Cuadernos

Ensayo por la juventud (y XIII)

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Capítulo 13: Final feliz.

Este fenómeno hace entrar en crisis los parámetros de nuestra crítica tradicional de la sociedad capitalista. Ya no hay un sujeto de la Historia, ya no hay proletariado. La confianza en la Historia está en plena decadencia y declive debido a los peligros de Tercera Guerra Mundial, cuya razón, más que astuta, sería atómica y, desde luego, no habría triunfo sino regresión. Si bien encontramos a ciertas escalas una constante lucha de capitalismos, entre los más feroces y aquellos que creen que otro capitalismo es posible, la crisis del siglo XXI es de trascendencia, dada la falta de garantías de la Historia. Se han de buscar, pues, tanto en el pasado como en el presente, trascendencias que, nuevas o no, sí sean futuribles, antes de que la razón, vieja embustera -como avisó Nietzsche-, se reduzca al mito. Así, la Ciencia podrá terminar por convertirse en el pretexto de una dominación y de una manipulación creciente, y por ello se acabaría de una vez con su Juicio. Una sociedad sin derechos, ni clases, cuyos conflictos no serían de oposición sino de diferencia, donde no habría incompatibilidades de interés sino diferencias, intercambios de impresiones, si la trascendencia y su confianza son posibles. El hombre no es un ser social porque está conectado al todo, y esta es nuestra mayor garantía, también transhistórica, de una orientación de la Historia, a pesar de que la propiedad, es decir, el pecado original, pueda volver siempre a dañarlo todo. Los conflictos territoriales, las guerras en curso y los militares que desgastan el tiempo de muchos combatiéndose entre sí, no conducen más que a la despolitización. El medio es el mensaje y, en este sentido, no es posible ya un discurso masivo para lxs jóvenes, porque ni el reformismo, ni el conformismo, ni la misma revolución aportan una idea adecuada sobre las cosas en un conjunto de medios que se mantienen unidos por la ficción y la propaganda.

