Inside Out

¿Qué vertiente de la vida es más intensa? (II)

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‘Los límites del lenguaje son los límites del mundo’ (Wittgenstein)

El progreso tecnológico a veces nos queda grande. En ocasiones tendemos a pensar que debemos dejarnos guiar y ponernos en manos de un Skynet (Terminator) diseñado a la medida. El marco teórico es bueno, e incluso deseable si puede ayudarnos en la evolución personal. La posibilidad de delegar para así dedicarnos a establecer lazos y potenciar ciertos vínculos puede ser un buen punto de partida.

Las discordancias comienzan al difuminarse la noción de lo importante, para dedicarnos sólo a alimentar al monstruo. ¿Quién o qué es? Nos hemos transformado en eso, presas de nuestro propio vacío. Consumimos, contamos, gritamos, nos quejamos de que hemos perdido el norte. Y no sabemos qué hacer para retomar el control de nuestra existencia.

Necesitamos espacio vital, aunque es probable de que ni siquiera hayamos reparado en ello. Pero ahí estamos, en medio de las ocupaciones cotidianas, a hurtadillas si es preciso, nos sumergimos en la red. Hay que aliviar la presión: el jefe perpetuamente malhumorado (¿cuestiones de la empresa?, ¿ consecuencias de vida familiar frustrante que, lamentablemente, acabará descargando sobre alguien?), unos compañeros insufribles que invaden el espacio acústico con el vocinglerío de anécdotas insulsas del fin de semana… O peor, ahora no se oye nada, ya están descuartizando a alguien y envolviendo la cizaña para regalársela a quien la quiera escuchar (y difundir bien tergiversada después), claro . Hay que contarlo, necesitamos saber que no estamos solos, que los demás también narran (en silencio) sus cuitas.

Ahora mismo estamos atrapados en el tiempo, sabemos qué sentía Bill Murray aquel interminable Día de la marmota. Salimos del trabajo y volvemos al refugio. El móvil, la Tablet o el ordenador son nuestro espacio. Si no podemos disponer del físico, al menos nos acomodamos en el rinconcito virtual.

Lo accesorio se convierte en primordial y lo básico queda relegado al segundo plano. O se difumina hasta desaparecer. Aunque tampoco debemos pensar que todo ese mundo de información y relación virtual resguardado en el bolsillo va a comernos las entrañas. Hemos dejado, voluntariamente, de manejar la realidad inmediata y disponemos tan solo de una ilusión de control (tendencia a creer que se puede controlar o influir en factores sobre los que no tenemos intervención alguna), porque potencialmente llegamos a un punto de despersonalización tal que nuestro repertorio/capacidad de aprendizaje de conductas se ha extraviado sin saber bien cómo.

Nos hallamos frente a la pantalla esperando que la red aporte algo que en la otra realidad  podemos echar de menos. No es tiempo, no es reconocimiento. Puede ser únicamente interacción, creemos que sincera. Porque en ocasiones estamos hartos de la relación física de cortesía, de nuestra propia tristeza o de la falsa alegría perpetua.

Aunque haya quien piense, a veces, que el ciberespacio es maquiavélico, un entorno de falsedad, vacío e indefensión, no es sino una ampliación de la realidad en la que habitamos. Con cada nuevo descubrimiento, la creación de una obra, la manifestación de una idea o la expresión de una emoción secundada por un receptor el límite de la realidad se ensancha. Las generaciones emergentes no conciben ya el espacio físico sin este canal de comunicación. Algunos de los que aquí nos hallábamos, nos hemos ido adaptando a los cambios integrándolo en el día a día y aprendiendo a utilizarlo, en la medida de lo posible, en nuestro beneficio. Desapareció parte del abismo intergeneracional del pasado. Ahora todos hacemos lo mismo y sin embargo padres e hijos se siguen entendiendo y tolerando mal de vez en cuando.

El principal, o tal vez único, obstáculo entre la pantalla y la interacción física estriba en la conciencia del otro. No hay demasiada diferencia entre lo que se comparte dialogando o tecleando. La reacción es lo que se modifica. El efecto de deseabilidad social (emisión de la respuesta esperable más que la real) casi desaparece o no es tan relevante detrás del teclado.

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La imagen se consigue por medio de la palabra, no recae únicamente en el nivel físico. Ahí es donde podemos permitirnos crecer y expandir los límites del lenguaje y del mundo, como postulaba Wittgenstein.

