingredientes mentales diarios tan abstractos e invisibles que casi nadie es capaz de ponerse en la piel de la víctima.

Otro hecho curioso que discurre paralelo a estas situaciones es la conmiseración, seguida de un ‘sí, pero’ que ‘pide’ disociar la genialidad de un artista de esa ‘transgresión’ personal. Sí, está mal lo que tal persona ha hecho, pero ‘eso no le quita valor a su obra’. Ahí podría haber varios puntos de vista o líneas abiertas de reflexión. Por un lado la transformación que puede surgir hacia lo que se pensaba sobre el agresor antes de conocerse sus infamias. Por otra parte cabría plantearse algunas preguntas, ¿acaso entonces los ‘genios’, en aras de sus capacidades artísticas, habrían de tener todo tipo de licencias e impunidad para cometer actos que dañen a otros sin merecer ser castigados por ello?, ¿por qué las víctimas son injusta e indiscriminadamente tachadas de verdugos cuando se hacen públicas declaraciones de maltrato psicológico?, ¿cómo es posible ‘defender’, cuando los comportamientos público y privado son tan discordantes, la ‘genialidad’ de una persona que hiere conscientemente a otros? ¿Qué se puede decir de la redención? Hay bastantes grados y matices de diferencia entre una persona, pública o privada, que inflige daños a otros o cuyo perjuicio sólo repercute en sí misma. Existe una diferencia entre el malestar o inestabilidad psíquica cuyos efectos implican únicamente a uno mismo y otra con repercusiones psíquicas graves en otros. La ‘excusa’ es que no existe porque ‘no se ve’.

También cabe la posibilidad, en ocasiones atenuada por la incidencia de los focos en aquello que proporciona más morbo, carnaza y escándalo, de que haya algo más detrás de todo eso, ¿qué pasaría si hubiera un fuego cruzado de venganzas y despechos previos provenientes de adultos resentidos capaces de utilizar cualquier bajeza para desprestigiar al contrario? Pensemos, por ejemplo, en situaciones que se producen con relativa frecuencia en procesos de divorcio. Los hijos se convierten en elementos manipulables y armas para el chantaje. De nuevo son los heridos de guerra ¿Por qué los adultos son tan ruines y egoístas como para moldear los pensamientos y actitudes de los pequeños en sus batallas personales?, ¿dónde se halla el don de la objetividad en ese tipo de casos?

Tal vez sea de mentes ‘blandas’ el no poder separar las capacidades artísticas de la honestidad, transparencia y coherencia personal para analizarlas o valorarlas como algo externo al comportamiento general del individuo, pero a veces ese aura de brillantez cae de golpe y se torna opaca cuando la partida se ha jugado con manifiesta desigualdad de condiciones.

A veces escribo cosas, otras las vivo y el resto las pienso. En las vidas mental, física y virtual pueden entrelazarse e interrelacionarse las cosas. Y, más aún, ser útiles los aprendizajes y experiencias de unas en otras. ¿No os ha pasado alguna vez? Ah, también juego y 'estrimeo', con un alterego, de vez en cuando, pero de eso ya hablaremos en otra campaña.

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