Inside Out

¿Somos nosotros o son “ellos”?

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El inexorable camino sin retorno hacia la despersonalización

El cristal negro comienza a controlar y modificar nuestra existencia. Casi cada ámbito de nuestra vida se encuentra condicionado por el silencioso y oscuro mediador. O, peor aún, deidad en torno a la cual gira parte de nuestra existencia. ¿De verdad es una herramienta a nuestro servicio o nos hemos convertido en sus lacayos? ¿No escucháis por  doquier ese sonido del was que nos silba? Ahora somos nosotros las mascotas, repiqueteamos impacientes los dedos en las mesas esperando su reclamo. ¿No dejamos casi cualquier cosa que tengamos entre manos para ver quién nos reclama y con qué objeto? La interacción se produce a través de esas pantallas protectoras, esas barreras tangibles que creemos nos salvan de las agresiones de ‘los otros’ ¿Y por qué se ha llegado a ese punto? El modo aventura en el que estamos siendo educados puede habernos llevado a esto, al menos en parte.

Tú (siempre) eres y has de ser lo único (y lo más) importante, el centro de cualquier universo. Perder terreno, ser condescendiente, cortés o educado ante otros es de blandengues y pusilánimes.

Black Mirror irrumpió de nuevo en las pantallas intentando remover nuestra conciencia, formulando preguntas sin interrogantes tácitos destinadas a mentes benévolas, creativas, inconformistas e inquietas. Continuó siendo una serie crítica, inmersa en una tierra de nadie ubicada entre la ciencia ficción, el drama ético y la perspectiva aterradora de un futuro incierto de corazones y conciencias apocalípticos, despersonalizados y tenebrosos.

La era del egocentrismo supremo se encuentra en el punto más álgido. Somos en función de lo que procesamos y aprehendemos. Tengo que adherirme a un hashtag, el que sea. La necesidad de no ser diferente está marcada por los trending topics del momento. Y sí, esto me hace ser diferente de algunos, ya que en función de mis fútiles inquietudes me acojo a uno y no a otro. Pero he de sentirme parte de algo, tener una especie de ilusión de control de mi propia existencia que discurre veloz hacia el vacío. Soy diferente pero necesito sentirme igual. No es un fenómeno nuevo, la necesidad de pertenencia es una característica social común a casi todas las especies.

Cada vez que el individuo ejecuta un click con el ratón comienza a perder micras de su identidad como persona única. Las redes sociales están cada vez  más presentes en la vida de los hombres. No de todos ni en igual medida, pero si en una gran parte de este entorno civilizado en el que creemos encontrarnos. Pensamos ser totalmente afortunados cuando al inspeccionar nuestros perfiles observamos cómo nuestras legiones de amigos nos dejan mensajes. Nos sentimos especiales, importantes y valiosos, nos creemos menos solos, más comprendidos y apoyados, o al menos es la ilusión que los muros proyectan. ¿Qué pasa después en el entorno físico?

En el momento en el que se pierde el contacto protector con el dispositivo empezamos a sentirnos inquietos, temerosos y vulnerables. Las relaciones personales se tornan difíciles, extrañas e inconsistentes porque no estamos dispuestos a ser pacientes, ni empáticos y la realidad es que muy poco tolerantes. Tampoco se sabe muy bien cómo hacer todo esto. El otro es visto como una potencial amenaza, alguien de quien hay que defenderse a toda costa y ¿qué mejor opción para ello que parapetarse tras ese black mirror que es el único, como proyección de uno mismo que es, que nos protege y nos entiende, o mostrar una actitud hostil y amenazante en las relaciones directas? La contestación dañina, hiriente y rápida está en la punta de la lengua. Nadie osará asaltar la supremacía del desdén, la agresión gratuita y la frialdad. La empatía, condescendencia, escucha activa o compasión son gestos y actitudes en desuso. Ni siquiera se ha de parar por un momento a pensar en ello, generaría distorsiones.

No estamos dispuestos a dejar caer las defensas. A lo sumo elegiremos con quien ser condescendientes, bondadosos y altruistas o con quien no, siempre en función de los beneficios personales que cualquier acción pueda comportar. Esto nos conduce casi a un punto de despersonalización rayano en el ¿fascismo? La visión de uno mismo creyéndose un semidios, otorgando perdón y benevolencia solo a aquellos que creamos merecedores de ello, sin ir mucho más allá y reflexionar acerca de si nuestro modo de actuar es justo o, cuando menos, neutral con quien compartimos espacio.

