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David Jiménez: “Lo de copiar y fusilar ha llegado a cotas ridículas”

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David Jiménez podría ser uno de los muchos periodistas españoles que engrosan las deshonrosas listas del paro. Él comenzó en Madrid, en la calle Pradillo, antigua sede central del diario El Mundo, allá por los noventa, visitando juzgados, asistiendo a capillas ardientes y charlando con testigos en vulgares accidentes de tráfico donde tipos como él, usted o yo mismo se dejaban la vida por saltarse un stop. Esa redacción, sueño de tantos, le cansó. Y comenzó a urdir un plan equivalente a sus sueños. Primero, obvió sus vacaciones de verano para, gratuitamente –queridos periodistas que comienzan, no lo olviden: gratis, a veces, es sinónimo de sembrar, y sembrar augurio de recoger– marcharse en agosto a Londres, en vez de a la playa, cuando el corresponsal de aquellos años en la capital londinense se tomaba su justo mes de descanso. ¿Y qué pasó? Pues lo que suele pasar cuando apuestas por ti mismo: que Lady Di, un 31 de agosto, perdía la vida en un túnel parisino. Y claro: nunca se celebran las muertes, pero aquello fue el maná de un David que escribió tanto y acaparó tantas portadas que a su vuelta le lanzó, con sólo veintitantos añitos, un órdago a Pedro J: “Creo que he cumplido; quiero ser el primer corresponsal del periódico en Asia”. Pedro J. Ramírez aceptó. Y él se encontró días después en Hong Kong, con una maleta sin doble fondo con medio millón de pesetas y algunos enseres personales, cuando a las dos semanas ya casi no le quedaba ni dinero ni maleta. Porque una de las muchas desgracias de nuestro país es el desconocimiento del resto del mundo. Cuando Luis Roldán fue detenido en Laos recuerdo a la del Telediario explicándonos dónde quedaba aquel exótico país, cuando en realidad ni ella lo sabía. En España, en nuestra triste España, durante nuestra tierna infancia ochentera se jugaban más a los cromos de futbolistas que a conocer las capitales del mundo. Luego llegó Trillo, uno de nuestros ministros de defensa, pidiéndole a las tropas salvadoreñas aquel “¡Viva Honduras!”, en donde el mundo debió comprender el porqué de nuestra triste realidad. Un amigo mío, ciclista profesional, me dijo que por bastante menos a él le realizan análisis de sangre.

El hall del magnífico edificio donde todavía reside, en Sukhumvit, la zona más desarrollada y loca de Bangkok, nos sirvió de punto de encuentro para una charla que dio tanto de sí que hasta va a ser publicada. Mientras nos comunicábamos, con el estómago pleno tras un almuerzo digno en un cantonés de la zona, sus hijos no cesaban de pedirle audiencia: porque David Jiménez no sólo se ha construido una hermosa carrera –es el corresponsal español más prestigioso en Asia aparte de que ha publicado tres libros con interesantes ventas– sino que ayuda en la manutención y educación de los tres hijos que comparte con su mujer. Rara avis.

En estos tiempos que corren, ¿se avergüenza un periodista, como tú lo eres, de serlo? En otras palabras, ¿no será que lo de escribir libros, ya llevas tres, más que una huida hacia adelante es una salida airosa para una profesión corrompida hasta el tuétano?

Yo para nada me avergüenzo de ser periodista. Lo que sí creo que debería avergonzar son los que van por ahí diciendo que son periodistas y no hacen nada parecido al periodismo. Yo creo que el problema de España es que nos equivocamos a la hora de decidir quienes son periodistas y dejamos que cualquier persona que sale a un plató de televisión a gritar como una verdulera en el mercado sea tratado no sólo como tal sino que además les damos el respeto que se le supone a un periodista. Y entonces luego a la gente le preguntan en las encuestas: ‘profesiones que tienen menos credibilidad y prestigio’: y el periodismo siempre está entre las primeras. Y el error está en que hemos convencido a la población en que muchos de esos que van por ahí gritando en los platós como verduleras, o gente que lo único que hace es propaganda de un partido político o informaciones sectarias y demás, hacen periodismo, cuando en realidad son otras cosas absolutamente diferentes. Y yo creo que el que hace periodismo de verdad no tiene que sentir vergüenza ninguna, pero en cambio los que hacen otras cosas y pretenden hacerlo pasar como periodismo, esos sí. Y con respecto a por qué escribo libros es porque los veo como una evolución natural al periodista; dos de mis libros son reporterismo literario que no dejan de ser grandes reportajes e historias contadas de una manera un poco más personal y sin la limitación de espacio que tiene un periódico. Y a mí esto me permite contar cosas que se quedaron en el camino. Y es la razón principal por la que me gusta escribir esos libros.

¿Por qué el periodista fusila si ya está la agencia para contarlo, cuando de hecho ya lo ha contado? Y no me hables de dinero que me enervo. Porque aunque no seamos muchos los que leemos en inglés y castellano es absolutamente incomprensible que la noticia que el día anterior salió en la BBC o en el New York Times salga fusilada, generalmente resumida y por ende mal copiada, en cualquiera de nuestros medios patrios.

Bueno, la prueba de que eso es como tú dices, y que lo de copiar y fusilar ha llegado a cotas ridículas, es que cada poco tiempo todos los medios publican una noticia que es falsa. ¿Y por qué lo hacen? Porque ahora uno publica y todos los demás le copian. Y sólo cuando dos o tres días después se descubre que es falsa, entonces se preguntan, ¿qué ha pasado? Esto ha ocurrido, por ejemplo, con Corea del Norte, con dos o tres informaciones en los últimos meses. ¿Por qué se hace? Yo creo que porque es mucho más fácil. Y ya no es una cuestión del medio, la mayoría de las veces es una cuestión personal del periodista. Porque es más fácil copiar lo que otros han hecho, ya sea un examen de EGB o el diseño de un bolso o un mismo artículo, ya que siempre va a ser más fácil copiarlo que crearlo.

