Inside Out

Her: la proyección de lo perfecto

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Hace unos días

Nos hacíamos preguntas. Hoy continuamos reflexionando sobre lo perfecto, la soledad, el amor, el dolor y lo que todo ello significa para nosotros con el cine como excusa. Relacionaremos nuestra propia percepción y la del entorno con el uso que hacemos de las redes y dispositivos/extremidades casi desvinculables.

Y es mitigar la sensación de soledad, unida a la búsqueda de semejantes en pensamiento y sintonía, lo que encontramos al sumergirnos en la red. Progresivamente se ha convertido en el complemento vitamínico que reafirma, desecha o matiza conceptos e ideas. La pantalla, el entorno seguro desde el que confeccionar un discurso de palabras e imágenes sin interrupciones, que reproduzcan ciertos patrones del entorno físico: publicas/dices/haces (sólo) aquello de lo que eres capaz (sin buscar la evolución) o de la deseabilidad social.*  Un espejo unidireccional, fortaleza inexpugnable y expositor de valores, arte, creación o vanidades. El púlpito desde el que impartir una justicia más o menos altruista en función del egoísmo personal.

*Deseabilidad social: tendencia a presentarse ante los demás de la forma más valorada socialmente (Crowne, 1979). Las personas con alta deseabilidad social tienen dificultad para discriminar la calidad de los argumentos contenidos en un mensaje y la credibilidad de los hechos. En situaciones de conformidad tienden a ceder con más facilidad a la presión de los demás.

Theodore Twombly (Joaquin Phoenix) se gana la vida escribiendo cartas para los demás, arropado e intimidado por Shanghái, poniendo palabras a las emociones. Un descalabro amoroso, un corazón maltrecho, aquí están los ingredientes. Descubre a Samantha, el sistema operativo personalizado diseñado para empatizar con las necesidades anímicas de cada usuario. La solución aparentemente perfecta del abatimiento psíquico. Un amigo/a que ayudará a poner cada pieza en su lugar gracias a íntimos mensajes de apoyo. Theodore necesitaba para sí lo mismo que los demás. Punto de partida perfecto para todos nosotros, sensibles, dolidos (más o menos explícitamente en el nivel público) o abandonados, cuando percibimos que tenemos algo que decir y no se nos escucha ni alienta, nos sentiremos rápidamente identificados y listos para sumergirnos en la historia. Her es el compendio de nuestra vida 2.0

perfecto no

Idolatramos y repudiamos las pantallas negras. Al atacar nos escudamos en la incomunicación a la que, se dice, aboca el uso continuado del parapeto virtual, aunque también puede ser otra ventana al mundo. El punto en común: la oportunidad de presentarse al resto como se quiere ser visto (como nos interpretamos a solas), mostrar una versión mejorada y refinada de uno mismo y de la capacidad de relacionarse con el entorno.

Recientemente, en Black Mirror, se apuntaba esta nueva realidad. Charlie Brooker esboza algunas de las variantes más oscuras a las que un uso inadecuado y exclusivo de la tecnología, en detrimento de la relación humana, ya en proceso de enrarecimiento, podría conducirnos, convirtiéndonos en seres artificiales, extraños, vacíos y desconocidos incluso para nosotros mismos, alienados*. A lo largo de la historia, y desde disciplinas diversas, se ha ido apuntando esta posibilidad.

*Alienación: estado mental que se caracteriza por una pérdida del sentimiento de la propia identidad.

Por paradójico que parezca, la tribuna virtual es el perfecto escenario para hacerse oír y dejarse ver sin el recurso a la estridencia (aquí está la prueba de fuego: ¿qué eres capaz de hacer?). Se establece como punto de reposo y distensión para aquellos que, por complejos equivocados, tienen mucho que decir pero por su aparente opacidad, introversión o prudencia (¿son defectos o virtudes?, pensemos un poco antes de contestar) son repudiados mediante obra u omisión en los canales habituales, atestados de personajes de brillo y valía efímeros o dudosos que, con montañas de palabras sin sentido, abarrotan el espacio personal de los silenciosos y ‘tristes’.