Y esta actitud nos devuelve de nuevo al entorno seguro de protección de la pantalla negra, desde donde nos relacionaremos con el mundo como voyeurs de nuestra propia existencia y la de los otros, algunos de ellos iguales y otros inferiores por su diferencia. Intentamos mostrar a través del filtro mediador de la pantalla nuestra mejor imagen, la más bella, ágil, sagaz y aparentemente translúcida. Somos dóciles, amables y encantadores. Proyectamos una imagen de lo que nos gustaría ser si el mundo y los demás no fueran el entorno hostil del que nos aleccionan constantemente a protegernos y a ‘no dejarnos pisar’ en vez de modificar ese discurso hacia una dirección de aprendizaje, conciencia del otro y colaboración.

face Fact

‘El conocimiento es poder’, dicen por ahí, aunque a lo mejor ya no lo sea tanto. Pertrechados en nuestro habitáculo, seguros, confortables y creyéndonos llenos en nuestra vacuidad no vamos más allá de ansiar un instante de gloria efímera por medio de nuestras sentencias: graciosas, falsas, soeces, difamatorias o humillantes. Intentamos relacionarnos con el mundo, impartir justicia, aparentar que estamos preocupados ante y por el caos que nos rodea y envuelve. Pero, a la hora de la verdad ¿Qué acciones estamos dispuestos a emprender si no es por una motivación parcial y narcisista que vaya a reportarnos beneficios personales?, ¿cuántos somos superhéroes del altruismo?

No somos, ni podemos o queremos ser conscientes de la influencia del despliegue tecnológico en nuestra existencia. En la soledad buscamos la compañía, la mitigación del dolor que comporta el vacío que nos envuelve. Y la realidad es que, a pesar de anhelar conocer lo que otros nos dicen, bucear en sus vidas a través de lo proyectado en sus perfiles, lo que estamos buscando en el fondo es continuar nuestro monólogo onanista y que alguien lo escuche y nos ‘salve’, que nos ayude a dotar de sentido a nuestra anodina existencia, tratar de destacar siquiera por un breve momento entre la despersonalización.

Al Igual que Dorothy, el León cobarde, el Espantapájaros estúpido o el Hombre de hojalata insensible en su viaje a la Ciudad Esmeralda para encontrarse con el mago de Oz, en aquella red social improvisada, todos intentamos encontrar un sentido a nuestra existencia, anhelamos que alguien nos aporte aquello de lo que creemos carecer. Buscamos, aliándonos con los recursos tecnológicos a nuestro alcance, aportar lo mejor de nosotros mismos. Ahora podríamos incluso aventurar las pautas de la existencia de los individuos únicamente rastreando sus incursiones en la red. Y  el resultado consistiría en un cúmulo de sorpresas, equívocos, y un retrato robot total o parcialmente diferente del presentado en la vida paralela, aunque también similar. Y aunque parezca una paradoja, no lo es (por ese efecto de la deseabilidad social).

Las redes sociales, y la tecnología en general habrían de ser un vehículo cohesionador de la existencia y las relaciones individuales, ayudar, ampliar y complementar en vez de distorsionar, dañar u ocultar. La clave, como siempre ha sido, es y será en todos los ámbitos de la existencia, está en la utilización que la persona haga con los medios a su alcance, no de la tecnología (inanimada) en sí. El problema radica en el pensamiento de cuáles son el modo y el fin perseguidos, y lo que perdemos o ganamos en el camino.

¿Qué es lo que tiene esta serie de innovador?

Para empezar una crítica con acidez del tipo de individuos hedonistas, vacíos, vagos, intolerantes e insensibles en que nos estamos convirtiendo. Por otro lado una de sus pretensiones es, a modo de parábola, mostrar un potencial futuro, que ya está no siendo tal, de despersonalización absoluta, en el que el hombre está al servicio de las máquinas, totalmente dependiente de ellas e indefenso y perdido cuando no puede mediatizar sus interacciones con otros parapetado en sus pantallas protectoras.

El fenómeno del esnobismo vs debate y pensamiento críticos

Curiosamente, inmersos como estamos en la cultura del reality en la que todo/nada existe si no es mostrado en toda su crudeza o zafiedad a través de la televisión, aparece una historia totalmente crítica con este tipo de fenómenos, tratando de apuntar el apocalíptico entorno al que nos abocamos, y sólo el hecho de haber visto esos capítulos ya es algo totalmente cool.

Todo aquel que haya visionado las imágenes morbosas, crudas, dolorosas y desagradables ‘está en la onda’. Sacamos en claro que hoy podemos estar informados en tiempo real de cualquier evento o catástrofe mundial conectándonos a nuestro twitter, podemos opinar, con mayor o menor acierto, sobre cualquier evento. Pero ni siquiera nos planteamos que prestando atención a bulos, difamaciones y morbo gratuitos estamos cavando la tumba de nuestra dignidad, de las características que alguna vez nos definieron como humanos.

Muy pocos se aventurarán, por incapacidad o temor, a ir un paso más allá y ejercitar su pensamiento crítico, debatir, pensar y/o argumentar acerca del fondo de la cuestión a la par de un exhaustivo análisis de la forma, desmigando actitudes, acciones, aciertos, errores, motivación, comportamientos… En tal caso todo esto no habrá servido para nada y la triste conclusión es que tenemos lo que nos merecemos.

A veces escribo cosas, otras las vivo y el resto las pienso. En las vidas mental, física y virtual pueden entrelazarse e interrelacionarse las cosas. Y, más aún, ser útiles los aprendizajes y experiencias de unas en otras. ¿No os ha pasado alguna vez? Ah, también juego y 'estrimeo', con un alterego, de vez en cuando, pero de eso ya hablaremos en otra campaña.

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