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Néstor Villazón: “La escritura es una suerte de terapia que a veces se convierte en oficio

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Néstor Villazón es un tipo tranquilo, tremendamente educado y de ademanes y discurso sosegados. Tanto que no resulta sencillo entrevistarlo porque el protagonismo parece incomodarlo hasta que llega el momento de no saber quién es en realidad el entrevistado ya que parece más interesado en escuchar que en responder. Maneja el silencio con maestría hasta convertir todas las pausas en dramáticas y es entonces cuando comprendes porqué con poco más de treinta años se ha convertido ya en uno de los autores teatrales más prometedores de la escena española. No obstante, como en esta ocasión presenta un poemario, empezamos con una pregunta que especialmente me gusta hacerle a los poetas: 

Escribir… ¿oficio o terapia?

Se podría decir que ambas. La escritura es una suerte de terapia que en algunos casos acaba convirtiéndose en oficio, porque aquello que dijimos en algún lugar le ha llegado a alguien, y decide hacerse con el libro, y en ese momento le otorga valor de oficio a la poesía. Precisamente, uno de los poemas que estoy revisando termina: “Y recuerda: lo tuyo no es un trabajo/ para la mayoría de los españoles”. 

Otra maldita tarde de domingo [Ediciones Vitruvio] me resulta un poemario más dialéctico y reflexivo que estrictamente lírico. ¿Estás de acuerdo? ¿Podemos hablar ya de poemas de madurez? ¿En qué se diferencia de tu primer libro de poesía, Melville en la aduana [LVR Ediciones, 2011]?

Siempre me ha gustado ese “tú a tú” con el lector, algo que podemos encontrar en poetas como Wolfe o Benítez Reyes, que para nada desprecian la forma en virtud del fondo, sino que tratan de conjugar ambos. Lo que más me interesa es la cotidianeidad, el día a día de los hombres y mujeres que me rodean. Quizá Melville en la aduana sea más directo si cabe, con más rabia. Y por lo que estoy escribiendo ahora veo que tiendo a una mayor serenidad en la forma, con poemas más breves y que pretenden una mayor concisión. Pero no creo que sean poemas de madurez, sino los restos de un joven que juega a ser maduro. 

Si tuviera que caracterizar Otra maldita tarde de domingo con una sola palabra, me decantaría, sin duda, por ‘ecléctico’. Un poemario que bien podría servir de “manual” en cualquier taller literario a la hora de enfrentarse a la práctica diferentes ejercicios de estilo; desde el soneto (casi) clásico a una sátira del surrealismo desde el propio estilo surrealista. Dinos, ¿esta necesidad de tocar todos los palos poéticos se debe aún a una fase de aprendizaje o hemos de entenderlo ya como una especie de currículum vitae-literario en el que simplemente recoger toda tu experiencia poética?

Es difícil decirlo. Personalmente creo que encontré mi voz poética hace tiempo, más allá de la forma que deba utilizar para un determinado instante. Sin embargo, tanto en poesía como en teatro nunca me ha gustado seguir una sola línea temática o formal. Dicho en pocas palabras: no me gusta que me identifiquen fácilmente. Siempre pretendo la sorpresa en el lector, que no se acomode. 

En varios textos tratas la cuestión de la famosa bohemia poética en tono desmitificador contraponiéndola, quizá, con lo que llamas “Monotonías de café”. ¿Sería posible una metodología que analizase el proceso creativo a partir de lo que los poetas piden en la barra de un bar, algo así como bebedores de café frente a bebedores de absenta?

Siendo justos a la verdad, y por muchas veces que acertemos identificando a unos y a otros, he de decir que no. Tengo buenos amigos que son capaces de recitar borrachos pasajes enteros de la Ilíada en el griego original, así como lacónicos amantes de café y pasta que defienden la poesía experimental. Podría decirse que la belleza está en todas partes, más allá de la forma en que se plantea. Por poner un ejemplo, Borges prefería Pink Floyd a Beethoven. 

Otra pauta recurrente es tu gusto por la metapoesía, ¿posmodernismo o distanciamiento brechtiano?

Me remito a una conferencia de Lorca, cuando le preguntaron qué quería decir con su conocido “Verde que te quiero verde” y respondió que no pensaba en nada concreto. O al propio Beckett, que rehuye el análisis de su Godot, cuando para la crítica ya ha sido la muerte, Dios, el destino… Escribo en un momento determinado sin pensar en nada determinado, sin analizar excesivamente por qué ha sido de ese modo y no de otro. 