Hombre, pero yo creo que si eres tú el que lo crea y los demás te copian no sólo debe ofrecerte ese instante un montante económico, sino moral. Porque al final ese señor de la BBC que saca la noticia y al día siguiente está en 712 medios, se sentirá orgulloso de ver que 712 compañeros le han copiado, ¿no?

Bueno, yo creo que depende mucho de lo que estemos hablando. Por ejemplo, si tú tienes una gran exclusiva, y de repente ves que esa gran exclusiva que tú te has estado trabajando durante meses la están difundiendo otras personas, otros periodistas, sin citarte, eso es un robo de la propiedad intelectual y del trabajo que uno ha hecho. Otra cosa es el tema de los corresponsales a los cuales, muchas veces, no es que ellos quieran hacer refritos, es que la propia dinámica del funcionamiento del periódico, la inercia, les obliga a hacerlo porque les están pidiendo constantemente noticias de actualidad que tienen que escribir en dos horas para la web. Joder, es que si a ti te llaman de Madrid y te dicen: “tienes que escribir sobre esto en dos horas”. ¿Y qué tiempo tienes para las llamadas o documentarte lo suficiente, o salir a la calle a reportajear esa historia? Pues no lo hay. Entonces, ¿qué acaban haciendo? Convierten al corresponsal en una especie de periodista de churrería. Por ello, yo siempre he dicho que no es una cuestión de medios, que los periódicos en España, muchos de ellos tienen medios y tienen corresponsales. Si tú te fijas en los corresponsales de los principales medios españoles somos más que la mayoría de los países del resto del mundo salvo contadas excepciones, como el New York Times, o algún periódico grande, o en Alemania y poco más. Pero si tú nos comparas con italianos, con franceses, con la mayor parte de las naciones del mundo, los periódicos españoles tienen más corresponsalías. Pero en mi opinión a menudo están desaprovechadas; porque en vez de decirle al corresponsal “dedícate a hacer lo que no está en agencias, lo que no tiene la competencia, todo aquello que nos pueda distinguir, y crear un mayor valor para el medio”, en vez de eso, y muchas veces, se les está constantemente pidiendo lo que ya está en las agencias y que produzcan información en serie, rápida, y sin haberla trabajado. Yo creo que ahí está el error, no en la falta de medios, sino en el modo de trabajar y en lo que se espera del corresponsal.

Sí, pero aunque yo no tengo la estadística pienso que en el caso de China, que nos ocupa más porque eres corresponsal en Asia, había menos refritos en 2008 que en 2014. Hombre, no tengo los datos; a lo mejor estoy equivocado. Pero, ¿eso es una parte de ilusión perdida? ¿De menos ingresos? ¿O es que los corresponsales, como en otras muchas profesiones, se acaban acomodando?

Mira, todo es muy relativo. Había una generación de periodistas en España que fusilaba sin ningún tipo de sonrojo a los medios americanos. Y lo hacían porque en aquella época, en los años 70 y en los años 80, en España nadie leía el New York Times. Yo he llegado a ver arranques de crónicas traducidas exactamente igual que en la prensa anglosajona y nadie se daba cuenta. ¿Qué pasa? Que si hoy haces eso, la gente lee más en muchos idiomas, los corresponsales están más atentos, hay más periodistas, y está internet, que te permite comprobarlo fácilmente. E internet lo que ha hecho es que sea mucho más fácil. Pero tú piensa que antes, como no existía internet, si querías fusilar al New York Times, ¿cómo te hacías con el New York Times? A ver: tú no te ibas al quiosco en España y te daban un New York Times. Y ahora tú haces un click y estás escribiendo de China, de un disidente en concreto, y tú le das al ‘Google News’ y tienes acceso a toda la información que tienen todos tus competidores. Y entonces, claro, la tentación está ahí, de recoger lo que otros están haciendo y evitarte tú el trabajo de hacerlo. ¿Cuál es el resultado? Que al final te encuentras que los periódicos, y aunque hoy tengamos más información que nunca, son también más parecidos que nunca. Están haciendo todos lo mismo, prácticamente. Luego cada uno le da una pincelada ideológica. Sobre todo cuando escriben de nacional. Cada uno va por su lado. Pero si te fijas en la selección de historias el 90% de lo que dice uno lo dice el otro. Cuando la diferencia está, evidentemente, en un contenido diferenciador. En que el tío que va al quiosco, o al que le estás pidiendo una suscripción digital, diga: “Estas historias que yo estoy leyendo no las voy a encontrar en ningún otro sitio”. El New York Times ha llegado a 800.000 suscriptores digitales. Bueno, es que yo abro el New York Times, ya sea en digital o en la suscripción en papel, y es raro que no encuentre veinte historias que me apetece leer. Y muchas veces lees un periódico español y se te cae de las manos.

¿Realmente el periodista piensa en el lector? A no ser que tú pienses que no debería pensar en el lector.

