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Carta de despedida… o breve historia del cine brasileño reciente.

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Hoy en Brasil -o en el Brasil, o en los Brasiles, ese súper país motor de Sudamérica- primero está la realidad, luego el documental y, por último, la ficción. La realidad en Brasil es una entelequia. Y no sólo porque la Globo, el canal de T.V. omnipresente en todos los hogares la deforme y la pervierta a su antojo, todas las televisiones mienten -la Globo más, la Globo miente e insulta- creando realidades paralelas, telas de araña, espacios de la mentira, creando un súper país exportable y turístico, vendible, eso se ve cada día, por ejemplo, en las telenovelas -cinco al día- donde todos sus protagonistas son piojos renacidos, gente de la nueva clase media brasileña, tan efímeros como los nuevos ricos de nuestra famosa burbuja inmobiliaria… pero NO, en Brasil, el problema de la realidad hoy en día –y siempre- sería más bien: ¿puede soñar un señor de Porto Alegre con un indígena del Amazonas?, ¿si se encontraran, de qué hablarían?, ¿tienen algo en común más allá del hecho abstracto de ser brasileños, más allá de estar los dos en el súper motor de Sudamérica?

Aquí es donde entra la Petrobras (Petrobras = Repsol; con la diferencia de que cuando sus altos ejecutivos mueran no arderán del todo en el infierno porque promocionan un poquito la cultura) y se dedica a subvencionar cada año cientos de documentales etnográficos para que el señor de Porto Alegre pueda ver cómodamente desde el sillón de su casa qué sucede en el Amazonas , o con los garampeiros de la Chapada Diamantina, o con los ayahuasqueros del interior de Tocantins. Primero está la realidad –y en Brasil la realidad, al ser tan inabarcable, importa bien poco- y después viene el documental. Un aparte para reflexionar: ¿quién hace hoy en día los documentales en Brasil? ¿Quién va a mostrar el pintoresquismo etnográfico, las tradiciones, el folclore… la “realidad” del país para que el señor de Porto Alegre crea desde su cómodo sofá que conoce su país?

No serán, desde luego, los propios interesados. Más bien será de nuevo un piojo renacido, un flamante producto de esa nueva clase media o un niño rico de toda la vida: los únicos que pueden pagarse una formación audiovisual en ese país que se vende como el nuevo El Dorado.

Al menos de esta paradoja surgen películas interesantes. La que mejor ilustra toda esta disyuntiva es Santiago (2007) de João Moreira Salles que, en el fondo, es la confesión de un niño pijo que no sabe cómo filmar a su criado de toda la vida. Que ha crecido con él pero que no lo conoce porque era el mucamo y el mucamo o la mucama en las casa brasileñas son los que hacen la comida, lavan la ropa y arreglan la casa, no son un mero objeto decorativo porque actúan y sirven, son una herramienta muy funcional. Sin su mucamo hay señoras en Brasil y jóvenes en Brasil que hoy se alimentarían sólo de McDonalds -yo los vi- no saben ni freír un huevito. Y de todo eso se da cuenta Salles en Santiago, película que tardó trece años en montar porque la realidad siempre es dura y cuesta enfrentarse a ella.

Otro documental interesante: Noticias de una guerra particular (también de João Moreira Salles junto a Kátia Lund). Dura una hora y poquito. Pero en ese corto espacio de tiempo da una visión de conjunto del tremendo merder que hubo a finales de los noventa en las favelas de Rio. El espectador se hace una mínima composición de lugar de lo que allí aconteció (y, por ende, tiene algunas claves para entender lo que acontece hoy).