Sin duda, tu labor como dramaturgo se percibe con claridad en tu obra poética. Ya hemos hablado del carácter dialéctico de gran parte de los textos de Otra maldita tarde de domingo así como del interés por mostrar las bambalinas del proceso creativo. ¿Sucede también a la inversa? ¿Se tiñen también de lirismo tus textos teatrales?

Por supuesto. Poesía y teatro van unidos de la mano. Se complementan, sin que tenga que ser muy evidente ese lirismo. Del mismo modo que hay pasajes en las obras de Lluisa Cunillé que no parecen decir nada y son auténtica poesía, existen poemarios o novelas estructurados como un texto teatral. Podemos ver los casos de Almudena Guzmán o Pablo García Casado en el primer grupo, así como los de Salinger o Nothomb en el segundo. Resulta muy beneficioso la unión de distintas parcelas artísticas. 

Sigamos con el teatro… en 2009 te das a conocer a lo grande alzándote con el Premio Internacional de Literatura Dramática Lázaro Carreter. El título es asimismo ciertamente contundente, Democracia, un texto en el que tres personajes se encuentran un día de elecciones e interactúan con diálogos a medio camino entre el costumbrismo más castizo y el teatro del absurdo beckettiano. La sensación que transmiten fluctúa entre la apatía y el desconocimiento hacia el proceso electoral. ¿Es Democracia el reflejo de ese período no tan lejano en el que la sociedad se olvidó de echarle un ojo a las instituciones para encontrarse de pronto con que las habían saqueado por completo?

Es un tema complejo. Si lo miramos objetivamente, el ciudadano no tiene que mirar con lupa ninguna institución, ya que se le exige al político el cumplimiento de un deber en base a lo que se supone una ética común. Ahora bien, la realidad es bien distinta. Contamos con dos problemas sustanciales: la falta de honor y la ausencia de culpables. Quiero decir, cuando en El corazón de Middlothian se dice “No sé mucho de leyes, pero lo que sí sé es que cuando teníamos un rey siempre podíamos tirarle piedras si no se portaba de forma correcta” está la clave del asunto. Nos falta un rostro visible, porque las culpas ruedan de unos a otros. 

Desde su publicación parece que la conciencia social ha despertado impelida por todos los desmanes cometidos por las clases dirigentes. Si esos mismos tres personajes volviesen a reunirse en la próxima jornada electoral, ¿en que se parecería y en que diferiría su interacción de entonces con la de ahora?

Sinceramente creo que se encontrarían igual de perdidos, a pesar de los avances. Como decía uno de ellos: “Estamos solos, solos y sin dueño.” Y esa es la realidad: sabemos que hay que luchar, pero no sabemos cómo, ni en muchas ocasiones por qué, y lo más importante, contra quién. Llevo tiempo pensando que la política es la religión que domina nuestros días: uno debe tener fe, aunque sepa que quien le domina hace a su antojo, y vive rodeado de pastores de tertulia que dicen ver el camino correcto, siempre mejor que el que acaba de hablar o gobernar en el pasado, y uno sólo puede dar las gracias cuando algo bueno le ocurre y decir “Esto marcha”, o luchar a ciegas cuando llega la tragedia y no entiende de dónde viene o quién la envía. 

 He podido saber que tu próxima obra teatral está ya en imprenta. ¿Qué nos vamos a encontrar en Your dementia? Adelántanos una primicia…

Your dementia es la relación de dos veteranos de guerra que se encuentran después de varios años, un tête a tête que pretende unir violencia y lirismo. Sin embargo, la obra no saldrá hasta finales de año en un volumen colectivo, donde estaremos los tres finalistas del certamen. Lo que acaba de aparecer es un texto incluido en la antología Núa de teatro contemporáneo, una obra con un título muy largo para tratarse de teatro hiperbreve: Algunas consideraciones previas para colocarse un sombrero mientras se observa la mayor obra de arte de todos los tiempos. Su argumento es, precisamente, ese: dos hombres (o mujeres) que contemplan la mayor obra de arte que ha existido jamás y cómo pueden llegar a matarse mientras la describen.

Escribo sobre lo que escriben los demás. Y les pregunto a los demás sobre lo que escriben.

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