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Atiende mi vibrar

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Ay no, Joaquín va a hablar…

Una de las primeras cosas que me dijiste fue que querías desarrollar tu capacidad para el recogimiento.

-Quiero aprender de ti a estar en soledad -me susurraste.

En aquel momento no advertí que podrías padecer una distracción crónica e indiferencia permanente al entorno más inmediato, por ejemplo, dejando sistemáticamente obstáculos como las zapatillas en medio del suelo. No supe que lo que venías a expresarme era tu dificultad para estar en lo que estás. Sin embargo, con el paso de los meses percibí más vestigios que venían a manifestar una crisis de presencia, un contratiempo incesante para el acceso a la experiencia del presente.

Como lo está la mayoría social, sé que estás inducida por el dominante modelo de rendimiento: siempre conectada y actualizada. Por tanto, cabe recordarte que el sujeto de rendimiento no está nunca en lo que está, sino más allá… de ti misma, de tus lazos afectivos, de las situaciones que habitas. De una forma u otra, en constante competencia con los demás, porque el presente que vives es sólo un medio de otra cosa mejor que te aguarda después, más tarde. Sacrificas cristianamente lo que más amas, el presente, en nombre de una salvación para mañana. A pesar de las consecuencias que te acarrea: ansiedad, cansancio y depresión. Que compensas, si acaso, con el consumo de identidades, reconocimientos, likes u otros chutes de autoestima rápida pero efímera e ineficaz. Cuyas secuelas no son sino el eterno retorno a tu sufrimiento, contra ti misma y los demás: autoagresiones, lesiones, rabia reactiva, resentimiento y búsqueda de un chivo expiatorio al que culpar. Desaparecer en la sumisión, en la anorexia, en el alcohol, en el morbo, en la desviación a una bifurcación sexual, existencial. No ser. No ser digna de ser respetada y amada como si no hubiese un mañana. El deseable derecho de ser amada como si no hubiese un mañana. Por el contrario, fantaseas con cosificarte como mujer objeto, como prótesis para un modelo de existencia que te abruma. Porque valoras el desajuste entre tu modo de ser y la lógica del poder como un problema personal tuyo, basado en alguna insuficiencia. No. Tu interpretación es errónea y engañosa; está producida por un malestar expresado en los desórdenes de la atención; y eso es lo que te induce a ausentarte en las respuestas que elaboras al daño, a las formas de anestesia e insensibilización, como cuando la mitad de tu cara dibuja una sonrisa psicopática en los momentos en los que necesito empatía. Recuerda que inteligencia es atención y estupidez es distracción. Y yo no te quiero insensible, volátil y repetitiva…

No estás donde estás porque tampoco el mundo lo está: nuestros seres queridos se hallan rindiendo para acumular capital, forzados exteriormente por principios abstractos. Sin embargo, podrías aprender a estar en el presente si desarrollases la atención. Para conseguirlo, en primer lugar debes desaturarte, quitarte cosas, vaciarte, interrumpir la incesante conectividad, abrirte un intervalo para encontrarte receptiva y no, como te percibo, con constantes objeciones. Porque, como sabrás ya, el verdadero objetivo del estudio es la formación de la atención y no la acumulación de saber o de resultados, notas y exámenes. Debes discernir entre atención y concentración o fuerza de voluntad. Cuando te sientas a estudiar, todos tus aprendizajes movidos por el deseo y el goce implican atención. Opuestamente, toda aquella memorización mecánica que tienes que soportar te supone concentración y fuerza de voluntad, pero no te garantiza un verdadero aprendizaje a largo plazo. Pues, como te decía, la atención es una espera y vaciamiento que te permite acoger lo desconocido con el corazón. Atender es detener tu atención automatizada. Esto consiste en suspender tu pensamiento, en dilatarlo para hacerlo penetrable; manteniéndote próxima a tu pensamiento, pero en un nivel inferior y sin contacto con él. Sólo así podrás volverte capaz de escuchar y recibir lo que te proponga y tenga para entregarte. Vaciarte no significa borrar lo aprendido, sino ponerlo entre paréntesis para poder captar así la novedad y la singularidad de lo que viene. La manera de lograrlo es bajándole los humos al orgullo. Dado que sólo aprende quien practica la humildad. Para que desnude mi verdad, también tú debes desnudarte. Si tu pensamiento se precipita, se viste de forma prematura y se torna impenetrable por mi relato.

Lo contrario a la apertura es la intolerancia. Una intolerancia a la duda, por ansiedad, desconfianza y miedo. Una contestación automática que no saborea lo desconocido y no llega nunca a cogerle el gusto a mi palabra. Así que desactívate, no busques, sólo espera, pasivamente. Atender es aprender a esperar con pasividad. La impaciencia, la compulsión de opinión, de defender una identidad, suponen una falta de entrega y de generosidad. La atención se ejercita mediante el ejemplo y la práctica de entender lo que pasa. Porque, además de lo que se dice, está lo que pasa. Lo que pasa es deseo, energía, vibración. Fuerzas que nos conmueven y motivan. Atender es entender lo que pasa, y lo que pasa es deseo. Atender es seguir el deseo y dar lugar a que pase. Inventándole formas; transformando la situación para que suceda. Encendiéndole las ganas, avivando su llama. Múltiples veces. Atenderme no es sólo atender lo que digo sino el cómo lo digo: mi ritmo, mis detalles, mi proceso. Por eso te pido una sensibilidad transindividual que atienda a la energía que circula entre nosotras. Una sensibilidad que atienda a la trama o resonancia relacional: a los afectos. La atención, o es convergente o no es sino una mera sucesión de monólogos. Tienes que afectarte y resonar conmigo, vibrar con mis palabras y no con tus pensamientos. Si no te conmueves, no me estás escuchando con atención. La clave está en meterte en mi orden del afecto, porque lo valioso no son mis palabras sino el amor por mis palabras. Eso es el afecto. No importa que no sepas, ya que para atenderme lo que hay no es un algoritmo sino una situación amorosa, de comprensión y aprendizaje. No quiero un estándar, una relación vertical o una pareja convencional. Te amo a ti salvajemente humana y sensible. La sensibilidad es lo que te permite leer mis señales no codificadas, lo que te posibilita atender mi vibrar.

Cineasta con siete largometrajes, casi una veintena de cortos e incontables participaciones en proyectos ajenos o/y colectivos a mis espaldas. Pintor que gusta en darse baños de color. Y escritor que preferiría ser ágrafo. Estoy preparándome para huir al margen del Estado, fuera del sistema. Me explico en "Dulce Leviatán": https://vimeo.com/user38204696/videos

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