Yo creo que mucha información en España se hace pensando en otros periodistas y en los políticos. Y lo que se necesita es olvidarse de todo y centrarse en qué contenido es importante para el lector, qué puede serle útil, qué puede serle interesante. Tú te lees muchas veces informaciones en los periódicos impresos, incluso después de cinco años de crisis, y son las mismas noticias que a lo mejor llevan veinte horas colgadas gratuitamente en la web. Y eso es una estafa para el señor que va y se compra el periódico en el quiosco. Porque dice: “¡Oiga! Usted me está cobrando hoy por algo que ayer era gratuito”. Mira, cuando llegó la crisis a los medios hace ya años se le echó la culpa, por supuesto a la crisis económica, al cambio de modelo con la llegada de internet, incluso a la inutilidad de los políticos; pero es casi imposible, para los responsables de esos mismos medios admitir que, aparte, había una crisis de contenido que viene de antes. Porque ya en la época del ‘boom’ los contenidos cargaban con el problema de la credibilidad, que disminuía constantemente; del interés, que cada vez era mucho menos interesante para mucha gente; y el hecho de que muchas veces esos contenidos están dirigidos mucho más hacia políticos y hacia esa pequeña élite donde nos movemos los periodistas que hacia el lector. Otro grave problema es el aislamiento. Mira Joaquín, tú no puedes tener en los despachos sólo a gente que lo único que hace es verse con políticos y con otros periodistas y que no coge el metro. Si tú eres director de un periódico, ¡tú tienes que coger el metro!, aunque sea de vez en cuando, para sentir el pulso de la sociedad de la que estás escribiendo. Pero si lo que haces es ir de la oficina a una cena con políticos; otro día con periodistas afines que piensan lo mismo que tú; y luego de ahí vas a la tertulia radiofónica, donde todos sabemos que no son debates ya que casi todos dicen lo mismo, pues al final yo creo que muchos periodistas lo que están es desconectados de la sociedad de la que escriben.

¿Te parece normal que nadie, absolutamente nadie, haya viajado a Lhasa a contar de primera mano lo que allí ocurre que debe ser atroz porque hasta el propio gobierno chino ha prohibido la entrada a los periodistas? ¿Es suficiente excusa para no ir a Tíbet el saber que si vas no te renuevan el visado? ¿No te parece que ir a China a no denunciar lo que allí ocurre es como ir a una guerra para quedarse agazapado, escondido?

Bueno… China es el único país donde es difícil que pase un solo día que no ayude a exponer la cobardía generalizada de diplomáticos, periodistas y gobiernos. La manera en que Occidente ha adaptado sus principios a los de China; la manera en que, a cambio de supuestos beneficios económicos –que muchas veces ni siquiera llegan–, se ha cedido continuamente en los principios propios como hemos visto recientemente en España con el cambio de toda una ley para satisfacer a China. Mira, yo siempre he pensado que tú no puedes estar dispuesto a hacer periodismo, primero, sabiendo que vas a perder amigos; y, sin duda, a crearte enemigos.

Y a perder un visado, incluso.

Sí. En mi caso, por ejemplo, llevo dos años sin poder entrar en China porque sí opte por ir a China y sabía que los riesgos eran altos y que iba a perjudicarme a mí mismo, porque al final cuando China te veta, es un perjuicio para un corresponsal que trabaja en Asia no poder ir a China. Tu puesto está menos justificado. El periódico podría decir: “Oye, ¿qué hacemos con un tío ahí que no puede ir al país más importante de la región?”. Entonces, yo sabía que ir al Tíbet me iba a perjudicar; pero claro, a nivel personal, moral y ético, como periodista, me perjudicaba más el saber que ahí había una gran historia y que se estaba produciendo una gran injusticia: una represión de la que muy poca gente quería hablar. Y lo que no quería era quedarme de brazos cruzados pensando en que no me iban a dar un visado si escribo sobre ello. Yo creo que la opción que han elegido la mayoría de los corresponsales en China ha sido ésa, y no sólo españoles, también extranjeros, porque el gobierno chino ha triunfado al conseguir intimidar a la prensa extranjera.

Una hipótesis: y si tú en vez de en Bangkok hubieras sido corresponsal en Pekín, ¿hubieras cavado tu fosa yéndote a Tíbet y Xinjiang?

Yo no hubiera durado. Me habrían expulsado mucho antes. Yo no podría haber estado catorce o quince años en China porque todo ese tiempo que he venido informando sobre China ha sido porque entraba en el país de manera clandestina y no estaba acreditado en el país, sino habría sido imposible. No me habrían permitido trabajar y hacer las historias que yo he hecho en China sobre la pena de muerte, sobre la disidencia, sobre el Tíbet, sobre otras muchas cosas que yo creo son importantes de contar, aparte de su desarrollo, de sus éxitos económicos. Mira, te lo voy a resumir: si yo hubiera estado en China, diez o quince años, y ni una sola vez hubiera tenido un lío con su gobierno –teniendo en cuenta que estamos hablando de una dictadura–, yo me preguntaría a mí mismo: ¿estoy haciendo bien mi trabajo? Es decir, tú estás informando desde una dictadura, que reprime cualquier disidencia y cualquier opinión contraria…

¡Y que reprime a los periodistas chinos! ¡Que son vuestros compañeros!

Por supuesto, que hay más de 30 periodistas chinos en la cárcel. Porque yo no me sentiría cómodo si desde el Partido Comunista chino se me estuviera felicitando por mi trabajo. Es que, joder, todo esto va en contra de la esencia del periodismo que es vigilar al poder. Y especialmente cuando el poder comete abusos. Y China, es un caso clarísimo de abuso de poder de una élite que se elige a sí misma cada década; que cree que no tiene que responder ante nadie; y que hace y deshace a su antojo sin consultar con su pueblo, que además, es una quinta parte de la población mundial. Ahora mismo han cancelado los visados de varios periodistas del New York Times. Porque claro, es que yo estoy convencido de que esos periodistas expulsados del New York Times, cuando escribían del enriquecimiento ilícito de la familia de Wen Jiabao y de la élite del Partido Comunista, sabían que eso iba a pasar. Y entonces tuvieron que decidir entre dos asuntos: hago mi trabajo o conservo mi residencia en China. Y decidieron hacer su trabajo. Y yo creo que es impepinable que todo periodista opte por esa opción, porque o si no, dejas de ser periodista. Y es lo que decíamos al principio: pasas a ser cualquier otra cosa, pero evidentemente no eres un periodista.