Vamos a plantear una pregunta:

La brillantez de alguien extremadamente tímido en una situación social convencional, en la que es ‘apartado’ por su poca gracia o sus silencios (y rara vez significan que no tenga mucho que decir) ¿podría manifestarse, dejando a muchos impactados y sobrecogidos sólo por el hecho de no estar expuesto públicamente?

A veces ocurre, hay atropellos y exclusiones sistemáticos de las personas que son diferentes. Por eso, en ocasiones, la mediocridad triunfa.

Una ventaja de esta forma de relacionarse (sea con alguien a quien  conocemos físicamente o no) consiste en la posibilidad de pensar con tranquilidad y elaborar una respuesta adecuada con la que sorprenderemos, nos haremos entender o aportaremos algo.

También puede interpretarse la abstracción de la red como un entorno hostil en el que proceder con malicia amparados en el supuesto anonimato.

Comienza la interacción virtual. La tendencia de partida es mostrar la imagen más segura que podamos dar, proyectando  aquello en lo que aspiramos a convertirnos. Y esto no es algo pérfido, al contrario. Del mismo modo que en el entorno cotidiano iremos observando, según la consistencia de la opinión, palabras e interacciones, a qué persona tenemos enfrente. En base a esto (en el exterior igual) cribaremos para saber a quiénes queremos al lado.

No hay hasta aquí demasiada diferencia con lo que sucede en el otro sector de la realidad. Buscamos compartir sentimientos, emociones e ideas. Nos relacionamos incluso de manera más veraz. Algunas de nuestras interacciones pueden ser más fiables y sinceras que otras de las habituales. Alguien que no nos conoce no tiene necesidad de halagarnos. Ni nosotros a otras personas. Establecemos vínculos espontáneos y francos y nos adherimos o no a una corriente porque así lo sentimos. No estamos sujetos a tanta presión social como en el exterior.

Lo virtual y lo físico se solapan. Se habla de los mismos temas en los dos ámbitos, se busca la disparidad de opiniones siempre y cuando se haga de manera respetuosa con el interlocutor. Tiende a ser una realidad que aquella persona o grupo sistemáticamente ofensivo acaba siendo ignorado si es su modus operandi habitual. También hay quien utiliza esa vía como modo de expiar frustraciones y desavenencias personales pensando únicamente que ha de comportarse así como defensa ante potenciales afrentas. Gastan tiempo y energía creyendo que el resto no tiene otro objetivo que atacar (el otro no es tan importante (o no debiera) como para desperdiciar tu energía en hundirlo).

Otro de los beneficios de este modo de relación es el desarrollo de la capacidad de escuchar/leer/empatizar sin interrumpir el discurso del interlocutor, cosa que, por el halo de egocentrismo que nos envuelve, no somos capaces de hacer fuera y nos lleva a invadir la conversación de manera casi sistemática (unos hablan y otros siempre escuchan).

Sobre los inconvenientes que a veces se mencionan: aislamiento, celos del entorno o desconfianza acerca de la actividad que llevamos a cabo en la red. Son los mismos temores, más o menos desarrollados o distorsionados, que experimentamos en el mundo cotidiano  que suele correlacionar con el nivel de madurez emocional de las personas.

La tecnología no es el problema. El conflicto surge en cuanto al modo  de uso de los recursos a nuestro alcance y/o la adicción que genere (que acaba siendo una dependencia emocional: nos sentimos menos solos, más aceptados y escuchados que en otros ámbitos. Aporta una cierta seguridad y reparación anímica, por eso necesitamos estar casi constantemente conectados, sentimos de ese modo que somos importantes y válidos para otros aun no conociéndolos a veces físicamente).

La pregunta: ¿Por qué somos dependientes de algo? Intentamos buscar aquello de lo que carecemos y mostrarnos como realmente nos vemos y nos sentimos y nos gustaría que nos viesen, esto no es negativo en principio. La distorsión empieza cuando creamos una nueva identidad, ¿qué no funciona? Buscamos sentirnos integrantes de algo, exponer aspectos de nuestra existencia que nos hacen sentirnos orgullosos, comunicarnos con otros y que sean parte del espejo en el que construir nuestra autoimagen cambiante.

 

 

 

A veces escribo cosas, otras las vivo y el resto las pienso. En las vidas mental, física y virtual pueden entrelazarse e interrelacionarse las cosas. Y, más aún, ser útiles los aprendizajes y experiencias de unas en otras. ¿No os ha pasado alguna vez? Ah, también juego y 'estrimeo', con un alterego, de vez en cuando, pero de eso ya hablaremos en otra campaña.

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