Igualdad

Miley y las metáforas

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¡Qué pesadez! Otro artículo ladrando a la luna sobre la dichosa Miley Cyrus. ¿Es que no se aburre esta gente de la prensa? ¡Dejen a la chiquilla en paz, que no hace daño a nadie! … De acuerdo, mensaje recibido; pero permitan ustedes unas últimas reflexiones a colación del meteórico ascenso al paraíso de la vulgaridad de la hija del hortera Billy Ray. Después discutiremos, si quieren, en la intimidad de Twitter o Facebook, si el fenómeno Cyrus es algo tan inocuo que no merece la pena ni seguir aporreando el teclado.

A los más legos en el universo Miley nos llegaron hace no demasiados años lejanos ecos de un producto Disney altamente tóxico, Hannah Montana, lleno de country-pop y bien empapado de moralina made in USA. Al parecer Miley pasaba por ser la tal Hannah, modosita ella, de las de himno americano al atardecer y misa dominical. Pero, como digo, eran ecos muy lejanos. Se puede (y se debe) vivir al margen del influjo de Disney, basta con no ver mucha televisión ni leer la Super Pop –o su equivalente hoy en día, que uno empieza a estar un poco obsoleto-. Hete aquí, sin embargo, que la pequeña Cyrus comenzó a florecer, y ya no quiso seguir siendo la pequeña Miley, la angelical Miley, la niña buena del cuento. Era momento de volverse ‘malota’. Billy Ray le cogió la rienda mientras pudo, y el código penal, en lo tocante a qué puede y qué no hacer una menor en el show-biz, mantuvo más o menos a raya los alardes de joven rebelde del siglo XXI de nuestra protagonista. Hasta que llegaron los 18. Miley deja salir la experimentada devora hombres que al parecer llevaba dentro y, entre salida de tono y salida tono, sigue adelante con su artisteo. Ya nada la va a parar. Billy Ray y mamá Cyrus están ocupados contando billetes verdes. Miley tiene vía libre.

Hace unos meses nos regaló a los futuros viejos verdes del lugar el vídeo ‘We Can’t Stop’, donde alternaba imágenes de piruletas y unicornios con poses de estrella porno redomada. Como diría Peter Griffin, “¿por qué me pones eso delante? ¿acaso quieres que hagamos el amor?” ¡Tiembla, Lady Gaga! ¡Rihanna, eres una carca! Con el ¡oh, escandalazo! todavía flotando en el ambiente, al cabo de unas semanas se presenta en los MTV Awards y se marca una actuación que deja a las all star del reggaeton a la altura de Espinete. ¿Qué más, Miley? Where do we go from here? En su nuevo vídeo, que todos ya habréis visto, queráis admitirlo o no, Miley se despelota (y no figuradamente). “Wrecking Ball” (“Bola de demolición”) es su título y en él Miley ‘cabalga’ como Dios la trajo al mundo una de esas demoledoras bolas de acero. Sin motivo aparente. Sin más justificación que enseñar cacho; todo el que (de nuevo) el código penal permita. Nada de pezones, por favor.

Entonces servidor tuvo la epifanía que ha dado lugar a estas líneas: Miley demoliendo en cuatro minutos de videoclip cien años de lucha feminista. Cien años de anti-cosificación de la mujer. Cien años de millones de mujeres intentando abrirse paso en el mundo, tratando de hacerse valer por su cerebro y no por su capacidad paritoria, su culo o sus tetas, reducidos a fosfatina en nuestro subconsciente por esta chica que “no hace daño a nadie”.  Qué gran metáfora has despachado sin pretenderlo, querida Miley. Ese muro hacia el que te lanzas desnuda y que terminas por derribar es precisamente el que hace posible que hoy en día una chica de 20 años pueda grabar un vídeo como ‘Wrecking Ball’. Sé que a ti estas cuestiones ni te van ni te vienen; si para que el flujo de dólares no decaiga tienes que grabarte una sex tape a imagen y semejanza de otras grandes liberadas de nuestro tiempo, como Paris Hilton o Kim Kardashian, lo harás sin que se te desprenda ni una sola de tus pestañas postizas. A ellas, a ti, a Sexo en Nueva York, los machistas del futuro os saludan. Trabajáis realmente duro para que todo vuelva a su sitio. Si esto es feminismo, como nos contaba hace poco Juana Gallego, yo me borro.

Enrique Campos

Traductor, periodista a regañadientes, copywriter. Quizás nos encontremos en Esquire, Vice, JotDown o en Miradas de Cine. Como me sobra el tiempo, edito Factory.

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