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Enrique Vila-Matas: “Hay que escribir para divertirse, no para padecer”

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Luce un sol ambarino y atípico -como retocado por PhotoShop o como sacado de un sueño- en la terraza del Hotel Majestic. Noto una extraña sensación de familiaridad a la hora de encontrarme con un escritor cuyas obras desdibujan la frontera entre realidad y ficción, entre lo apócrifo y lo auténtico. Enrique Vila-Matas aparece elegantemente vestido. Por algo es él el primer shandy. Nos disputamos las atenciones de una hermosa camarera que nos va trayendo bloody marys. Los de Vila-Matas sólo llevan zumo de tomate. En contra de la fama etílica de los grandes escritores, bebe poco. Tal vez por eso el suicidio planteado para Samuel Riba en “Dublinesca” sea un suicidio alcohólico. Hablaremos un rato y como no podía ser de otro modo en este gran escritor que no bebe y que se define a sí mismo como alguien literalmente literario, la conversación estará plagada de alusiones a otros autores. Habla en castellano porque utiliza el catalán cuando tiene que decir la verdad. Fue su madre quien le enseñó esa lengua y las madres, ya se sabe, siempre enseñan a decir la verdad (esta última frase la dice en catalán)…

¿Están relacionadas sus dos últimas novelas?

Sí. Se podría decir que “Perder teorías” es la tesis y “Dublinesca” la práctica. Pensaba insertar las primeras 50 páginas de teoría al inicio de “Dublinesca” pero quedaba muy farragoso. “Dublinesca” me había salido bastante narrativa y creí que podía asustar al lector. Así que los separé. Me pasó una cosa muy curiosa en el Salón del Libro de París. Tenía una charla con Paul Auster y antes le regalé un ejemplar de “Dublinesca”. A mitad coloquio, se dio cuenta de que circulaba por ahí un librito breve, “Perder teorías”, que era la parte teórica del otro. Me exigió que se lo diera también y ya se quedo tranquilo. Tranquilo y encantado. Como un niño.

Surge “Perder teorías” de una experiencia un tanto extraña…

Si. Fui invitado a un evento literario en Lyon y los organizadores no aparecieron. Me dejaron solo durante un día en la habitación del hotel. Nadie parecía reparar en mi presencia. Ni una llamada, nada. Así que me puse a escribir una teoría literaria acerca de cómo debía ser la novela del futuro. Una vez terminada, la rompí en pedazos. Luego ya me descubrieron pero estaba tan cómodo en el papel de escritor ignorado que fingí no ser yo y escapé del hotel haciendo ver que estaba borracho.

¿No es usted hombre de teorías?

Volverse excesivamente teórico es un riesgo. Pessoa hablaba del sagrado instinto de no tener teorías… Cuando vivía en Paris, muchos amigos escritores se decían teóricos pero luego no escribían ni una línea. Tal vez fuera Alain Robbe-Grillet el que mejor lo resumió. Una vez le preguntaron: ¿Tiene usted alguna teoría literaria? Y él respondió: ¡No! Si tuviera la teoría, ¿para que escribir una novela?

¿Qué es para usted la literatura?

Un camino a la utopía. La literatura sirve para construir una irrealidad. Pero si lo hemos podido imaginar, existe. Todo es posible a la hora de escribir.

Pero la literatura también puede intentar captar la realidad…

Por supuesto. Pero fíjate que la realidad se parece más a “Finnegans Wake” que a una novela de Simenon.

¿De donde surgen sus novelas?

Nacen de la memoria y la imaginación.

¿Cómo elige el tema?

Me pasa muchas veces que me doy cuenta de lo interesante que es el tema una vez he terminado la novela. Reivindico además que hay que escribir para divertirse, no para padecer. Cuando escribo voy descubriendo cosas, es como una aventura. No empiezo con algo cerrado o preestablecido. Además, cuando me veo en un callejón sin salida, abro un libro y leo una frase. O leo el horóscopo del diario La Vanguardia. Que por cierto siempre acierta si sabes leerlo de una determinada manera. A esto lo he llamado saber leer horoscopalmente. Que de una frase salga una novela. Cada vez estoy más convencido de que la intuición (o eso que antes se llamaba de manera un poco cursi la inspiración) es superior al pensamiento intelectual.

Y con ese método de trabajo más intuitivo, ¿no se pierde?

Hemingway decía que un escritor tiene que saber cómo continua su novela al día siguiente. Si sabes cómo continua tu relato, estás salvado.

Y, sin embargo, muchos de sus temas se repiten a lo largo de su obra…

Me gusta ver mis libros como una única obra. Están comunicados. Pero que aborde ciertos temas no quita que tenga un miedo terrible a repetirme. Ese es el gran drama humano: la repetición. La repetición diluye la aventura que es escribir. También en la vida, donde estamos y no estamos, vamos improvisando.

¿Cuál es su rutina a la hora de escribir?

Cuando tenía 25 años escribía de cuatro a cuatro y media de la tarde. Después, salía. Llegaba a casa a las cinco de la madrugada, me pasaba la mañana durmiendo, comía algo y volvía a escribir de cuatro a cuatro y media. Pero mi literatura no avanzaba. Ahora intento ser un poco más constante…

En “Dublinesca” se plantea un funeral por la literatura. ¿Cómo ve el panorama literario actual?

Elegí plantearlo desde el punto de vista del humor porque me permitía hablar de algo más serio. No vale la pena enfocarlo desde un punto de vista trágico porque la cosa siempre ha sido un poco así. Desde la época de Lope de Vega han habido malas novelas en el mercado. Incluso Robert Walser hace una alusión al best seller en “El paseo”. Lo que pasa ahora es que el mercado se ha ampliado y parece que hay más cosas malas, más Isabel Allende y Paulo Coelho.

¿Cómo afrontaría o cómo se imagina una película que hable sobre uno de sus temas recurrentes: la desaparición?

Un amigo mío escribió hace tiempo una antología del cine invisible. Era un catálogo de películas que se plantearon pero por h o por b nunca llegaron a rodarse. Esa posible película debería estar ahí.

Una pregunta muy típica: ¿por qué escribe?

Para aprender. Para aprender a saber por qué escribo y reflexionar acerca del misterio de la personalidad. Cuando le hacían esa pregunta a Beckett siempre contestaba lo mismo: Porque no sé hacer otra cosa. A mí me pasa algo parecido.

¿Cómo afrontó la huelga del otro día?

Trabajando. Por suerte, en mi casa no hay piquetes.

¿Y su pasión por las citas?

Es una pasión un tanto rara porque me las invento. Suelo buscarlas en la Wikipedia pero cojo la primera frase de una y me invento el resto. O mezclo entre dos autores que hablaron sobre lo mismo. Una vez me pasó que mi traductor al francés fue a buscar una cita de Paul Valéry que aparecía en mi novela porque le sonaba que no era así, que estaba mal. Se pasó una hora para entrar a la Biblioteca Nacional y dos horas para tratar de encontrar la cita en cuestión. Al final, descubrió que era falsa y ya desde entonces se dedica simplemente a traducirme.

¿Puedo entonces inventarme esta entrevista?

Puedes hacer lo que quieras, ¡la entrevista es tuya!

Miguel Blasco Marqués (Valencia, 1988). Lector ácrata e impenitente, cineasta jubilado, perfeccionista en las paellas, eterno diletante, fanático de los tacos mexicanos y de las tertulias que no conducen a nada. Trabaja como editor en Ediciones Contrabando.

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