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Jean-Luc Godard: “El cine ha perdido su capacidad de asombrarnos”

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La mayor atracción de Rolle somos nosotros, nos confesó Anne-Marie Miéville. La verdad es que algo de razón lleva. La tranquila villa de Rolle se inscribe en apenas diez calles bajo la loma de una colina a orillas del lago Lemán, en Suiza, el país donde nunca pasa nada.

Lo cierto es que no las teníamos todas con nosotros. Por una parte estaba esa fama de huraño, loco, o eremita en su torre de marfil que tiene Jean-Luc Godard; por la otra la precariedad con la que nos acercamos a él. Aparecimos en Rolle con una única pista: una dirección sacada de los créditos de “Historie(s) du cinema”, la de la productora Sonimage, fundada por la pareja Godard-Miéville allá por 1973.

En realidad, Sonimage es un bajo sin cartel en la Rue du Nord más parecido por fuera a un garaje que a un centro de producción. Y claro, siendo sábado, esa persiana estaba bajada.
Al rato de estar sentados en una mesa del Cafe du Nord con las caras más largas que se recuerden en Rolle, una voz nos inquirió: “¿Qué estáis buscando?”. Era Mario, nuestro improvisado cicerone y ángel de la guarda. Mario,  que se sentó con nosotros y tras comentarle que veníamos de Barcelona para intentar hablar con M.Godard, nos apuntó el número de teléfono de su prima porque Jean-Luc “es un tipo muy serio y es mejor que habléis primero con ella”. ¿Y quién era su prima? Anne-Marie Miéville, la friendship of M.Godard desde hace 30 años. Y no contento con esto, el gran Mario se levanta y nos suelta: “Pero igual están en casa, voy a buscarlos”. Nos deja una bolsa y sus gafas sobre la mesa y al cabo de diez interminables minutos aparece con su prima.

Nuestro agradecimiento a Mario es eterno. Fue él quien hizo las presentaciones y rompió el hielo con bromas y anécdotas. Poco a poco, Anne-Marie se fue soltando y pidiéndonos información sobre los indignados y el 15-M.

Nos aclara que junto a su pareja tienen tres casas en Rolle, actualmente viven separados, cada uno en la suya y la tercera es ahora mismo “territorio de nadie”. El trabajo entre ambos surge de la complicidad de saber escucharse y, sobre todo, de la capacidad de asignarse una parcela individual en cada proyecto. En “Après le réconciliation” dirigida por Anne-Marie, Godard hizo de actor. En “Film Socialsme”, ella ha grabado la voz en off. “The old place”, la concibieron y la montaron juntos. En “Nouvelle Vague”, ella hizo la dirección artística… Entienden el trabajo en equipo como algo no intrusivo y saben que su mejor crítico es el otro.

El encuentro con el maestro

Y de pronto… No puede ser, pero sí.  Ahí está. Habíamos visto vídeos recientes de Godard pero verlo en directo entrando al Cafe du Nord nos causó una tremenda impresión. Parece frágil, cansado. Se mueve lentamente, acompañado por Anne-Marie. Nos saluda y se sienta.

Casi temblando, la primera pregunta que planteamos versa en torno a cómo ve el futuro del cine como arte. Su voz, ese francés gutural cascado por el humo de los puros, se asemeja ahora a la del ordenador de “Alphaville”:

-El cine ha perdido su capacidad de asombrarnos. Igual que la violencia y los crímenes en la televisión. La T.V ha ido engañándonos y hasta ha variado nuestro concepto de delante y atrás. En el cine la imagen está delante, en la tele, detrás. Hay que recordar que el sexo está delante y el culo detrás. Todo se convierte en un asunto de agujeros de entrada y de salida, disparos perfectos, tantos muertos… oímos el relato y es como si lo hubiéramos vivido, nos emociona, pero no aprendemos nada. Pero, ¿por qué creo yo que ha perdido su capacidad de asombrarnos? Cada vez pienso más que el cine es un niño envejecido, se le ha enajenado… se le ha robado su juventud. No se ha seguido desarrollando, como si tuviera unos padres sobreprotectores que no quieren que su hijo crezca. La televisión y las comunicaciones de hoy son ese tipo de padres que en realidad no quisieron tener ese hijo.

Creo que el cine ya no es ni lo que fue una vez ni lo que debería ser. Por otra parte, el arte ha sido aniquilado por el resentimiento. Ya no hay reglas, todo vale. Esto me encanta… pero lo que sucede es que, en la práctica, los que deciden qué es arte o qué es cine ya ni siquiera son cineastas o artistas. Philippe Garrel hablaba de la pobreza del artista… Hoy en día el artista que realmente no se vende a nadie ha de ser pobre, si es millonario y tiene reconocimiento social… bueno, ahí está Van Gogh.

Las nuevas tecnologías

-Yo llevo muchos años trabajando con el digital. Pero ahora si no ruedas en “alta definición”, dirán que tu película es mala, que no vale. Es un lenguaje del dinero. Pero me asusta la alta definición porque todo está muy comprimido y eso de “alta” me recuerda a la “alta” sociedad, a un “alto Comisario”, a la clase “alta”… Es muy extraño. En principio, había una cámara… que es una metáfora de algo antiguo. Necesitamos ese aparato para ver la humanidad, así como necesitamos un telescopio para ver a lo lejos, o un microscopio, para ver de cerca o lentes, para ver mejor. Es un aparato que se inventó a comienzos del siglo XX y de cuyos fieles seguidores surgieron algunos artistas…

Ahora bien, durante mucho tiempo se ha pensado que el cine era un mundo alejado e imposible. Hoy, la tecnología (que no es nueva, porque ya existía) ha puesto en circulación una infinidad de cámaras asequibles para casi todos los bolsillos y la realidad se ofrece al alcance de la mano. Aquellos que antes habían carecido de los medios necesarios se han puesto a vendimiar en la realidad con delicia. La vendimia es general porque todos pueden participar en ella. Esto está creando necesariamente una confusión en el lenguaje, una mezcla, nuevos cambios….