¿Qué sientes cuando compañeros tuyos celebran los éxitos del PCCh sin tener en cuenta los daños colaterales?

En esto yo creo que la prensa se ha dividido, pienso que de una manera tonta, en pro-chinos y anti-chinos. Muy parecido al problema de las trincheras en España: o eres de un bando o del otro. Pero mi visión es mucho más sencilla: hay periodistas o no los hay. Los periodistas hacen su trabajo: cuentan los éxitos y las cosas positivas, pero también están obligados a contar lo negativo. Contar que gracias al desarrollo chino cientos de millones de personas han salido de la pobreza es inevitable; pero claro, hacerlo sin mencionar el desastre ecológico y medioambiental que eso ha provocado es dejar la historia a medio contar. No estás contando la verdad; estás contando sólo una parte de la verdad. De ahí que yo siempre haya pensando que una de las características mayores que puede tener un periodista es la ausencia o la orfandad de ideología. Porque eso te permite contar las cosas sin ningún sesgo ideológico. Por China han pasado periodistas de ideología que ellos mismos confesaban comunista o socialista… y a mi eso me parece muy bien, cada uno que sea lo que quiera. Pero cuando tú estás ejerciendo el periodismo, no puedes estar cegado, no puedes dejarte influenciar por tu ideología. O sea, tú no puedes ir al Tíbet y contar sólo el progreso maravilloso que el Partido Comunista ha conseguido en esa región. A ver, los hospitales han mejorado, las carreteras han mejorado. Vale, y lo puedes contar. Ahora bien, escribir sobre eso sin informar de que la población tibetana está discriminada en los colegios y en los trabajos, que no tienen libertad religiosa, que miles de ellos se pudren en las cárceles… Y claro, no puedo entender que un periodista extranjero vaya al Tíbet y no cuente todo eso, que no cuente toda la verdad. Y que su justificación para eso sea su simpatía con el Partido Comunista o con la ideología comunista. Si eso está muy bien; si una cosa no quita la otra. Pero claro, te puedes ir a un extremo. Porque también los hay que van a Corea del Norte y ven el paraíso socialista. ¿Y ante eso qué puedes hacer?

¿Crees que si en China no hubiera mujeres nativas habría corresponsales? ¿China con guatemaltecas chaparritas provistas con jerseys de lana haría la misma gracia a los corresponsales que pasean por Sanlitun con sueldazos de expatriados? En otras palabras, reconocerás que la mayoría de expatriados en China, periodistas o de cualquier profesión, hacían el acto en España en contadísimas ocasiones y casi siempre abonando por adelantado.

Eso es muy personal. A mí me cuesta creer que porque alguien llegue a China y se enamore de una nativa le dirija su manera de informar sobre el país.

Ya, pero en la manera de no quererte marchar, sí.

Claro, si uno está bien en un sitio no se quiere marchar. Yo creo que es una cosa mucho más conjunta de llegar a un sitio, donde es verdad que te ha ido bien profesionalmente, y a lo mejor, personalmente estás bien, estás a gusto, y es posible que eso te pueda influenciar en el sentido de que tu ves el beneficio que para ti tiene vivir en China y a lo mejor, no te pones en el lugar del chino que no tiene los privilegios que, a lo mejor, tú disfrutas como corresponsal y que se tiene que tragar, no sé, la llamada a media noche porque el día anterior escribió algo inconveniente en su blog. Entonces, yo creo que la clave está en eso: cuando tú estás informando en un país extranjero tú no puedes informar en base a lo que a ti te pasa: ya sea que te va muy bien con las chicas, o vives de lujo, o estás encantado con tu trabajo, y tu situación personal es buenísima… No, tú tienes que escribir en base a la mayoría, que es la población local y ver cómo les va. Y en el caso de China tienes que contar: oye, ha habido un progreso, ha habido una clase media que ha emergido, el país se ha hecho más influyente, económica y políticamente, pero, aparte de todo eso hay estos abusos de derechos humanos, estos problemas del medio ambiente, esos efectos secundarios de esta emergencia del país.

Al final os quedasteis con las ganas de que con el problema nuclear de Fukushima los afectados mutaran en tipos con dos cabezas. ¿Por qué el drama es tan necesario para la información? ¿Por qué vale más hablar de un muerto que de un vivo?

Fukushima era una situación extrema. Y todos los periodistas que estábamos allí nunca habíamos cubierto una crisis nuclear como esa. Y sí, se cometieron excesos. A nivel personal yo me quedé durante toda la crisis en Fukushima porque pensaba que, aunque la situación era preocupante, no era el apocalipsis que anunciaban algunos. Luego, la verdad es que es cierto que es mucho más fácil ver las cosas con la perspectiva de dos o tres años que cuando estás cerca de una central nuclear que está literalmente explotando: porque es lo que estaba ocurriendo: tú podías ver las explosiones y oírlas. O sea que tampoco se puede acusar a los periodistas porque hubiera cierta alarma, porque la situación era grave y pudo haber sido muy grave. Estuvo muy cerca que aquello se hubiera convertido en un desastre mucho mayor que Chernóbil. Mucho peor. Fukushima sigue siendo un problema. Se sigue vertiendo una tonelada de agua contaminada al mar cada día. A mí, al revés, lo que me llama la atención es que la gente se ha olvidado de Fukushima, ya no se escribe de Fukushima. Yo acabo de volver de allí y he estado haciendo un reportaje sobre la gente que estaba volviendo a la zona de exclusión nuclear, pero… por allí ya no va nadie. Los periodistas una de las cosas malas que hacemos es contar las cosas que hoy pasan y en seguida se nos olvidan. Y vamos a la siguiente historia, y luego a la siguiente y siempre la siguiente. Y eso pasa cada vez más y más rápido. Es decir, la capacidad de retención, de contar las cosas bien, ha disminuido porque la atención de la gente también es más efímera: se pasa muy rápidamente de un asunto a otro. Y de repente hay un partido de fútbol de interés y ya lo que estabas cubriendo deja de interesar. Y sí, evidentemente hay una tendencia del periodismo a contar las cosas malas. Pero claro, ¿a qué periódico le interesa que le dijeras?: “Todo está bien en Fukushima; no hay pobreza en el mundo; no hay guerras a lo largo y ancho de todo el planeta…”. Al final, el trabajo del periodista es contar lo que está mal para que la gente que tiene en su mano hacer algo por arreglarlo lo pueda arreglar. Pero claro, yo lo que no entiendo tampoco son estas cosas que están saliendo ahora de: ‘web sólo de buenas noticias’. A ver: la información, habrá que analizarla según su importancia y dar buenas o malas noticias que sean relevantes para el lector. Ahora bien, decir: sólo voy a contar buenas noticias es no contar la realidad. Porque el mundo, desgraciadamente, no son sólo buenas noticias. Yo soy muy partidario de no exagerar lo malo, pero de contarlo todo, porque creo que puede ayudar a mejorar.