Lo virtual y el exterior no son lugares tan diferentes. Dentro, el hecho de hallarse en un entorno seguro, protegido y confortable, proporciona una posibilidad de reflexión, de modificación de líneas argumentales y de establecimiento de interacciones, en parte más cálidas y sinceras, basadas únicamente en lo que la persona puede aportar. Fuera nos hallamos en el dominio de la presencia, el territorio del tanto tienes/eres tanto vales, el ámbito de la respuesta rápida e hiriente, el entorno de la amenaza y la hostilidad subliminales, el reino de lo mediocre cuya alargada sombra amenaza con destruir al apocado, al excéntrico, al diferente o a aquel que no quiere recurrir a su lado oscuro para amedrentar a los depredadores.

Tal vez por esto Theodore se refugia en la seguridad que Samantha (Scarlett Johanson) le proporciona. No hay dolor, se encuentran la comprensión y paciencia demandadas en el exterior. Pero ¿no es artificial tanta perfección? La vida normal está salpimentada por luz y tinieblas. Y así se mantiene el equilibrio, si bien en las horas más oscuras es necesaria una avalancha de luz y en los momentos de éxito una cuerda que nos fije un poco al suelo. Todos conocemos esa sensación, por ello nos mimetizamos con el sentir de Twombly.

El exterior confiere seguridad siempre y cuando pertenezcamos a un grupo, mientras no pretendamos sobresalir demasiado o destaquemos por la diferencia. Si esto sucediera, la propia inercia del colectivo haría que desistiésemos del amago de desmarque, amenazando, de modo más o menos sutil, con el repudio y el ostracismo. Un líder, visible o encubierto, marcará las pautas de actuación y dejará fuera de combate a quien lo desafíe. Dentro, nuestra adhesión al colectivo está determinada por la etiqueta de la protesta o moda absurda del momento.

La concordancia entre palabras y actos, en cualquiera de los dos entornos, queda en un casi invisible segundo plano. Bondad, maldad, alegría o tristeza vienen determinados por los éxitos públicos en vez de por las acciones. Sólo se mide la cualidad de las cosas por extremos: ‘amistad/enemistad’, ‘favor/hostilidad’, ocultando en el camino toda la escala cromática.

El descenso a otros niveles de profundidad psíquica resulta impensable. Todo existe, o no, en función de cómo me afecta. Me instalo en la necesidad de ser ‘brutal y mortalmente sincero’ con los otros sin tener en cuenta su repercusión anímica, pero no tolero que lo sean conmigo. Valoro mis relaciones, exteriores e interiores en función de cuánto me entretienen o me escuchan pero no estoy dispuesto a aportar nada más allá de un lacónico ya se arreglará en el momento en que alguien busca propuestas de solución o apoyo anímico. No sé hacerlo, ¿no soy lo suficientemente maduro o carezco de las capacidades de observación e introspección necesarias para ello?, ¿me conformo con ser el entretenedor de mi audiencia, física y virtual, porque eso me hace sentirme bien y ya conozco todo lo aprendible?

De este modo, la pantalla se convierte en refugio y trono, el lugar donde me siento protegido y escuchado parcialmente o, en el peor de los casos, puedo desahogarme sin temor a que el interlocutor, físicamente al lado pero mentalmente muy lejos, monopolice la conversación llevándola a otro destino que no es el que en este preciso momento quiero o me contradiga con argumentos que no pueda rebatir ni integrar en mi repertorio.

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¿Hasta qué punto se puede determinar qué es real y qué no?

