Igualdad

Misoginia entre mujeres: La gran estrategia patriarcal.

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Ahí están Elsa Brauer, Julie Brunèle, Odile Roques, Evelyne Sabir. Están de pie ante la gran asamblea de mujeres. Elsa Brauer toca los platillos cuando cesa de hablar, mientras que Julie Brunèle, Odile Roques, Evelyne Sabir hacen redoblar largamente sus tambores para acompañarla. Elsa Brauer dice algo como, hubo un tiempo en que no fuiste esclava, acuérdate. (Las guerrilleras, Monique Wittig).

Durante milenios las mujeres hemos sido adoctrinadas a través de un discurso normativo altamente eficaz. La asimilación de esas pautas se refleja en la interpretación que hacemos de nuestro entorno, en cómo nos leemos y cómo leemos a las demás, en nuestro relato.

Cada una de las estrategias orientadas a preservar la cultura patriarcal ha sido legitimada por un sistema que no nos representa, hecho a la medida de las necesidades de un género y, por tanto, deficiente y corrupto. La mitología, el arte, la literatura, el cine, han sido elementos canalizadores de este ideario y aún contribuyen a su difusión arraigando patrones machistas en el imaginario colectivo. Así, se ha categorizado esencialmente a las mujeres como madres, víctimas y cuerpos sexualizados, construyendo un sistema de etiquetas opuestas entre sí y fácilmente identificables: madre buena – mala madre, bruja – santa, el ángel del hogar victoriano, la femme fatale … Todas ellas representadas a lo largo de la Historia, la de ellOs, en una narrativa que debe ser desactivada y reelaborada.

La socialización en un sistema patriarcal implica la asimilación y normalización de sus pautas de comportamiento y sistemas de categorías. Sin el contrapeso de una educación que privilegie el pensamiento crítico desde un enfoque feminista, se perpetúa la violencia simbólica y estructural de dicho sistema y sus directrices se internalizan.

En estas sociedades se ha promovido la pugna entre mujeres como una estrategia desestabilizadora que fortalece el discurso machista en todos los planos y, por tanto, también en el afectivo, que incluye la gestión emocional. La falacia de una “rivalidad natural” que subyace a cualquier tipo de relación entre mujeres contrarresta nuestro empoderamiento y favorece la perdurabilidad del mito del amor romántico. Este mandato sobre los afectos y la sexualidad refrenda la subordinación de las mujeres y la violencia machista en todas sus formas, validando la dependencia generada por continuos estados de alerta como única forma de demostrar el compromiso “amoroso”.

La misoginia entre mujeres es una magnífica  herramienta patriarcal y el amor romántico, sin duda, un importante potenciador, de peso simbólico abrumador, que ha sido utilizado hábilmente como método de control. ¿ “El peor enemigo de una mujer es otra.”? Rotundamente no. El peligro no está ahí, la amenaza es otra y asesina cada día: no tenemos que “protegernos” de las demás, tenemos que protegernos unas a otras frente a todas las formas de violencia machista.

Desde el feminismo, hablamos de pacto colectivo, de hermanamiento político, que no emocional: hablamos de sororidad. Esta es una estrategia transversal que supera afinidades afectivas e intereses individuales para caminar hacia objetivos colectivos. No es un comodín conceptual. No es un término con el que llenarse la boca en las instituciones para luego construir genealogía sólo con amigas. No es una multa simbólica en la que apoyarse únicamente cuando lo demás falla o para obtener un beneficio personal egoísta. No es evitar la crítica. Error.

La idea de sororidad no puede estar sujeta a manipulaciones ni condicionada por intereses particulares. Esto exige un continuo aprendizaje y autocuestionamiento porque, evidentemente, no somos infalibles y tomamos nuestras decisiones desde el conflicto con un sistema que no nos representa pero que nos influye tanto en la dimensión privada como en el ámbito público.

Claro que podemos (y debemos, incluso) discrepar entre nosotras en muchos temas. Claro que podemos emitir juicios críticos hacia otras. El punto está en no caer en la trampa de emplear mecanismos machistas de desprestigio. El feminismo, como  otros movimientos sociales emancipatorios, es heterogéneo, plural, integrado por enfoques, propuestas de lucha y  planteamientos distintos. Sin embargo, ha sido puesto en cuestión desde sus inicios por la misma razón que se nos ha cuestionado a nosotras y, por eso, la pluralidad que se le reconoce a cualquiera de esos otros movimientos no es válida aquí sino que se utiliza como argumento para deslegitimar la lucha.

La sororidad es pacto por encima de elecciones afectivas. Pensar en ello como un efecto naif en virtud del cual, automáticamente, nos cogemos de la mano para cantar en corro de ninfas es tan contraproducente como no señalar ni desactivar las estrategias patriarcales que fomentan la pugna entre mujeres. Ambos constructos, la amistad “obligada” entre las leídas como mujeres y la falacia de la rivalidad natural subyacente a toda relación entre nosotras, son herederos del discurso clásico de los mitos androcéntricos que, desautorizando y deslegitimando a las mujeres, nos categorizaba como seres únicamente emocionales con mermada, incluso inexistente, capacidad de raciocinio. Estas ideas, asimiladas y normalizadas social y culturalmente durante milenios, siguen ahí como parte de un sistema feminicida, sustentándolo y alimentándolo.

Entonces, ¿vamos a continuar reproduciendo parámetros que contribuyen a nuestra propia opresión? ¿Seremos cómplices de un discurso que nos quiere sometidas, silenciadas, infrarrepresentadas?

Solo si somos capaces de cuestionar lo aprendido, asumiendo nuestra propia falibilidad, podremos fortalecer los nudos que nos unen y ser capaces de ver más allá de los huecos y las afinidades electivas avanzando hacia el pacto colectivo. Crecemos cada día aprendiendo unas de otras, de nuestras historias de vida, nos escuchamos, nos nutrimos. Somos poderosas, sobre todo si caminamos juntas aunque sea un trecho del camino. Porque, como siempre digo,  para ser aliadas no necesitamos ser amigas.

 

FUENTES BIBLIOGRÁFICAS

Las heroínas regresan a Ítaca. La construcción de las identidades femeninas a través de la subversión de los mitos. Yolanda Beteta Martín. Investigaciones Feministas 2009, vol 0, 163 – 182.

Taller ‘Entre Liliths y Evas anda el juego: sobre desigualdades, estigmas y misoginia entre mujeres. Retos para la práctica feminista’. Colectivu Milenta Muyeres y Moces / Asociación Muyeres Adrei. Oviedo, Octubre 2011.

Escritora y trabajadora social. Desarrolla el proyecto feminista Musas Disidentes y es colaboradora habitual en publicaciones de actualidad, radio y revistas culturales. Desde 2017 forma parte de Local, iniciativa crítica cultural de la asociación Laboca. Su último libro, Nudo de venas (Suburba Ediciones, 2018), recoge su producción poética más reciente.

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