¿Te parece normal que tu director haya sido cesado por causas económicas y que su sustituto, tras cien días en el cargo, mantenga la casa tal y como estaba? ¿Se esconden otro tipo de razones, políticas por ejemplo, en el cese de Pedro J. Ramírez, el que hasta hace poco fue tu jefe?

Es evidente que estando a miles de kilómetros de distancia de la redacción en España es difícil saber qué ha pasado. No he hablado tampoco con Pedo J. pero lo que sé es lo que él ha dicho, y él mantiene que ha habido presiones económicas por parte de grandes empresas que nos retiraron la publicidad, y también del gobierno. Yo creo que Pedro J. Ramírez se había generado muchos enemigos a lo largo de los años y…

Ya, pero justo lo han echado por contarnos cosas en las que podríamos estar o no de acuerdo. Pero El Mundo, mal que le pese a algunos, fuera de toda ideología, caiga mejor o no el que hasta hace nada fue tu jefe, cruzó todas las líneas rojas posibles: Gobierno, PP, oposición, Casa Real y nacionalismos. Y esto revierte en lo que te preguntaba antes: lo importante es informar. Te cueste lo que te cueste. Tú mismo has reconocido que no hubieras durado muchos años como corresponsal en Pekín mientras otros van camino de jubilarse en Sanlitun.

Vamos a ver: es imposible pensar que Pedro J. Ramírez, en 25 años que ha estado como director, no se haya equivocado. Yo nunca he entendido a la gente que hablando de Pedro J. dice que: ha conspirado; o que ha manipulado. Yo te puedo asegurar, por lo que yo he trabajado con él cuando estaba en la redacción y lo que he visto después, que las veces que se ha podido equivocar él creía firmemente que estaba contando la verdad. Yo estoy seguro que él nunca ha dicho, “bueno, voy a conspirar”. Ni mucho menos. El 11M, por ejemplo: mi periódico, recientemente, por medio del nuevo director, Casimiro García-Abadillo, se ha disculpado públicamente porque acepta que en el intento de buscar la verdad del 11M se cometieron errores; y que hubo gente que nos utilizó para que difundiéramos información interesada. Pero el principio básico por el cual el periódico investigó lo que había pasado era porque quería saber lo que había ocurrido.

Se investigó porque existen dudas razonables para creernos la versión oficial.

Yo nunca me creí que hubiera sido ETA, como tampoco creí en la llamada Teoría de la Conspiración; pero sí creía que había chapuzas impresentables a lo largo de la investigación: una manipulación clarísima de ambos partidos políticos para sacar beneficio del peor atentado de la historia de España. Y me parece que la labor de cualquier periódico debería ser descubrir, desvelar todo. En el caso de Pedro J. yo lo que creo que ha pasado es que se había enemistado con todo el mundo: es decir, la monarquía se la tenía jurada; el PP; la oposición; nacionalistas… pero yo me quedo con una cosa que dijo el propio Pedro J. Ramírez: “¿Fui yo el que mandó mensajes al móvil de Bárcenas diciéndole ‘estate tranquilo, lo tuyo se va a arreglar’?; ¿Fui yo el que he generado el escándalo del Caso Urdangarin o fue el marido de la Infanta el que estuvo arramplando con dinero público y haciendo las cosas que hacía?”. También Pedro J. llevaba 25 años. A mí me parece que son muchos años. Y aún está por ver qué va a pasar. Aunque lo que yo sí creo es que un periódico no debe depender de una persona. Yo pienso que cuando se crea un periódico como un producto intelectual y quieres que dure en el tiempo debería ser natural también que haya una renovación y que se pueda cambiar al director sin que ello suponga la debacle absoluta. Ahora bien, el nuevo director tiene una situación complicadísima porque ocupar el puesto de una persona con el carisma de Pedro J, en una situación económica tan difícil, con las caídas de ventas en papel e ingresos en publicidad…

Con los rumores de venta de El Mundo o su asociación a otros diarios.

No lo sé, a mí todo eso me pilla muy lejos. ¿Qué puedo saber yo de todo lo que se cuece desde la distancia? Pero sin lugar a dudas, el puesto de director de periódico hoy día, es quizás, de los más difíciles que te puedas llegar a imaginar. Es que está todo en contra tuya. Porque tienes que hacer un periódico de mayor calidad con menos medios.

O puedes hacer como Paco Marhuenda, director de La Razón, o Bieito Rubido, su homónimo en ABC, que han decidido volcarse con el Gobierno, recibiendo más publicidad estatal, no criticando, y claro, así me imagino que la cuenta de resultados a corto plazo te permite sobrevivir.