Todos nuestros actos, mediatizados por un dispositivo o no, son verdaderos, la calidez de nuestro entorno confortable y el modo de conectarnos con los otros, que se hallan de igual modo en sus burbujas seguras, nos permiten ser quienes realmente somos o nos gustaría. En parte las redes nos ayudan a proyectar una imagen aumentada y mejorada de nosotros mismos, mostrando necesidades y carencias subyacentes en lo que publicamos y cómo lo hacemos

¿Somos felices las 24 horas del día? Esas maravillosas fotos grupales de sonrisas multitudinarias así parecen indicarlo, pero no. Esa es la parte que buscamos mostrar en el desafío grupal de ver quién es más divertido o de qué tenemos que presumir ante nuestras amistades, ¿es lo más brillante que sabemos hacer?

¿Amistades?, ¿presumir?, ¿ser mejor que? ¿Nos estamos escuchando? No verbalizamos estas intenciones pero una parte de nosotros espera la admiración del resto.

¿Qué sucede entonces con aquellos que acosan, mienten, difaman o abusan en el espacio virtual?

Aquí aplica la parte sombría de esta hipótesis: ¿de verdad son diferentes en el exterior?, ¿para qué, si esa táctica funciona? Los encantadores de serpientes se mimetizan con el entorno y sus admiradores, ¿quién cuestionaría a alguien que nos hace sentir importantes, nos permite estar en su selecto grupo o utiliza el bien y el mal a su conveniencia?, ¿en qué momento comienza el temor a distanciarse porque ya nos tiene tan atados que un paso en falso puede incluso amenazar nuestra integridad psíquica o física? la cuestión es que, exactamente igual que en el entorno exterior, el proceso de desenmascaramiento es doloroso o difícil porque el resultado conlleva decepción, soledad y desconfianza. Ese suele ser el principal motivo de instalarse en una relación dudosa en ambos espacios. Y es una cuestión de solución teórica sencilla: observación y prudencia, distanciándose de la tentadora premisa de ‘se comporta bien conmigo, luego es bueno/a’ ¿Cómo se comporta con los demás?

 ¿Qué relación guarda todo esto con historias como Her o Black Mirror?

Spike Jonze nos introduce en una sociedad utópica en la que los conflictos sentimentales son lo más relevante. La soledad del individuo y el miedo a repetir patrones de fracaso y dolor en sus relaciones personales conducen a los sujetos a compartir sus temores y alegrías con sus pantallas, creándose un microcosmos en el que ambos componentes se sienten complementados. Una voz cálida y solícita, dispuesta a regalar palabras balsámicas, es la mejor amiga y confidente mientras se esboza una relación de dependencia no sólo unidireccional (como en ocasiones resulta en las relaciones externas). En principio todo parece perfecto.

Sofía Coppola incide en el concepto de la soledad entre la multitud, ese lugar en el que, en principio, no habría problema para establecer una comunicación fluida, aunque para lograrlo es preciso incorporar al repertorio propio los conceptos de ceder, escuchar y respetar el turno del interlocutor.

Charlie Brooker nos avisa de que este nuevo elemento de consumo puede tener nocivos e imprevisibles efectos secundarios: alienación, despersonalización o cosificación del ser humano. Nos hemos acostumbrado a integrar de tal manera la frivolidad en nuestro modo de vida y las relaciones con caducidad que podríamos llegar a un punto en el que se complique diferenciar lo relevante de lo accesorio en base a la desaparición de un corpus ético universal frente a principios elásticos particulares.

Necesitamos calidez en las palabras, atención bidireccional, igualdad, escucha y un poco de empatía. Lo que Charlotte, Bob y Theodore buscan y sólo encuentran de modo esporádico. Y también es amor, o amistad, o ambos. Y es lo mismo que nosotros anhelamos en cualquier modalidad de nuestras relaciones (y que, tal vez, estamos perdiendo por desidia, insensibilidad y educación errónea y errática).

 

A veces escribo cosas, otras las vivo y el resto las pienso. En las vidas mental, física y virtual pueden entrelazarse e interrelacionarse las cosas. Y, más aún, ser útiles los aprendizajes y experiencias de unas en otras. ¿No os ha pasado alguna vez? Ah, también juego y 'estrimeo', con un alterego, de vez en cuando, pero de eso ya hablaremos en otra campaña.

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