Recordemos también que a lo que más miedo le tiene el hombre es a los cambios y que las estructuras, cuanto más anquilosadas estén, más cuesta cambiarlas. Para mí el cine no es un lenguaje cerrado y si tiene algo de lenguaje debe mutar y cambiar con el tiempo. Lo único que me da un poco de miedo es qué pasará después… Tal vez la realidad se muestre compleja y secreta, no menos indescifrable que el mundo de los sueños, por ejemplo. Se seguirá revelando situada al otro lado del cristal –o de la cámara- y la ilusión de haber roto ese cristal o de haber conquistado algo nuevo, se mostrará efímera.

La “revolución” y el movimiento 15-M en Europa

-Ni siquiera haría falta que abriera la boca para deciros lo que yo pienso… He vivido algunas. Una revolución no es más que… En mi época las personas no podían aceptar una mutación que ponía al descubierto las verdaderas razones de una agonía inevitable a corto o largo plazo. Una verdadera revolución consistiría en que las personas llegasen a entenderse a partir de lo que han visto. Pero ahora todos somos imbéciles hipnotizados por la televisión. Debe haber revoluciones primero en el amor, el momento en el que…

En ese momento, aparecen en el Cafe dos turistas y le sacan una foto. Cuando se marchan, Godard comenta enfadado:

-Detesto esa costumbre de pararse en cuanto sitio se conoce a registrar para los demás que uno estuvo ahí, como si lo importante de los viajes fuera comprobarle a los conocidos que realmente viajamos. Es lamentable porque no tiene significado. Es acaparar imágenes por que sí. Son peores aún los que graban video, seguramente porque han hecho un gasto mayor… Reunir a un público y aburrirlo con su narración. Es atroz, ¿no os parece?. Cada vez estoy más en contra de la cantidad infinita y disparatada de imágenes.
Asentimos, pero él continúa:

-Es como una condena; querer siempre lo que no se tiene y no querer nunca lo que se tiene. Basta que alguien consiga algo para que eso deje de tener interés. Supongo que la ambición nace de cosas como esta, pero yo ni siquiera soy ambicioso: carezco de la fuerza precisa para desear constantemente. Sólo somos capaces de apreciar algo cuando lo hemos perdido… Ya no es lo real de un rostro, como en “El tiempo recobrado” de Proust, es sólo una foto.

Y sigue:

-¿Qué me sorprende más durante mis paseos por una ciudad? Lo más evidente: los teléfonos móviles. Hace unos años cuando veías por la calle a alguien hablando solo, creías que era un loco. Aquí, en la montaña, hasta hace poco, aún no teníamos cobertura. ¿Qué ha sucedido en estos diez años para que de repente haya tanto que decir? ¿Y cuál será la consecuencia? Sabes que puedes ponerte en contacto con la otra persona en cualquier momento y, si no puedes, te impacientas, te impacientas y te enfadas. El silencio de fondo ha sido abolido. Supongo que se me incluirá en ese grupo de chiflados que, al comienzo de la industrialización, pensaban que la máquina era enemiga de la vida… pero no concibo como nadie puede creer que sigue viviendo una existencia humana si se pasa media vida hablando por teléfono durante la mitad de su vida consciente. No, los teléfonos móviles no prometen ser de gran ayuda para fomentar la reflexión entre el público en general. No sé, la gente puede crear cuando escribe un sms… aunque ya no pueden hacer una frase como las de Balzac.

Los nuevos cineastas

-Es curioso… me sorprende la cantidad de escuelas de cine que están proliferando como hongos. Hasta aquí en Rolle querían montar una y querían que yo… en fin, el proyecto se fue al traste. Pero, ¿qué será de todos esos jóvenes? Además, los jóvenes parecen cada vez más viejos. Ya no se fomenta entre ellos ni la crítica ni el debate. Por otra parte, el cine como industria es trabajo y el trabajo impide cualquier tipo de confianza entre las personas. Es una condena que significa estar enredado ocho horas al día en algo que no importa, en algo que hace hinchar las cuentas bancarias de unos inútiles productores. Mientras tanto… ¿por qué los viejos odian a los jóvenes? ¿Los jóvenes les hacen sentir envidia y odio? ¿Por qué no abrían de hacerlo? Puede ser. De todos modos, cuando uno se hace viejo, vuelve primero a la adolescencia y, al final, a la infancia. Así que… Eso está bien. Y hay un truco, una especie de solución senil: olvidarlo todo.

-¿Todo?- preguntamos.

-Todo- y sonrió.

Miguel Blasco Marqués (Valencia, 1988). Lector ácrata e impenitente, cineasta jubilado, perfeccionista en las paellas, eterno diletante, fanático de los tacos mexicanos y de las tertulias que no conducen a nada. Trabaja como editor en Ediciones Contrabando.

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