Yo creo que El Mundo es un periódico que tiene sus defectos. A mí no todo lo que hacemos me gusta. Pero creo que somos el periódico más independiente que hay en España. Creo que somos el periódico que más se ha arriesgado y más se ha perjudicado a sí mismo por publicar historias que otros no habrían publicado. Y pienso que El Mundo ha ayudado en estos 25 años de vida a limpiar un poco el estercolero que es España. No hemos solucionado el problema porque evidentemente el sistema está podrido de una manera mucho mayor de lo que pueda solucionarlo ningún periódico. Pero a fin de cuentas El Mundo ha contribuido a limpiar el estercolero y el balance creo que es positivo incluyendo los errores que hayamos podido cometer, que sin duda son menores que los aciertos.

¿Aconsejarías a tus hijos estudiar Periodismo?

Sí, pero no en España. No querría que mis hijos ejercieran una profesión en un país donde en la actualidad no se respeta el periodismo aunque sí se valora mucho más el cotilleo que el buen reportaje. Los que mejor viven del oficio son los que no lo ejercen: o porque están, como decíamos antes, gritando en un plató, o contando quién se acostó con quién en un programa. Y esos que se llaman ‘periodistas’ –que como ya he dicho antes para mí no lo son– son los que realmente pueden vivir bien del periodismo. El resto: hay una generación buenísima de jóvenes periodistas, algunos han venido a Asia y yo los conozco personalmente, que no tienen ninguna posibilidad de salir adelante y de ganarse la vida dignamente en este oficio. Entonces, ¿ser periodista? A mí me sigue pareciendo la mejor profesión del mundo; y a mí me ha dado muchísimo. Pero creo que cualquiera que quiera ejercerla, en su esencia original, tiene que hacerlo fuera de España.

¿Te das cuenta de que si hubieras muerto en Timor hoy nada de esto habría sucedido? Con esta pregunta quiero reconocer el riesgo que corréis algunos periodistas.

Sí, lo he pensado muchas veces. Porque es curioso que, en estos dieciséis años como corresponsal en Asia, fue la vez que más cerca estuve de que me mataran; y fue en una de las primeras coberturas que realicé.

¿La inexperiencia? ¿La emoción del que comienza que quiere llegar donde no debería?

Fue una combinación de cosas. Porque al final si tú ves la lista de los compañeros que han muerto en los últimos años, muchos de ellos eran veteranos con muchísima experiencia. Y al final es la mala hostia de estar en el lugar inadecuado en el momento equivocado. Eso es lo que suele decidir quienes vuelven a casa para contar una nueva crónica y hacer una nueva cobertura y quienes no. Y al final yo creo mucho en la suerte como elemento decisorio. Yo, la situación que sufrí en Timor, en la que estaba solo en un hotel rodeado por las milicias pro indonesias, fue sin duda la que más cerca estuvo de cambiar mi vida. Porque si el dueño del hotel no llama, o llama cinco minutos más tarde a un amigo en un cuartel militar y no llegan a venir aquellos soldados a sacarme de allí; y te rectifico: llegan a venir sólo tres minutos más tarde, porque el conductor hubiera conducido más despacio, porque se les hubiera pinchado una rueda, o porque no se lo hubieran tomado en serio, y habría muerto. Seguro. Y muchísimas cosas a nivel personal y profesional no habrían sucedido. Pero bueno, yo creo que eso le pasa a todo el mundo. Es el destino, también. Con esto quiero decir que hay gente que fallece es un accidente de carretera o que muere en otro tipo de situaciones. Y claro, a partir de ahí –sobre todo para los que no creemos en la vida en el más allá– pues todo se acaba.

¿Habrías tenido la misma fuerza laboral si en vez de en Asia hubieras sido siempre un redactor de información local? ¿Cuántos buenos periodistas han perdido los directores gallinas?

Bueno, yo ya expliqué eso con mucha claridad en mi blog personal con una opinión que lleva por título ‘El triunfo de los mediocres’. Por el hecho de que en España es mucho más fácil ser promocionado o ascender en tu trabajo no por la excelencia de tu labor diaria sino por el amiguismo, los contactos… todo ese politiqueo que hay en la empresas y demás. Y también que es un país que mira con recelo a los que destacan, a los que vienen con ideas nuevas, los que desean cambiar las cosas, el que quiere trabajar más. España es un país donde la mayoría de la gente está más cómoda cuando nadie destaca y todo se mantienen en esa especie de mar calmado de mediocridad en el cual su propio trabajo no va a destacar desde el punto de vista negativo. Y yo creo que en las redacciones ha pasado. Ha ocurrido que ha habido compañeros a los que los han matado profesionalmente y gente que ha subido que no tendría que haber subido nunca. Yo creo que en eso tenemos que aprender mucho de los americanos que, con todos sus defectos, sí tienen instalada una meritocracia en la cual, el bueno, el que destaca, normalmente sube; y el vago, el amigo del jefe, en resumen, todos esos elementos que en España son tan decisivos, cuentan menos. Y para mí ése es uno de los origines de la situación en la que está el país.

Imaginemos: ¿y si antes de encomendarte tu misión en Asia te hubieran convencido para ser director de una gaceta local? Porque con veintitantos años y en España nada suena mejor que 5.000 euros al mes y un puestazo.

Yo no recuerdo muy bien quién dijo que en un diario sólo se puede ser el director o un corresponsal. A mí nunca me ha atraído mucho el trabajo de estar dentro de la redacción, de los despachos. Además, yo me fui huyendo un poco de eso. Quería viajar y conocer a gente fascinante, conocer más y crecer como persona y como periodista, y entendí que eso en una redacción, entre cuatro paredes, no lo iba a conseguir, y que marchándome sería mucho más fácil. Y todavía hoy creo que yo no soy una persona de despacho y me costaría mucho adaptarme a esa situación. Ahora bien, si lo hiciera me gustaría que fuera para crear mi propio proyecto. O sea, crear algo en lo que yo creyera. Mi idea es, siempre que pueda, hacer el periodismos en el que yo crea. Y El Mundo me ha dado una oportunidad increíble durante todos estos años de hacerlo. Y si en algún momento eso no fuera así y yo no me sintiera cómodo o creyera que no estoy haciendo el periodismo que yo tengo que hacer, entonces me buscaría otras opciones incluida la de crear un proyecto propio.