Decíamos que en el cine brasileiro actual primero está la realidad, luego viene el documental, y al fondo, cojeando y mirando intensamente a Hollywood, creyéndose que se entera de todo y puede hablar de todo, viene la ficción. Y en el terreno de la ficción me gustaría seleccionar dos ejemplos, que no son los que más me gustan, pero son los dos ejemplos que Brasil ha exportado a Europa y al mundo: Ciudad de Dios y Tropa de élite. Que son, en el fondo, las dos caras de una moneda y, al mismo tiempo, no son nada. Ilustran la problemática de una ciudad muy pequeña (Rio de Janeiro) que más que una ciudad es un inmenso decorado y que tiene muchísimas ganas de protagonismo (visita del nuevo papa argentino, juegos olímpicos) respecto al resto de ese gran país en el que todo va de lujo. Pero bien, si hay que hablar de estas dos películas que fueron el escaparate de una parte de Brasil al mundo, pues hablaremos de ellas. Respecto al lenguaje cinematográfico o a su estética poco o nada hay que decir: siguen el lenguaje y la estética de un anuncio de perfumes o de coches, un videoclip, un videojuego, o una película de Hollywood. Sobre su mensaje secreto: en la primera se transluce que mola mucho ser gánster callejero y enseguida viene la segunda, Tropa de Zombis, para enmendar ese peligroso mensaje y aseverar que no, que lo que mola de verdad es ser un BOPE (asesinos vestidos de policías). En las dos hay apología de la violencia. En las dos la trama y los personajes hacen que se sobrevuele a vista de pájaro sobre los conflictos candentes. Las dos son películas hipócritas y ninguna aborda ni de lejos soluciones reales para el problema del narcotráfico (porque ninguna quiere mirar de frente a la imagen de la droga) ni al de la miseria (se recrea en ella y la atrezza), ni se cuestiona por qué existe… sólo se nos presenta la favela cómo un territorio hostil, un territorio de western (nada más alejado de la realidad) y mientras en Ciudad de dios gangsters matan a policías, en Tropa de élite policías aniquilan a gangsters. Tremenda espiral. Y más o menos es eso. Encima uno puede salir del cine creyendo que conoce o que entiende algo de toda esta idiosincrasia… jajajajajajaja… ¡¡si sólo le han vendido unas tristes zapatillas!!

Consecuencias de una y de otra: que cada vez haya más jóvenes que quieran meterse en bandas gang y que cada vez haya más jóvenes que quieran meterse a miembros del BOPE. Y que siga la espiral.

Otra consecuencia directa: la psicosis. Porque es cierto que no sólo en Rio hay favelas, las hay en todas las macro urbes brasileñas. ¿Y qué sucede con los nuevos ricos, con la nueva clase media, los piojos renacidos, cuando ven este tipo de películas? Pues que tienen miedo. Miedo que se refleja en condominios (urbanizaciones privadas) amuralladas con cables espinosos de alta tensión y protegidos con siete tipos con metralleta en la entrada (por cierto, los siete tipos no moran en el condominio, moran en la favela) y tienen miedo a salir por la noche y hasta de ir andando por la calle. Van a todos los sitios en coche. Exigen colegios privados. Un publicista no se junta con un camarero, un médico no tiene amigos fontaneros, ni electricistas.

Oigan: no me estoy inventando nada. Todo esto lo vi con mis propios ojos en el Brasil del próximo mundial, el de los grandes números macroeconómicos, el motor de Sudamérica. Y vi todas estas películas. Y entonces entendí algunas cosas.

Ah, no crean que esto va a cambiar. De ninguna manera. La cosa seguirá hasta que explote. No hay conciencia en Brasil, la adormece la Globo cada día, la del rico y la del pobre. La azuza el nuevo cine brasileño (no confundir con el cinema novo). Cualquier acto que se salga de lo establecido es inconcebible cuando todo el mundo puede comprarse ya una tele de plasma a plazos y tener internet de banda ancha. Luego vienen los llantos, las crisis, el tormento. Y cuanto más grande sea el país, más dura será la caída. ¿No recuerdan algunas de estas cosas un poco a la Spain de aquellos maravillosos años? Lo que espero de verdad es que cuando el gigante caiga no arrastre a los pequeños que, con sus más o sus menos, tratan de hacer las cosas de una manera diferente.  Siempre nos quedará Coutinho. O Glauber.

Miguel Blasco Marqués (Valencia, 1988). Lector ácrata e impenitente, cineasta jubilado, perfeccionista en las paellas, eterno diletante, fanático de los tacos mexicanos y de las tertulias que no conducen a nada. Trabaja como editor en Ediciones Contrabando.

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