Bernard Brusset, psicoanalista francés especializado en la anorexia mental de lxs adolescentes desde un punto de vista antropológico, en la línea de pensamiento que sostiene que la juventud ha seguido una evolución paradójica con respecto a sus formas clásicas, conquistando con el tiempo más autonomías y libertades, acentuando su periodo de preparación para el trabajo y extendiéndose a nuevas capas sociales, estudió y denominó la crisis de la adolescencia, señalando que ésta también se estaba acentuando, creando así situaciones contradictorias y conflictivas, en tanto que se formula una exigencia de independencia y autonomía pero se sigue manteniendo la dependencia y, por ende, la heteronimia. Por ejemplo, hay maridos cuya demanda contradictoria se basa en pedirle a su esposa que haga los roles de amante apasionada y compañera de lucha y, al mismo tiempo, que desempeñe el papel de madre, de mujer que le cocina y que le atiende como lo haría su madre. El resultado de esta demanda contradictoria es siempre y en sí misma frustrante porque se haga lo que se haga se hará mal. La autonomía y la protección son incompatibles. Donde hay autorizaciones, permisos y derechos, no hay libertades. Y las prohibiciones nos abandonan porque no nos acompañan en aquello que deseamos hacer. Se trata, pues, de un duelo entre las autorizaciones y las prohibiciones. Un duelo que funciona como mecanismo o método de doma. Immanuel Kant llamaba «edad de la razón» a la etapa a partir de la cual ya no se asume como verdad la verdad paterna, porque lo que se quiere es pensar por sí mismo y que los «monstruos sagrados» de la infancia se conviertan en señores comunes y corrientes, disparatados, llenos de manías y desactualizados. El problema viene dado cuando el deseo de huir de los monstruos sagrados se recodifica en la necesidad sustitutoria de buscar otros monstruos sagrados en la política, en la religión o en cualquier otro lugar que consideremos superior. El porvenir es la jovialidad, y en el ser adulto no se ha demostrado hasta ahora porvenir alguno, porque el sentido de la jovialidad es la vida, pero el sentido del ser adulto es la economía. El presente, el cuerpo y el placer contra el futuro, la deformación y el cansancio. Los impulsos vitales contra la compulsión consumidora. La vida contra la diferenciación social. Porque la vida es un gran sí al porvenir, a la jovialidad, a la belleza necesaria para comprender el mundo. No se trata de un presente absoluto, ni de una sensación, ni de un juego de impresión ni tampoco todo se limita al cuerpo. Somos cuerpos. Pero sólo lo somos más allá del narcisismo y del espíritu de superioridad generado por las drogas. Por ejemplo, hay cierto orgullo de consumo entre quienes toman alcohol con respecto a quienes no lo hacen, como si los abstemios o los responsables moderados, éstos últimos cómplices del consumo, estuviesen sometidos al discurso del deber y de la realidad. Sin embargo, cabría reconocer que se pueden alterar las percepciones sensoriales sin por ello adulterarlas y, no obstante, tanto en el alcoholismo como en otras dependencias lo que hay en muchas ocasiones no es sino una voluntad de adulteración, si acaso, paradójica. Sin bien es verdad que la realidad tal y como la conocemos es mayormente una imposición social que desde luego sería deseable abolir o, como mínimo, deconstruir, darle la espalda a la realidad es frecuentemente inconveniente y excepcionalmente motivo de superioridad moral, sobre todo si esta realidad impuesta es sustituida por una realidad que depende de la alteración de la consciencia, ya que es precisamente la dependencia aquello que conduce a la adulteración. El veneno está en la dosis y, bien tomadas, las drogas, pese a su prohibición, son potencialmente revolucionarias. Véanse las celebradas flores en el cabello del Verano del Amor, lo alejadas que estaban de la hipocondría colectiva, del culto al cuerpo, de la preocupación por la salud, de las exigencias físicas, de los regímenes dietéticos y de lo sagrado y sus amenazas. Aquello que es bueno por sí mismo no pertenece al discurso de la hipocondría. El sexo, el humor y la felicidad pueden prevenir la artritis y favorecer la oxigenación del cerebro y, ante todo, son experiencias buenas per se. Sus efectos de mejora para la salud pueden prescindir de los procesos de racionalización. Se trata de no objetualizar el cuerpo; de no rodearlo con el temor de la amenaza. La moda de los tratamientos de todo tipo tienen su origen en dicho temor, y es debida a la gran demanda de terapias de toda índole que ya ninguna cura. Por ejemplo, hace poco pregunté a una amiga psicóloga si conocía a algún psicólogo que hubiese curado a alguien, y su respuesta fue un rotundo no. Los tratamientos místicos y aquellos que ofrecen una nueva identidad con la que darle sentido a la vida, ingresando en grupos religiosos o no religiosos pero también sectarios, como determinados proyectos políticos u otras empresas de concienciación y de reactivación de la ciudadanía, son los más eficaces, porque encajan con el discurso social hegemónico, en la inducción vigente a la elección de hacerse adulto, y consensuar así la anulación de la niñez y de la jovialidad. Aunque a lxs perrxs se les ponga el plato de comida y luego no se les obligue a comer, a lxs niñxs sí se les puede obligar todavía a hacerlo, a pesar de que no quieran, no les guste o no tengan hambre. Es por ello que nos queda pendiente construir un mundo deseable para la niñez, y tal tarea podría llenarnos de esperanzas, porque sería indicativo de que este presente no es absoluto, sino mejorable, conflictivo, creativo y fecundo.

Cineasta con siete largometrajes, casi una veintena de cortos e incontables participaciones en proyectos ajenos o/y colectivos a mis espaldas. Pintor que gusta en darse baños de color. Y escritor que preferiría ser ágrafo. Estoy preparándome para huir al margen del Estado, fuera del sistema. Me explico en "Dulce Leviatán": https://vimeo.com/user38204696/videos

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