Ya sé que ahora no. O lo supongo. Pero, ¿habrías sido corresponsal en Kabul como lo es Mónica Bernabé? ¿Vale la pena jugarse la vida, hoy día, por algo que no sea alguien, en este caso, el periodismo?

Yo hace quince años habría sido corresponsal en cualquier lugar del mundo. Pero si me dijeran hoy, ¿querría usted ser corresponsal en Kabul? Pues yo diría que no. Ahora bien, cubrí la Guerra de Afganistán, durante una década, y no tengo la inquietud ni el interés en el país. Pero yo no tengo ningún problema en ir a Kabul, aunque tenga cierta edad y una familia. He estado recientemente en Fukushima y en algunas revueltas donde hay tiros, no tengo ningún problema en ir: pero me tiene que interesar la historia. Y tengo que creer que lo que yo voy a contar va a aportar algo a los lectores y hasta a lo mejor, puede ayudar un poco a la situación de ese país. Pero el ir por ir a una guerra, no me interesa. Mira, por estar en Asia estoy obligado a hacer de todo: guerras, revueltas, terremotos y demás; y mientras esté aquí lo seguiré haciendo. Porque al final, lo que sí que no puede ser es que tú digas, “mira, me gusta mucho mi trabajo como corresponsal y voy a coger todo lo bueno que tiene pero si hay un marrón, no”. Yo creo que mi trabajo es estupendo, especialmente por el apoyo que yo he recibido de mi periódico, que tanto económicamente como en medios como en tiempo, me ha permitido durante dieciséis años viajar con muchísima libertad. Claro, y si luego hay una guerra y yo les contesto que no lo voy a hacer porque es arriesgado, no lo considero justo. Porque lo justo es coger lo bueno y lo malo del trabajo. Y es más, muchas veces yo he querido ir a conflictos porque yo creía que tenían que contarse. Y claro, si no van los periodistas eso se queda sin contar. Y sigo creyendo un poco en la visión romántica del periodista que va a los sitios, no por fama y dinero –que hoy en día en las coberturas bélicas prácticamente no hay ninguna de las dos cosas– sino por la obligación moral como periodista de contar lo que está pasando.

¿Sería posible que cuando un español llegue a la Luna el resto de nacionalidades ya surquen planetas fuera de la Vía Láctea? ¿Por qué somos tan paupérrimos si poseemos un pasado único y una lengua universal… y estamos supuestamente romanizados, educados y democratizados? En resumidas cuentas: ¿España tiene solución?

España no tiene ningún tipo de solución a corto o medio plazo. Cuando digo esto quiero decir que yo no voy a ver en mi vida una España como la que a mí me gustaría. El mayor problema de España no son sus políticos. El mayor problema de España es una sociedad que sistemáticamente vota a esos políticos. ¿Y por qué lo hace? Porque no tiene ni la educación, ni la cultura, ni la conciencia cívica ni el espíritu crítico ni el respeto por sí misma para exigirles a esos políticos un comportamiento y castigarles electoralmente cuando fallan. ¿Por qué creo que España no tiene solución ni en esta generación ni en la próxima? Porque la única manera de cambiar un país es mediante la educación. Es la manera en la que los japoneses transformaron su país. Han hecho lo mismo los coreanos, los taiwaneses… y Asia es un clarísimo ejemplo. El único arma, la única herramienta que puede hacer cambiar una nación es la educación. Pero España, en un momento de crisis ha decidido hacer lo contrario. Es decir, tú imagínate por un momento, que esos 100.000 millones de euros o más que se han entregado a los bancos, hubieran ido destinados a la educación: pagando un sueldo digno a los profesores, dándoles el respeto y la autoridad que necesitan, creando un sistema en el que tanto maestros como alumnos tengan que dar cuentas de su trabajo y de su desarrollo dentro del sistema educativo, formando a las nuevas generaciones no sólo en la universidad sino como hacen los alemanes, a nivel técnico en trabajos específicos que se necesitan a diario. Claro, si tú creas un gran Plan Marshall educativo –en este caso con dinero propio, no de los americanos–, despojándolo del politiqueo, del sectarismo, haría que no hubiéramos padecido no sé ya ni cuantas leyes sobre educación, creo que ya son trece. Porque si todo eso se hiciera España tendría solución aunque no lo viéramos en esta generación, porque en la próxima, pienso, que sí sería posible. ¡Pero es que lo que está ocurriendo es exactamente lo contrario! Estamos creando generaciones más incultas, menos críticas, más sumisas, peor formadas, que son las que van a tener que sacar al país adelante en el futuro. Y yo soy muy pesimista porque: entre que una gran parte de los mejores profesionales de España se han ido con la crisis, y que los que se han quedado en España están siendo educados dentro de un sistema sectario influido por los políticos en el que no se están formando a los alumnos ni en principios éticos ni en principios morales, ni siquiera, en lo que sería más fácil, que sería pura matemática, historia, ciencia, geografía y demás. Entonces, yo creo que el país ha entrado en una decadencia que a corto y a medio plazo es imparable. Luego te podrán decir los políticos el próximo año que hemos crecido el 0’8% y que el paro, dentro de tres años, en vez de ser del 26% será del 20%. Pero como país seguiremos siendo un fracaso.

Elige rápido: vives en los Estados Unidos esporádicamente y tus hijos sólo tienen la opción de estudiar en una lengua, ¿cuál elegirías?

Inglés.

Entonces, ¿por qué crees tú que en España, en una todavía región como Cataluña, la gente prefiere estudiar en su lengua local?

Bueno, debe ser una cuestión de identidad.

Ya, pero tu identidad tampoco es la americana y prefieres que tus hijos estudien en inglés.

Mira, si yo fuera un padre catalán y tuviera que elegir para mis hijos que aprendieran bien un idioma sin duda alguna elegiría el español porque es un idioma que hablan más de 500 millones de personas y ya sólo por eso te ofrece más salidas en un futuro laboral. Ahora bien, es que no creo que esa sea la opción. La opción de calidad debería ser que los niños aprendieran mediante un sistema educativo serio, español, catalán e inglés, que es el idioma fundamental. Porque en España, aún, la gente joven no habla inglés. Y eso es dramático, porque se limitan tanto sus posibilidades… Yo creo que ahí los políticos han vuelto a conseguir el crear un nuevo blanco y negro en el cual convencen a la gente en el que sólo pueden ser esas dos opciones. Y no, no es verdad. Porque existe la opción, y ocurre en los colegios de Singapur, donde el alumnado estudia mandarín, inglés, y luego, además, eligen una tercera lengua. Yo creo que como mejor estarían los niños catalanes sería pudiendo hablar un muy buen castellano, un buen catalán, e inglés. Y eso es factible si a los políticos les diera la gana. Lo que pasa es que no les da porque es muchísimo más rentable electoralmente manipular la situación y cabrear a unos y a otros para enfrentarnos.

Dime un libro, leído por supuesto, que te hubiera gustado escribir. Hoy no vamos a hablar de los tuyos.

Me hubiera gustado escribir ‘Guerra y Paz’, la verdad. Pero no creo que hayan existido muchas mentes como la de Tolstoi.

¿Hay algún escritor del que te fascine su prosa?

Cuando leí ‘Cien años de soledad’, de García Márquez, me decía cómo se puede escribir así y, también, esa frustrante sensación que me anunciaba “yo nunca escribiré así”. Pero hay muchos escritores con los que me ocurre lo mismo. Me pasa con Salman Rushdie y su ‘Midnight’s Children’. O incluso a veces en reporterismo literario, que es un estilo que me gusta, donde siempre he sido muy seguidor de Kapuscinski. Y luego, donde siempre me ocurre, y todavía lo sigo leyendo, es en el libro que agrupa a todos los libros, y esa obra es ‘El Quijote’. Porque cada vez que leo ‘El Quijote’, aparte de reírme mucho y de entretenerme, aunque ya me sepa las historias, aprendo. Porque hasta si quieres un libro de periodismo, por esas aventuras, ese salir fuera a buscar las cosas, es también la esencia del reporterismo. Yo creo que lo que tiene ‘El Quijote’ es que todos los libros que se han escrito después están en ése, prácticamente. Es decir, la sensación de un libro que se escribió hace siglos, y que todas las enseñanzas de la vida, las debilidades de la naturaleza humana, con sus fortalezas y sus virtudes y sus defectos y sus oscuridades y sus claridades, te las encuentras explicadas ahí. Lo cual también te deprime un poco porque eso quiere decir que tampoco hemos evolucionado tanto.

Única pregunta progre para finalizar: cuéntame tu siguiente proyecto.

Tras la publicación de ‘El lugar más feliz del mundo’, que ocurrió el pasado noviembre, ni me he planteado la posibilidad de escribir otro libro. En cuanto a la corresponsalía, a mí me ha llegado ya el turno de entregar el testigo a otra persona. Y mi intención es dejar la corresponsalía este verano y el próximo proyecto va a ser pasar un año en la Universidad de Harvard, en Boston, gracias a una beca Nieman que me han concedido donde espero que sea un punto de inflexión para una nueva etapa. Yo creo que el periodismo está al borde de una etapa de esplendor. Creo que las posibilidades son inmensas. Pienso que se van a hacer grandes cosas. Y me gustaría también ser parte de eso. Mi futuro inmediato es Harvard. Y después de un año en Harvard pues tendré que pararme y pensar un poco en qué será lo siguiente.

Cuando nos despedimos asumí que el destino del que tanto habla David le va a llevar en las próximas semanas a Boston, la única ciudad del mundo que sin haberla visitado me genera ataques de ansiedad. Pero esta es otra historia que sólo la podré ilustrar mediante un libro (Doble Ictus) o una amenaza ficticia de suicidio, ya que a mí me queda cuerda para rato, tanto o más que a un David Jiménez que al dejarme allí, en ese inmenso hall del edificio donde lleva residiendo desde hace años, mientras sus hijos se le subían a la chepa exigiéndoles atención, me hizo pensar en que Asia se quedará huérfana de corresponsales reales, de tipos que se meten en casi todos los charcos y que cuando les llaman desde Madrid los responsable de internacional para ordenarle que fusile algo que ya es portada en la competencia les contesta que “para eso yo no me vine a Asia. Hacedlo en la redacción”. Por eso ha sido el único periodista español seleccionado entre treinta de todo el mundo para esa beca Nieman que ejercerá en Harvard durante el próximo curso 2014/15: cobrando y creciendo. Como tiene que ser. Sobre todo para el que se lo curra.

Nací en 1974 por aquello de poder contar a los amigos nacidos a posteriori que yo viví en una dictadura. He residido, aparte de en mi ciudad natal, Málaga, en Madrid, Segovia, Barcelona, Murcia y Menorca, por parte de España, sobre el Mar Mediterráneo y el Océano Atlántico, a lomos de un crucero, y desde 2007 en Asia, primero en China y desde diciembre de 2012 en Camboya. Toda mi vida cocinando para ahora ponerme a escribir. Justamente lo contrario que hacen los escritores consagrados.

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